El AMIGO de mi MARIDO. | El ESCAPE FRUSTRADO

  • El amigo de mi marido me miró con una sonrisa que parecía guardada desde hacía años, como si la hubiese estado ensayando solo para ese momento. Con una de man seguro, abrió la puerta y dijo, “Pasa adelante, estás en tu casa.” El perfume que llevaba se extendió por la sala como un velo invisible, un olor penetrante a maderas dulces y especias que se mezclaba con el polvo antiguo de los cortinajes.
  • Llevaba una chaqueta de piel oscura que brillaba bajo la luz amarillenta del bombillo del techo, una camisa perfectamente planchada y el pelo con ese orden meticuloso que delata a quienes nunca se permiten el descuido. ¿Y tú vas a una fiesta? Y le pregunté sin poder ocultar la curiosidad. Él me miró con un destello en los ojos, como quien se sabe observado y se complace en ello.
  • Y sí, voy a los 15 años de mi sobrina, la hija de mi hermana, que hoy está de manteles largos. Por poco y no te encuentro entonces, le dije tratando de sonar indiferente. Sí, ya estaba por salir, pero no te preocupes, hay más tiempo que vida. Al decirlo, dejó caer su chaqueta sobre el respaldo de una silla y en ese instante el crujir del cuero resonó como un secreto guardado.
  • Afuera, los ladridos lejanos de un perro rompían el silencio de la calle y el tic tac del viejo reloj de pared marcaba cada segundo con la paciencia de un testigo silencioso. “Y dime”, añadió él bajando un poco la voz, “Aquel uno sigue enfiestado?” Yo bajé la cabeza y asentí sin decir palabra, y el ruido de mis propias respiraciones me pareció más fuerte que todo lo demás.
  • “Siéntate”, dijo él. “Voy a traerte algo de tomar”. El sonido de sus pasos en el corredor de mosaicos fue desapareciendo hacia la cocina. Lo escuché abrir gavetas, mover vasos, como si su presencia se repartiera por toda la casa. Desde mi asiento podía ver la chaqueta de piel sobre la silla como si me vigilara, como si guardara la memoria de todo lo que él había vivido.
  • Regresó con un vaso en la mano y el jugo de naranja brillaba con el color de un sol atrapado en cristal. Me lo extendió y mientras lo hacía, sus ojos se clavaron en los míos con una firmeza que me obligó a sostenerle la mirada. “¿Cuánto no daría yo por haberte conocido antes que él?”, dijo con voz grave. Es que tú vales oro y te lo digo con todo respeto.
  • Me tembló la mano al recibir el vaso. Sé que tu marido es mi mejor amigo continuó. Pero desde que tú lo descubriste con esa mujer, ya no suelta la botella y se ha olvidado de ti. No es por nada, pero debes darte cuenta. Él sufre por ella. Sí, está contigo, pero la vida que te da es como si no estuviera. El silencio en la sala pesaba tanto como las palabras que acababa de pronunciar.
  • Yo respiré hondo y sentí que el aire me raspaba por dentro. “Y dime, ¿qué puedo hacer por ti hoy?”, me preguntó inclinándose hacia mí con esa mirada que parecía querer arrancarme la verdad del pecho. Suspiré y tragué saliva. Me da mucha pena. La verdad es que no tengo para pagar el servicio eléctrico. Ya debemos dos meses y de no ser porque la casa es de mi marido, ya nos habrían desalojado.
  • Él entrecerró los ojos como quien escucha un secreto demasiado doloroso. Si tú me dieras una oportunidad, ya no andarías con estas penas, me dijo. Pero no quiero presionarte. Déjame tus recibos, yo los voy a pagar. sacó del bolsillo un fajo de billetes y lo dejó sobre la mesa junto al florero de cristal vacío que aún conservaba los tallos marchitos de unas rosas que habían muerto hace semanas.
  • Dimira añadió, “Toma esto en efectivo, quizá te sirva de algo.” Bueno, nos vamos que tengo que salir de este compromiso, pero por cualquier cosa sabes que aquí estoy me dijo. El amigo de mi marido estaba tan impregnado en mi mente que yo misma comenzaba a temerme. Sus palabras no eran solo recuerdos, sino ecos que se repetían en las paredes de mi conciencia, como un murmullo persistente que no quería callar.
