-
No sé cómo ni cuando fue que pasó, solo sé que mi corazón palpita cada vez que lo veo. Es mi tío, bueno, aunque yo no quiero llamarlo así, de todas maneras, es el esposo de la hermana de mi madre, por lo que lo considero tío político. Yo luchó conmigo misma cada día, porque de alguna manera hay algo que me dice que no es correcto, pero mejor te cuento para que tú sepas lo que me pasó.
-
Mi tío político tenía la costumbre de encerrarse cada tarde en la biblioteca de la casa. Nadie más entraba allí, salvo para dejarle el café caliente sobre la mesa. Siempre lo veía bajar con el mismo chaleco de lana gris, y aquel anillo dorado que brillaba cada vez que movía la mano. Su voz grave imponía respeto, pero lo que me desconcertaba era la forma en que sus ojos se posaban en mí, como si intentara leer algo más que lo visible.
-
Y no sé si era porque yo le caí bien, o porque yo quería que fuera así, o tal vez porque se daba cuenta de la forma en que yo me comportaba cada vez que lo veo, y eso me causaba un poco de temor, porque he escuchado de tantos casos, y yo no quería ser quien destruyera la armonía en la familia. Pero que voy hacer si mi corazón no me obedece.
-
Eran apenas las once de la mañana cuando salió a la sala, traía un libro que cerró con un golpe seco, y dijo: Quiero que escuchen con atención… He decidido desprenderme de muchas cosas, incluso de mi participación en la empresa familiar. Ya no busco acumular, sino más bien ser libre de todo. Mi prima lo miraba sorprendida, la única hija que él tenía, y mi madre inclinó la cabeza, pero yo sentí que aquel anuncio llevaba un mensaje oculto, dirigido solo a mí. No sabía por qué, pero el peso de sus palabras me caló muy hondo.
-
No sé cuánto me queda, continuó, con un aire tranquilo. No hablo de enfermedad, así es que no pongan cara de tristeza, sino de tiempo. El tiempo nunca se detiene, y pienso dedicar el mío a lo que verdaderamente me haga sentir vivo. No soporté callar, Perdón señor… tal vez no soy quién para opinar.
-
Pero mi TÍO me interrumpió suavemente, con la palma levantada: Claro que lo eres. Eres más de esta familia de lo que imaginas. Porque, aunque ya la hermana de tu madre no vive, esa mujer con quien yo viví muchos años, tú eras la sobrina preferida de ella, y quiero decirte que para mí también. Su mirada cambió, dejando de ser neutra. Ahora era la de un hombre que descubría un secreto en los ojos de otra persona.
-
Yo sentí que mi respiración se aceleraba, y que mi pecho se agitaba como tambor de guerra. La verdad es que últimamente he sentido que la soledad me esta invadiendo, y no sé quiero cambiar de aíre, dijo mi tío. Entonces YO me atreví a decir algo que jamás hubiera planeado: No debería pensar en vivir solo… estoy segura de que todavía hay alguien que querría acompañarlo, alguien que no lo dejaría hundirse en la soledad.
-
Fingí serenidad, pero por dentro gritaba: ojalá y se fijara en mí. Porque yo estoy dispuesta a ir hasta el fin del mundo, mientras sea a su lado. La verdad yo lo conocía muy bien, sabía cómo agitaba el café antes de beberlo, que nunca soportaba una opinión mal fundamentada, y que siempre acariciaba el lomo de un libro antes de abrirlo. Mi tío me miró fijamente y dijo, con una media sonrisa: Vaya… parece como si tú me leyeras la mente.
-
Porque definitivamente no estoy dispuesto a terminar mis días acompañado de la soledad. No, para nada, es por eso que quiero dejar todo ordenado de una vez por todas. Mi prima lo observó con el ceño fruncido, y su voz se quebró entre reproche y dolor: Pero papá… no me digas que ya le encontraste reemplazo a mamá.
-
Eso sí no papá, eso sí que no te lo perdonaría. No puedo imaginar que otra mujer venga a sentarse aquí a disfrutar del fruto de tanto trabajo de mi madre. Porque tú lo sabes: si la empresa creció, fue gracias a ella. Ella fue quien la sostuvo con sus desvelos, con su esfuerzo, con su persistencia. Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta.
-
Un pensamiento me golpeó como piedra: ¿Será que mi tío ya puso los ojos en alguien más, y no soy yo? La piel se me erizó, la boca se me secó por completo y un escalofrío eléctrico me recorrió de pies a cabeza. Mi madre intervino entonces, posando la mano sobre el hombro de mi prima. Hija, no le hables así a tu padre. Recuerda que él también trabajó mucho.
