Encuentran a esta j0ven sin v1da por s0lo ser1… Ver más
La noche era espesa, de esas que se sienten en la piel. El camino de tierra estaba húmedo, rodeado de maleza, y el silencio solo se rompía por el murmullo de los insectos. Fue allí, entre sombras y hojas, donde la encontraron. El cuerpo de una joven yacía inclinado, como si el cansancio la hubiera vencido de golpe, como si aún intentara levantarse para dar un paso más.
Pero no lo dio.
La luz improvisada iluminó su ropa oscura, el brillo apagado de una prenda que ya no contaba historia por sí sola. Su postura parecía un gesto inconcluso, un instante congelado entre la vida y algo que nadie quería nombrar en voz alta. No había señales de lucha visibles desde lejos, solo una quietud que dolía, una quietud que gritaba.
“Era tan joven…”, murmuró alguien.
“¿Qué hacía aquí?”, preguntó otro.
Y el silencio volvió a caer, más pesado que antes.
La imagen se difundió rápido. Un cuerpo joven en la oscuridad, rodeado de vegetación, como si el mundo hubiera decidido esconderla después de arrebatársela. Y entonces apareció la frase que duele más que cualquier otra: por solo ser…
Por solo existir.
Por solo caminar.
Por solo ser quien era.
Nadie habla de sus sueños en las primeras noticias. Nadie menciona sus risas, sus miedos, sus planes guardados en silencio. En las primeras horas, una vida entera se reduce a una foto borrosa y a un titular incompleto. Pero detrás de esa imagen hubo mañanas con prisas, mensajes sin responder, promesas pequeñas que parecían seguras.
Quizás salió pensando que volvería pronto. Quizás no le dijo a nadie porque no quería preocupar. Quizás confió en que el camino era seguro, en que la noche no tenía dientes. La confianza, a veces, es un lujo que cuesta caro.
El lugar donde la hallaron no era un sitio lejano del mundo, era un rincón más, uno de tantos que parecen inofensivos hasta que dejan de serlo. La maleza guardó el secreto durante horas. La oscuridad fue testigo muda. Y el tiempo pasó sin piedad.
Cuando llegaron más personas, nadie sabía qué decir. Algunos miraban al suelo, otros al cielo. Nadie quería sostener la mirada demasiado tiempo sobre ella, porque hacerlo era aceptar una verdad incómoda: que la violencia no siempre avisa, que la injusticia no siempre tiene explicación, que hay vidas que se apagan sin razón suficiente.
La rabia se mezcló con el dolor.
La tristeza con el miedo.
Las preguntas con el vacío.
“¿Hasta cuándo?”
“¿Cuántas más?”
“¿Por qué?”
Preguntas que se repiten como un eco, sin respuesta clara. Porque a veces no hay palabras que reparen lo irreparable. Porque a veces el motivo es tan absurdo que cuesta creerlo. Por solo ser… Esa frase incompleta pesa más que cualquier explicación larga.
Ella no es solo una imagen. No es solo un caso. No es solo una estadística. Fue alguien que respiró, que sintió, que tuvo nombre, aunque hoy muchos no lo conozcan. Fue alguien que merecía volver a casa.
La noche siguió su curso. Las luces se apagaron. La gente se fue dispersando lentamente. Pero el lugar quedó marcado. Y quienes vieron la escena no la olvidarán. Porque hay imágenes que se quedan grabadas, no en la memoria, sino en la conciencia.
Que esta historia no se pierda entre tantas. Que no se quede en el “Ver más”. Que duela lo suficiente como para recordarnos que ninguna persona debería perder la vida por el simple hecho de ser quien es.
Porque cuando una joven es encontrada sin vida, no solo se apaga una historia. Se rompe algo en todos.
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