  • Él sufre por aquella mujer, me había dicho y esa frase se me enredaba en el pecho como una espina invisible. Miré a mi marido tendido en el sofá con una botella medio vacía descansando sobre su muslo y sentí que mi corazón se estremecía. Tal vez era cierto. Quizá yo era un estorbo en su vida, la sombra que lo obligaba a beber, la presencia que lo alejaba de la alegría.
  • Pensé en darle una oportunidad a su amigo. Imaginé sus gestos, la seguridad de sus palabras, la firmeza de su mirada, pero luego el rostro de mi madre apareció en mi memoria como un espejo severo. Una buena mujer debe estar en las buenas y en las malas, solía decirme. ¿Cómo les diría a mis padres que quería rehacer mi vida con otro hombre y peor aún con el amigo de mi marido? Suspiré y con delicadeza acomodé una almohada bajo la cabeza de mi marido, que respiraba con el ritmo lento de un hombre derrotado por el vino. Fue
  • entonces cuando sonó el timbre de la casa, rompiendo el silencio con un eco metálico que recorrió todas las habitaciones. Al abrir la puerta sentí como si lo hubiera invocado con mis pensamientos. Allí estaba él, el amigo de mi marido. Llevaba una bolsa en la mano izquierda y la derecha oculta tras su espalda parecía guardar un secreto.
  • “Espero no molestarte”, me dijo con una sonrisa que rozaba la osadía. “¿Puedo pasar?” “Claro, estás en tu casa”, le respondí y abrí más la puerta. Entró despacio y sus ojos fueron de inmediato hacia mi marido dormido en el sofá. suspiró levemente como quien observa a alguien a punto de perderse para siempre y luego me extendió la bolsa.
  • “Te traje esto y también me tomé el atrevimiento de comprarte estas flores.” Descubrió entonces su brazo derecho y en su mano apareció un ramo fresco, lirios blancos entremezclados con rosas rojas. El contraste era tan bello que por un instante olvidé respirar. Te agradezco mucho el gesto”, le dije tomando las flores y aspirando su aroma que llenó la sala con un perfume intenso.
  • “Pero no sé cuál sea el propósito. Sabes que soy una mujer casada y no puedo recibir flores solo por recibirlas.” “No, tranquila,” respondió mirándome con una calma calculada. Solo las traje como un gesto de amistad. Yo las observé entre mis manos, tan frágiles y tan vivas, que parecían desafiar la tristeza que reinaba en la casa.
  • De pronto, mi marido se agitó en el sofá, parpadeó como si despertara de un sueño espeso y al verlo, saludó con alegría inesperada. “¡Qué gusto verte! “Ven, siéntate un momento conmigo. Pasé por aquí a verlos”, contestó su amigo con naturalidad. Pero veo que no te estás portando bien. Mi marido lo miró fijo, con los ojos enrojecidos y vidriosos, y respondió con un lamento que parecía venir desde el fondo de su derrota.
  • “¿Y cómo voy a portarme bien si ya no tengo a la persona que me inspiraba vida?” El amigo lo contempló un instante, luego puso su mano sobre su hombro con una delicadeza que parecía ensayada y dijo, “Tranquilo, anda, te acompaño a tu habitación.” Allí platicamos un rato y descansas. Ya más tarde vas a estar bien.
  • Lo tomó del brazo con firmeza, como si lo rescatara de un precipicio, y se lo llevó por el pasillo hacia la habitación. Yo me quedé sola en la sala con las flores en las manos y el aroma de su perfume confundido con el de los lirios. Y en ese instante comprendí que el verdadero miedo no era a él, sino a lo que estaban haciendo dentro de mí.
  • Vi como el amigo de mi marido lo sostenía del brazo mientras lo llevaba a la habitación. Me quedé en la sala con las flores aún entre mis manos y comprendí que mi marido ya no le era grata mi presencia. Un buen rato después escuché que la puerta de la habitación se cerraba suavemente. El silencio de la casa era tan profundo que podía oír el zumbido de la nevera en la cocina y el crujido de la madera bajo mis propios pasos.
