Localizan el cuerpo del joven hijo de… Ver más
El agua del canal seguía su curso lento, indiferente a todo. A los costados, la hierba alta se mecía con el viento como si nada hubiera ocurrido allí. El lugar parecía tranquilo, casi sereno, pero esa calma era una mentira cruel. Entre el lodo y la corriente poco profunda yacía el cuerpo de un joven, boca abajo, inmóvil, con una camiseta naranja que contrastaba brutalmente con el verde intenso del campo.
Ahí terminó todo.
Pero la historia había comenzado mucho antes.
Esa mañana, su madre se despertó con una sensación extraña en el pecho. No sabía explicarla. No era dolor, era una ausencia anticipada. Fue hasta la habitación de su hijo y encontró la cama vacía, las sábanas desordenadas y el teléfono apagado. Pensó que había salido temprano, como otras veces. Pensó que volvería.
Siempre pensó que volvería.
El joven había salido la noche anterior diciendo que necesitaba despejarse, que no tardaría. Era de esos muchachos que cargan el peso del mundo en silencio, que sonríen para no preocupar, que dicen “estoy bien” cuando por dentro algo se está rompiendo. Nadie vio la grieta crecer. Nadie escuchó el cansancio escondido en su voz.
Las horas pasaron. El sol subió y cayó. El teléfono seguía mudo. La madre empezó a caminar la casa sin rumbo, mirando por la ventana cada cinco minutos, aferrándose a la idea de que todo tenía una explicación sencilla. Pero el corazón, ese que no sabe mentir, ya estaba temblando.
Cuando la denuncia se hizo oficial, el tiempo dejó de avanzar con normalidad. Todo se volvió pesado. Lento. Irreal. Amigos, vecinos, autoridades… todos buscaban. Todos preguntaban. Nadie respondía.
Hasta que alguien señaló el canal.
Los rescatistas caminaron entre la maleza, apartando el pasto alto, siguiendo una intuición que nadie quería tener. Y entonces lo vieron. El agua apenas cubría parte de su cuerpo. Una mano extendida, como si hubiera intentado aferrarse a algo en el último segundo. Como si todavía esperara ayuda.
La noticia corrió rápido.
“Localizan el cuerpo del joven hijo de…”
Un titular más para el mundo. Una herida eterna para una familia.
Cuando su madre llegó, no gritó. No lloró de inmediato. Se quedó quieta, mirando desde lejos, como si su mente se negara a aceptar lo que sus ojos ya entendían. Ese no podía ser su hijo. El niño que aprendió a andar en bicicleta en esa misma tierra. El adolescente que prometió cuidar de ella. El joven que aún tenía sueños sin cumplir.
Pero era él.
El campo, el canal, el agua… todo se volvió parte del recuerdo más doloroso de su vida. No hubo despedidas, no hubo últimas palabras. Solo preguntas sin respuesta y un silencio que ya nunca se iría.
Hoy, el lugar sigue igual. El pasto volvió a crecer. El agua sigue corriendo. Para cualquiera que pase, es solo un canal más. Pero para una madre, es el sitio donde su mundo se detuvo para siempre.
Porque cuando se localiza un cuerpo, no solo se encuentra a alguien que faltaba.
También se entierran futuros.
Se rompen promesas.
Y se deja a una familia aprendiendo a respirar con el corazón incompleto.
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