UN MILLONARIO ENTRA AL RESTAURANTE… Y SE QUEDA HELADO AL VER SU EXESPOSA EMBARAZADA, SIRVIENDO MESAS
Te juro que nunca volverás a verme”, gritó Isabela mientras firmaba los papeles de divorcio. Sebastián sonríó con desprecio. “¡Perfecto, una mujer menos de la que preocuparme.” 3 años después entra al restaurante más exclusivo de la ciudad y lo que ve le congela para siempre. El Bentley Continental GT Negro se deslizó suavemente hasta detenerse frente al Palazzo di Cristallo, el restaurante más exclusivo y caro de toda la ciudad. Sebastián Mendoza ajustó su reloj Patc Philip de platino mientras el ballet se
acercaba corriendo para recibir las llaves. A sus años era la definición viviente del éxito empresarial, dueño de la cadena hotelera más grande del país, con una fortuna que superaba los 300 millones de dólares y una reputación que lo precedía en todos los círculos de élite.
Buenas noches, señor Mendoza”, saludó el balet con una reverencia casi exagerada. “Es un honor tenerlo nuevamente en nuestro establecimiento.” Sebastián asintió con esa sonrisa fría y calculada que había perfeccionado durante años de negociaciones despiadadas. Su traje Armani de 15,000 se ajustaba perfectamente a su figura atlética, mantenida gracias a un entrenador personal que le costaba más al mes que el salario anual de la mayoría de las personas.
Cada paso que daba resonaba con la autoridad de un hombre que jamás había conocido el significado de la palabra no. Esta noche era especial. había cerrado el contrato más importante de su carrera, la adquisición de una cadena rival que le daría el monopolio completo del turismo de lujo en tres países.
Era momento de celebrar y había invitado a Victoria Ramírez, la modelo de 28 años que había conocido en una gala benéfica la semana anterior. Una mujer hermosa, sofisticada y, sobre todo impresionada por su riqueza. El interior del Palazo de Cristallo era un espectáculo de opulencia. Candelabros de cristal de Murano colgaban del techo. Las paredes estaban decoradas con arte original de maestros europeos y cada mesa estaba adornada con flores frescas importadas diariamente desde Holanda.
Los precios eran tan exclusivos que una sola cena podía costar más que el salario mensual de tres familias promedio. “Señor Mendoza”, el metre se acercó con una sonrisa servil. “Su mesa habitual está lista. ¿Esperamos a alguien más esta noche. Sí. La señorita Ramírez llegará en cualquier momento. Asegúrate de que todo sea perfecto, respondió Sebastián con esa voz autoritaria que había desarrollado después de años mandando a cientos de empleados. Mientras era escoltado hacia su mesa en el área VIP, Sebastián se sentía en la cima del
mundo. 3 años habían pasado desde su divorcio. 3 años durante los cuales había multiplicado su fortuna. Había salido con las mujeres más hermosas del continente y había conseguido todo lo que se había propuesto. Isabela había sido solo un obstáculo temporal en su camino hacia la grandeza, una lección aprendida sobre no mezclar los sentimientos con los negocios.
Se acomodó en su silla de cuero italiano, mirando por el ventanal hacia las luces de la ciudad que prácticamente le pertenecía. Su imperio se extendía por toda la costa, desde hoteles de cinco estrellas hasta resorts privados donde los poderosos del mundo venían a relajarse y hacer negocios. Era respetado, temido y envidiado a partes iguales. ¿Desea que le traiga la carta de vinos, señor?, preguntó discretamente un mesero.
La botella de Chateau Petru, 1998, respondió sin siquiera mirar al joven. Y asegúrate de que esté a la temperatura exacta. Sebastián sacó su teléfono de oro y revisó sus mensajes. Victoria le había escrito que llegaría unos minutos tarde debido al tráfico. Perfecto. Eso le daba tiempo para revisar los emails de sus gerentes internacionales y confirmar las reuniones de mañana en París.
Mientras respondía un mensaje sobre la construcción de su nuevo hotel en Mónaco, una figura se acercó a su mesa con una botella de vino. Por reflejo, levantó la vista para confirmar que fuera la etiqueta correcta. Y fue entonces cuando su mundo se detuvo por completo.
El teléfono de oro se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un ruido metálico que resonó como un gong en el silencio súbito que se había apoderado de su mente. Isabela Isabela Morales estaba parada frente a él sosteniendo la botella de vino con manos que temblaban casi imperceptiblemente. Llevaba el uniforme del restaurante, una blusa blanca impecable, falda negra hasta la rodilla y un delantal que no podía ocultar lo que él vio inmediatamente y que le golpeó como un puñetazo directo al corazón.
Estaba embarazada, muy embarazada. El vientre redondeado era inconfundible bajo el uniforme, probablemente de unos 7 meses. Su rostro había cambiado. Había perdido esa suavidad juvenil que él recordaba, reemplazada por líneas de cansancio y una palidez que hablaba de noche sin dormir y preocupaciones constantes.
Su cabello, que antes llevaba siempre perfectamente peinado en salones de belleza caros, ahora estaba recogido en una cola de caballo simple y práctica. Pero lo que más lo impactó fueron sus ojos. Esos ojos verdes que una vez lo habían mirado con amor incondicional, ahora lo observaban con una mezcla de shock, humillación y algo que parecía ser pánico puro.