“Está demasiado grande… nomás siéntate encima” dijo el ranchero tranquilote justo antes de que…..
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En las tierras áridas y doradas de Waomen, allá por el año de 1887, donde el viento silvaba como lamento de almas perdidas y el sol quemaba hasta los huesos, vivía una mujer que ya se había convertido en leyenda antes de que su historia terminara. Se llamaba Lolly Hart, aunque en todo el condado la conocían simplemente como la viuda del rancho corazón roto.
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Tres meses habían pasado desde que encontraron a su marido Jack con un balazo en la espalda junto al arroyo seco. Tres meses en que los vecinos dejaron de visitarla, en que las mujeres del pueblo bajaban la mirada al cruzarse con ella en la tienda de ramos generales y en que los hombres murmuraban que una mujer sola no duraba ni un invierno en esas tierras.
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Pero había alguien que no la olvidaba, alguien que la visitaba demasiado. Arland Bas, el terrateniente más rico al norte del río Plat, hombre de ojos fríos como el acero y sonrisa que nunca llegaba a los ojos, quería el rancho corazón roto, no por las vacas flacas que quedaban, ni por la casita de troncos que apenas resistía los vientos.
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Lo quería porque por el fondo del valle de Lili pasaba el atajo más corto hacia los mercados de Cheye. Un paso natural que podía ahorrarle miles de dólares al año en transporte de ganado. Con ese terreno va sería no solo rico, sería rey. Y los reyes no piden. Toman. Primero cortaron las cercas de alambre de púas por las noches.
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Después aparecieron piedras en el pozo hasta que el agua se volvió lodo. Luego llegaron las notas clavadas con cuchillo en la puerta. Vete antes de que sea peor, mujer. Lily las quemaba en la chimenea sin decir palabra. Una mañana, al abrir el arcón donde guardaba las mantas de invierno, un cascabel grueso y furioso le saltó al pecho.
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El raro Snake la miró con ojos negros y sacudió su cola como aviso de muerte. Lily dio un grito, retrocedió y de un tiro certero con el viejo Winchester de su marido le voló la cabeza al reptil. Cuando lo levantó con el cañón del rifle, vio algo que le heló la sangre. Alrededor del cuerpo del animal había una marca quemada con alambre caliente.
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La letra V. No había sido un accidente. Alguien había metido el serpiente en su casa con la intención de matarla. Esa misma tarde, sin cambiarse siquiera el vestido manchado de sangre de víbora, Liliencilló su yegua a la sana y cabalgó hasta el pueblo. No fue al serif. El serif comía en la mesa de Harland Voss los domingos.
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Fue directo a la herrería, donde un hombre alto y callado, de piel curtida y ojos del color del cielo antes de la tormenta, martilleaba hierro al rojo. El MC cree. Dicen que Eli había sido pistolero en Tomstone, que había matado a siete hombres en Juárez y que luego colgó los revólveres porque se cansó de dormir con un ojo abierto.
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Ahora solo erraba caballos y hablaba lo justo. Lily se paró frente a él con el cadáver del cascabel envuelto en un costal. Necesito que veas algo, Eli. Él dejó el martillo, se limpió el sudor con el dorso del antebrazo y tomó el saco. Al ver la marca, sus ojos se estrecharon. “Vas”, dijo nada más. Lily asintió. No quiero que me defiendas, Eli.
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Quiero que me ayudes a terminar esto. Eli la miró largo rato. Luego, sin una palabra más, entró a la herrería y salió con su cinto canana puesto. Los dos Cmer brillaban como si nunca hubieran dejado de usarse. “Tendremos que hacer que él venga a nosotros”, dijo Eli. “Y para eso tú tienes que parecer débil.
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” Lily sonrió por primera vez en tres meses. Puedo fingir muy bien cuando quiero. Esa misma noche, Lily Har entró al celun, el ciervo dorado, con el vestido más bonito que le quedaba, el cabello suelto y los ojos rojos de llanto fingido. Se acercó a la barra donde Harland Bas jugaba póker con sus capataces. Señor Bas.
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Su voz tembló como hoja al viento. Usted tenía razón. Una mujer sola no puede con esto. Venderé el rancho, pero necesito el dinero ya. Esta noche estoy sola. Si quiere venir a firmar los papeles. Basla miró como lobo que ve la presa coja. Sonrió. Claro que sí, señora Hart. Mis hombres y yo estaremos ahí antes de la medianoche. Traiga las escrituras.