-
Y si ahora puso sus ojos en alguien más, creo que tiene derecho. Además, sabes que tu madre lo que más deseaba era la felicidad de todos. No creo que le negara a tu padre esa posibilidad. Sus palabras me atravesaron, porque parecían darle permiso para algo que yo deseaba en silencio. Luego mi madre giró la mirada hacia mi tío, con una calma extraña en el rostro, y dijo: Y entonces cuñado… ¿vas a decirnos quién es la afortunada que piensa acompañarte en tus últimos años, como dices? Mi tío llevó ambas manos a su cara, como si quisiera ocultar la sonrisa que se le escapaba.
-
Imagínense… si con solo medio decir lo que pienso ya se alarman, si yo llegara a soltar un nombre… se irían todos de espaldas. Yo sentí un vuelco en el estómago. Pensé rápidamente en la vecina, esa mujer que ya había cambiado cinco parejas, y que nunca dejaba de llamarlo o buscar cualquier pretexto para hablar con él.
-
Los celos me atravesaron como una lanza ardiente. Quise gritar, decir que yo era quien merecía estar a su lado, que nadie lo conocía como yo… pero no podía. Todos en la sala contenían la respiración, a la espera. Fue entonces cuando él miró directamente a mi prima y dijo con voz suave pero firme: Dime hija… ¿cómo prefieres verme? ¿Sonriendo o lamentándome? Porque tú ya tienes tu vida hecha, y yo estoy orgulloso de ti.
-
Supiste elegir bien a tu marido, un hombre trabajador, honesto y que te quiere. Mi prima bajó la cabeza, arrepentida. Está bien papá… lo siento. No estaba pensando en lo que decía. Sé cuánto trabajaste, sé que amabas a mamá, y no tengo dudas de eso. Pero ya dinos, por favor, quién es… o qué es exactamente lo que piensas hacer.
-
Mi tío sonrió apenas, y con un suspiro dijo: Bueno, allí les va entonces… Pero justo en ese instante, todos vimos la silueta de la vecina asomarse por la ventana que daba a la calle. El reflejo del sol no dejaba ver bien hacia adentro, pero ella estaba allí, husmeando como siempre. Mi tío rio por lo bajo, un sonido grave que hizo retumbar el silencio.
-
Vaya que es ocurrente la vecina… siempre tan atenta a lo que no le importa. Voy a ver qué le pasa, y se dirigió a la puerta. Yo lo seguí con la mirada, con el corazón latiéndome a mil por hora, con la duda quemándome por dentro: ¿Irá a nombrarla a ella… o en realidad piensa en mí? Yo me dije a mí misma: ¿será posible que mi tío nunca se diera cuenta de todo lo que hacía para agradarle? ¿O será que debía hacer algo más… tal vez no debí limitarme? Estaba allí parada, pero sentía que mi cuerpo habitaba un mundo distinto. Un mundo en el que por más que corriera nunca llegaría a la meta,
-
un mundo en el que por más que amara no habría nadie que me correspondiera, un mundo en el que por más que gritara nadie me escucharía. Mi tío caminó hacia la puerta con pasos lentos, como si disfrutara del suspenso que había dejado colgando en la sala.
-
El sonido de sus zapatos sobre el piso de madera resonaba en cada rincón, y yo sentía que cada golpe marcaba el compás acelerado de mi ansiedad. Todos guardaron silencio. Mi prima jugaba nerviosa con la servilleta entre las manos, mi madre lo seguía con los ojos, y yo… yo apenas podía respirar. El chirrido de la cerradura rompió el silencio, seguido por el golpe suave de la puerta al abrirse.
-
La luz del atardecer se filtró en la sala, pintando de naranja los marcos de los cuadros y los bordes de la mesa de caoba. Buenas tardes —dijo la vecina, con esa voz aguda y exagerada que siempre me irritaba. No alcanzaba a verla bien desde donde estaba, pero su silueta recortada contra el sol era inconfundible. Buenas tardes —respondió mi tío, con un tono imposible de descifrar: ¿cordialidad… o algo más? Contuve la respiración, y escuché que el murmullo de la calle se colaba por la puerta entreabierta, mezclándose con el olor a jazmín del jardín. Mis manos estaban frías, pero una corriente ardiente me atravesaba la piel. Perdón
-
que interrumpa… dijo la vecina. Mi tío cerró la puerta tras de él, y ya no pudimos escuchar más. Mi prima soltó un suspiro largo, mi madre se acomodó el rebozo sobre los hombros, y yo me quedé mirando el anillo de mi tío sobre la mesa. Ese anillo que brillaba bajo la luz dorada como si me recordara que aún había algo que él no había dicho.
-
Se lo quitó para iniciar una nueva vida con alguien más, eso es seguro, me repetía por dentro. La boca me sabía amarga, pero no había nada más que yo pudiera hacer. Entonces un pensamiento me atravesó como daga: ¿Será ella? ¿O todo este teatro esconde que en realidad… piensa en mí? Me mordí el labio para contener lo que quería gritar, y guardé silencio.
