Millonario Llegó A Casa Sin Avisar Y Vio A Sus Gemelas Abandonadas Por La Esposa Bajo La Lluvia…
Alejandro Mendoza aceleró por la carretera que llevaba a su chalet de Madrid, ansioso por sorprender a las gemelas Emma y Sofía después de tres semanas de viajes de negocios por Asia. La lluvia torrencial hacía difícil la conducción, pero nada podía apagar su emoción de volver a abrazar a sus niñas de 8 años.
Giró por el camino privado y lo que vio lo paralizó por completo. Las gemelas estaban sentadas bajo el roble del jardín, completamente empapadas. abrazándose desesperadamente mientras lloraban en el silencio de la tormenta. Ninguna señal de su esposa Valentina, ninguna luz en el chalet. Saltó del coche sin apagar el motor y corrió hacia ellas resbalando en la hierba mojada.
Las niñas se arrojaron entre sus brazos temblando de frío y miedo, contando entre soyosos que mamá se había marchado tres días antes, dejándolas fuera de casa, con la orden de esperarla ahí. Mientras sostenía a sus hijas heladas entre sus brazos, Alejandro se dio cuenta de que la pesadilla apenas comenzaba.
En el móvil de Emma había un vídeo que Valentina había grabado antes de desaparecer y lo que dijo en ese mensaje destruiría todas sus certezas sobre la familia que creía tener. La tormenta de septiembre se abatía violenta sobre las afueras elegantes de Madrid cuando Alejandro Mendoza tomó el camino hacia su propiedad, tres semanas en Japón para cerrar la adquisición de 200 millones que consolidaría su imperio tecnológico.
Pero ahora lo único que deseaba era volver a ver a Emma y Sofía. Las gemelas de 8 años eran su razón de vivir, lo único puro en un mundo hecho de balances y estrategias empresariales. La verja automática se abrió reconociendo su Mercedes, pero algo en el paisaje familiar lo inquietó inmediatamente. El chalet parecía muerto.
Ninguna luz en las ventanas, ninguna señal de vida. Era imposible. Valentina sabía de su regreso, aunque había decidido adelantarlo dos días para sorprender a las niñas. Entonces las vio, dos pequeñas figuras acurrucadas bajo el gran roble del jardín delantero, completamente expuestas a la furia de los elementos. El corazón se le paró cuando reconoció la ropa rosa de las gemelas, ahora empapada y sucia de barro.
Emma y Sofía se abrazaban como dos cachorros abandonados, los cuerpecitos sacudidos por los sollozos y el frío, el pelo rubio pegado a las caras por las lágrimas y la lluvia torrencial. Alejandro abandonó el coche con el motor encendido y corrió hacia ellas, la chaqueta del traje de 3,000 € empapándose al instante. Las niñas alzaron las caritas devastadas por el llanto y se lanzaron contra él con la desesperación de quien ya no esperaba ser salvado.
Sus cuerpecitos estaban helados como mármol, la ropa completamente empapada, los labios violáceos por el frío. La historia que emergía entre soyosos era una pesadilla. Valentina había desaparecido tres días antes después de sacar a las niñas fuera y cerrar el chalet con llave. Las había dejado ahí con la orden de no moverse, de esperarla bajo el árbol como castigo por haber sido malas.
Pero Emma y Sofía ni siquiera recordaban qué habían hecho mal. Carmen, la empleada de confianza, había sido despedida una semana antes con una excusa inventada. Las niñas habían dormido a la intemperie durante tres noches, bebiendo agua de lluvia y comiendo las moras del árbol cuando el hambre se hacía insoportable. Los vecinos más cercanos estaban demasiado lejos para oír sus llantos ocultos por el seto alto que rodeaba la propiedad.
Alejandro rodeó el chalet encontrando todas las entradas cerradas. Una ventana de la cocina tenía el cristal roto desde dentro, señal de que alguien había forzado la salida. logró entrar cortándose la mano con los fragmentos que quedaban descubriendo un interior devastado por el caos. Muebles volcados, cajones vaciados, ropa esparcida por todas partes, como después de un terremoto.
El dormitorio matrimonial había sido completamente vaciado. Faltaba toda la ropa de Valentina, sus joyas, las maletas caras. En el cuarto de las niñas, en cambio, todo había quedado intacto, como si su esposa hubiera ignorado deliberadamente cualquier rastro de las hijas en su huida planificada. Después de poner a las gemelas a salvo con ropa seca y un baño caliente, Alejandro tuvo que enfrentar la verdad que lo aterrorizaba.
En el móvil rosa de Emma había un vídeo grabado tres días antes con un título que le heló la sangre, La verdad que merecía saber. El rostro de Valentina llenó la pantalla. Pero era una mujer que Alejandro nunca había visto antes. Los ojos, que una vez lo habían fascinado, ahora ardían de odio puro. Los rasgos aristocráticos deformados por una sonrisa de crueldad helada.
Llevaba el traje Chanel que él le había regalado para el último aniversario, perfectamente peinada como si fuera a un evento social, en lugar de abandonar a sus propias hijas. Las palabras que salieron de esos labios destruyeron en pocos minutos 10 años de matrimonio y 8 años de paternidad compartida. Valentina confesó nunca haber deseado hijos, haber odiado cada momento pasado con las gemelas, haber rezado por un aborto espontáneo durante el embarazo, solo la había retenido el estilo de vida lujoso que Alejandro le garantizaba. Pero la