URGENTE: Grave accidente deja 9 M0RT0S, entre ellos estaba nuestro querido Fab… Ver más

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El asfalto todavía estaba húmedo cuando el silencio comenzó a pesar más que el ruido. Un silencio espeso, antinatural, que no pertenece a las carreteras sino a los momentos en que la vida se rompe en pedazos. Frente a los ojos de quienes llegaron primero, la escena parecía irreal: vehículos retorcidos como si hubieran sido aplastados por una fuerza invisible, vidrios esparcidos como lágrimas congeladas en el suelo, y un camión volcado que aún parecía temblar, como si no aceptara lo que acababa de ocurrir.

La gente se acercaba despacio, con pasos inseguros. Nadie hablaba fuerte. Nadie sabía exactamente qué decir. Algunos llevaban las manos a la cabeza, otros grababan sin entender del todo por qué, como si capturar la tragedia les ayudara a procesarla. En el aire flotaba un olor metálico, mezcla de combustible, frenos quemados y miedo. Un lazo negro, improvisado en la imagen, parecía resumirlo todo: luto, despedida, incredulidad.

“Dicen que son nueve…”, murmuró alguien.
“Nueve no… nueve personas…”, corrigió otro, con la voz quebrada, como si al decir “personas” el número pesara aún más.

Entre esos nombres, uno comenzó a repetirse en susurros, luego en llantos contenidos, luego en gritos ahogados: Fab. Nuestro querido Fab. El que siempre llegaba primero y se iba último. El que reía fuerte, el que ayudaba sin que se lo pidieran, el que hacía livianos los días pesados. Nadie estaba preparado para escuchar su nombre ligado a una palabra como “accidente”, mucho menos a una como “muerte”.

Los equipos de rescate trabajaban contrarreloj. Cada minuto parecía una eternidad. Luces intermitentes, sirenas que ya no sonaban como alerta sino como lamento. Había un auto completamente volteado, aplastado contra otro, como si hubiera intentado escapar sin lograrlo. Un camión con la cabina destrozada, testigo mudo de un instante que cambió demasiadas vidas al mismo tiempo.

Al costado de la carretera, alguien se sentó en el suelo. No lloraba. Miraba fijo. A veces el dolor es tan grande que ni siquiera permite llorar. Otros se abrazaban sin conocerse, unidos solo por la desgracia compartida. Porque en tragedias así, todos pierden algo: un amigo, un familiar, la tranquilidad, la certeza de que “a mí no me va a pasar”.

Fab tenía planes. Siempre los tenía. Un mensaje sin responder, una llamada que ya no llegará, una silla vacía que nadie sabe cómo ocupar. Pensar que hace apenas unas horas estaba vivo, respirando, pensando en el mañana… y ahora su nombre se suma a una lista que nadie debería existir.

Las redes comenzaron a llenarse de fotos, de recuerdos, de frases que empiezan con “no puedo creerlo” y terminan con un corazón roto. Porque no se puede creer. Porque no se entiende. Porque la vida no avisa cuando va a golpear tan fuerte.

Y mientras la carretera seguía cerrada, mientras los vehículos eran retirados uno a uno, quedaba algo que no se podía mover ni limpiar: el impacto emocional. Ese que se queda en la mente de los testigos, en el pecho de las familias, en el alma de quienes hoy despiertan con una ausencia imposible de explicar.

Este no es solo un accidente. Es una herida abierta. Son nueve historias que se apagaron de golpe. Nueve familias que hoy comienzan un duelo que jamás eligieron. Y entre ellas, la nuestra, la que llora a Fab, la que intenta entender cómo seguir cuando alguien tan querido ya no está.

Que su nombre no sea solo una cifra más. Que su recuerdo no quede enterrado bajo titulares urgentes. Que cada vez que alguien vea esta imagen, recuerde que detrás del metal doblado hubo risas, sueños, abrazos y vida.

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