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Cuando Lily salió del celú, varios vaqueros se miraron entre sí. Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, pero todos sabían lo que iba a pasar esa noche en el rancho corazón roto. A las 11, la luna llena bañaba los pastos secos. Lily estaba sentada en el porche con el vestido blanco que había usado en su boda, ahora sucio y desgarrado a drede.
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En las manos tenía las escrituras y debajo de la falda un deriñe de dos cañones. A lo lejos se oyó el galope de varios caballos. Eran seis. Arland B iba al frente con su sombrero Stetson negro y una escopeta recortada sobre el regazo. “Buenas noches, viuda”, dijo con zorna mientras desmontaba. “¿Trajiste los papeles?” Lily se levantó despacio, dejando que la luz de la lámpara del porche iluminara su rostro pálido. “Están adentro.
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Perfecto. Bas hizo una seña y dos de sus hombres entraron a la casa con rifles. Entonces se oyó el chasquido seco de un martillo de revólver siendo amartillado detrás de ellos. Suelten las armas despacio. Il Mcree estaba en el tejado del granero con un Winchester apuntando a la cabeza de Bas. Al mismo tiempo, de entre los matorrales salieron cuatro hombres más, vaqueros viejos que habían trabajado con Jack Hart, hombres que debían favores a Eli, hombres que odiaban a Bas tanto como temían su nombre. Los capataces de base
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quedaron helados. “Esto es un error”, dijo Bas levantando las manos, pero sin soltar la escopeta. “Solo venimos a comprar.” Claro, respondió y bajando del tejado de un salto felino. Y el cascabel con tu marca fue un regalito de bienvenida, ¿verdad? Uno de los hombres de Bas, un muchacho mexicano de apenas 20 años llamado Pancho, empezó a temblar.
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No quería. Él me obligó. Dijo que si no ponía la víbora, me mataría a mí y a mi madre. Habla, Pancho”, ordenó él y con voz calma, pero que cortaba como navaja todo. Y Pancho habló. Contó como Bas había pagado para que mataran a Jack Hart y lo hicieran parecer obra de cuatreros. Contó como el mismo llorando, había metido el cascabel en el baúl de Lily.
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Contó que esa misma noche pensaban incendiar el rancho con ella dentro después de violarla para que pareciera obra de indios. Cuando terminó, el silencio era tan denso que se oía el latido de los corazones. Arland intentó sacar un deringue escondido en la manga. No llegó ni a tocarlo.
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El disparo de le atravesó la mano derecha y la escopeta cayó al polvo. Al amanecer, el sherif, que ya no tenía opción, cargó a base en el carro de presos con la mano vendada y el orgullo hecho pedazos. Pancho fue con él, pero como testigo, no como acusado. Los vecinos que antes evitaban a Lily ahora se quitaban el sombrero al verla pasar.
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Las mujeres le llevaban pastel de manzana. Los niños la miraban como si fuera w up con falda. Una tarde, semanas después, Lily y Eli estaban sentados en el mismo montón de Eno donde ella había encontrado el cascabel. El sol se ponía rojo detrás de las montañas. Los caballos pastaban tranquilos, “¿Sabes?”, dijo Lily sin mirarlo.
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Creí que después de Jack ya no volvería a sentir esto. “¿Esto qué?” Ella tomó la mano de Eli, grande y llena de cicatrices, y la puso sobre su corazón. “Que alguien estuviera dispuesto a pararse frente a seis revólveres por mí.” Eli se quedó callado un rato. Luego habló con esa voz grave que parecía salir de la misma tierra.
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Jack era mi amigo. Pero tú, tú eres otra cosa, Lolly Har. Tú eres tormenta disfrazada de mujer. Ella río y fue la primera vez que alguien la oía reír de verdad desde hacía años. Se besaron ahí mismo, entre la paja y el olor a caballos y a libertad recién ganada. El rancho corazón roto nunca más volvió a tener ese nombre.
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Los vaqueros empezaron a llamarlo rancho de la viuda valiente. Y cuando años después alguien preguntaba como una mujer sola había derrotado al hombre más poderoso del condado, los viejos contaban la historia junto al fuego. Porque el miedo le tiene miedo a las mujeres como Lily Hart y porque encontró al único hombre que no le tenía ni al [ __ ] ni a Harland Voss.
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Y así en las tierras donde el viento nunca deja de hablar nació una nueva leyenda, la de una viuda que no se rindió, un pistolero que volvió a creer en algo y un amor que nació entre pólvora, sangre de víbora y la promesa silenciosa de nunca más estar solos.