-
Afuera, la voz de la vecina seguía sonando, y la de mi tío respondía con calma. Nadie dentro de la casa se atrevió a moverse. Mi madre me miró con extrañeza, Oye hija… ¿qué te pasa?, estás pálida. Uy de veras prima, ¿qué te pasa? —dijo también mi prima. Yo traté de responder lo más rápido posible. Nada, quizá sea el reflejo del sol… susurré, suspirando profundamente.
-
Mejor ve a arreglarte para que nos vayamos — dijo mi madre —, ya sabes lo complicado que se pone cobrar en estas fechas. Debíamos ir por la pensión que ella recibía del gobierno, después de jubilarse del magisterio. ¿Pero mamá, no vamos a esperar al tío? —pregunté, casi suplicando. No hija, me respondió con serenidad.
-
Tu tío ya es un adulto, y sabe lo que hace. ¿Quiénes somos nosotros para impedirle lo que él quiere hacer? Además, debemos estar agradecidos porque nos permite quedarnos en su casa. Y si ahora piensa en… lo que todas imaginamos —añadió en voz baja—, quizá debamos pensar en buscar un lugarcito. Ya ves, no es lo mismo que venga alguien más como señora de la casa.
-
Yo asentí en silencio, aunque por dentro gritaba. Porque lo único que yo quería, en el fondo, era ser esa señora. Mi tío me llamó a su despacho, La puerta se cerró tras de mí con un golpe suave. Oye, me dijo con esa voz grave que me estremecía—, quiero hacerte una pregunta… pero necesito que seas muy sincera conmigo. Tu respuesta es de mucho valor para mí.
-
Me acomodé el suéter con manos temblorosas, porque sus palabras me provocaron un escalofrío. ¿Quieres que encienda la calefacción?, preguntó al verme inquieta. No, tranquilo tío, no es necesario, respondí tratando de sonreír. Solo que me asusta usted con esas preguntas no dichas. Pero dígame, que yo le prometo ser sincera.
-
Él dio un paso atrás, tomó un bolígrafo de su escritorio y comenzó a sacudirlo contra la palma de su mano, como si ese movimiento lo ayudara a ordenar lo que iba a decir. Tú… ¿crees que una muchacha de tu edad pueda enamorarse de mí? Lo miré fijamente, y dentro de mí resonó un grito: si supieras todo lo que pasa en mi mente y en mi corazón, no preguntarías eso.
-
Porque yo sentía que el mundo se me acababa solo con imaginar que él se marchara, que pensara en rehacer su vida con otra persona, y que yo no supiera con quién. Tragué saliva y respondí sin titubear: Creo que sí tío, creo que sí. Pero también hay que ver que no sea solo usted el que esté enamorado, porque eso lo puede cegar. Y ella, quienquiera que sea, podría aprovecharse.
-
Usted sabe bien que hay muchas muchachas oportunistas, que ven más lo económico que el corazón. Él me sostuvo la mirada, y luego asintió lentamente. Tienes razón, pero yo ya he vivido mucho, y creo que ya no caería en algo así. No se crea tío, me atreví a decir, sintiendo un nudo en la garganta. A veces creemos que tenemos el control, cuando sin darnos cuenta alguien más cambia de canal cuando se le da la gana.
-
Hice una pausa, bajé los ojos y agregué en un susurro: Pero creo que sí tío, además usted tiene derecho a rehacer su vida y ser feliz. Esas últimas palabras me salieron apenas, rotas, y no aguanté más. Salí corriendo de su despacho, con las lágrimas ardiéndome en los ojos. Él nunca volvió a hablarme de ese tema.
-
Pasó un mes, y entonces llegó la noticia que nos dejó a todos mudos: se iba a vivir a otra ciudad. Nos presentó a la mujer que iba a compartir su vida con él. Cuando la vimos, el aire se nos cortó en el pecho: era la media hermana de mi prima, la hija que mi tía había tenido antes de conocer a mi tío. El escándalo fue inmediato. Mi prima gritó, lloró, suplicó, pero nada detuvo su decisión.
-
Se fueron juntos, y hasta hoy no hemos vuelto a saber nada de él. Yo todavía suspiro al recordarlo, pero también me siento agradecida de no haberle dicho la verdad. Porque de haberlo hecho, habría perdido el amor de mi madre, y el respeto de toda la familia. Eso fue lo que le ocurrió a la media hermana de mi prima: nadie puede verla, todos murmuran a sus espaldas, y su nombre quedó marcado como traición.
-
Y yo… yo me quedé con mi secreto, con la herida invisible de lo que nunca me atreví a confesar.