  • Puse las flores en un florero de cristal que llevaba semanas vacío y de pronto la sala pareció recobrar un poco de vida. Al poco rato, el amigo de mi marido regresó solo. Caminaba despacio con la chaqueta en un brazo y la otra mano en el bolsillo. Se quedó de pie frente a mí sin decir nada por unos segundos, como si buscara el valor de poner en palabras lo que ya estaba en su mirada.
  • Ya se quedó dormido, dijo al fin, creo que le hará bien descansar. Yo asentí en silencio, sintiendo que la voz me temblaría si intentaba contestar. Entonces él se acercó a la mesa y tomó una de las flores del ramo y con suavidad la colocó en mis manos. “Tú también necesitas algo de calma”, susurró.
  • “Siempre piensas en los demás, pero ¿quién piensa en ti?” Sus palabras me golpearon en lo más hondo. El reloj de pared marcaba las horas con su tic tac implacable y en ese compás lento me di cuenta de que estaba demasiado cerca de él. Podía sentir el perfume de su piel, escuchar su respiración, notar el peso de su mirada.
  • Me aparté un paso buscando un poco de aire. “No deberías decir esas cosas”, le murmuré. Somos buenos amigos de alguna manera. Él sonrió apenas con una mezcla de tristeza y ternura. Precisamente por eso me duele verte así, porque sé que mereces más de lo que recibes. Yo jugueteaba con el tallo de la flor que me había entregado, incapaz de sostenerle la mirada.
  • “No sabes lo que me cuesta estar aquí”, dijo con voz grave. “Me prometí nunca cruzar una línea con la familia de mi mejor amigo, pero cada vez que te veo me es imposible no sentir que mereces algo mejor.” Sentí que la sangre me subía al rostro. Lo miré por un instante y luego bajé la vista como si temiera que mis ojos me traicionaran.
  • No digas eso le respondí en un susurro. Yo soy una mujer casada y aunque mi matrimonio esté hecho pedazos, sigo siendo la esposa de él. ¿Y de qué sirve un matrimonio cuando te deja sola, incluso estando acompañada? Y preguntó con una sinceridad que me desarmó. Yo lo he visto, lo he escuchado y créeme que me duele porque tú has estado allí luchando por sostener algo que él ya dejó caer hace tiempo.
  • Sus palabras me atravesaron y me llevé la mano al pecho tratando de ordenar lo que sentía. ¿Y qué quieres que haga yo?, pregunté al borde de las lágrimas. Mis padres me criaron para resistir, para no abandonar, para soportar las malas rachas. Mi madre me lo repite siempre. Una mujer de verdad no huye, permanece y yo yo me siento atrapada entre lo que debo hacer y lo que en verdad quiero.
  • Él guardó silencio un instante, como si escogiera con cuidado lo que iba a decir. Luego se levantó despacio, caminó hasta la ventana y apartó un poco la cortina. La calle estaba vacía, salvo por un perro que cruzaba la cera. Lo único que quiero, dijo sin volverse, es que tengas presente que no estás sola, que si un día decides salir de esa jaula, aquí estaré.
  • No para presionarte, no para exigirte nada, solo para cuidarte como mereces. Sentí que el corazón me golpeaba con fuerza. Era la primera vez que alguien me hablaba de ese modo, con esa mezcla de respeto y verdad. Y si nunca decido salir”, dije con voz temblorosa. Entonces giró hacia mí y sus ojos se encontraron con los míos y en ellos vi un brillo que me estremeció.
  • “Entonces me quedaré con este secreto”, dijo suavemente. “Pero al menos sabrás que hubo alguien que te amó en silencio.” Las flores sobre la mesa parecieron más vivas en ese instante, como si hubieran comprendido el peso de aquellas palabras. Yo me quedé allí con la garganta cerrada, sabiendo que esa confesión había cambiado algo en mí para siempre.
  • El amigo de mi marido no insistió, solo tomó asiento frente a mí, cruzó los brazos y me miró en calma, como si quisiera hacer un refugio. Me quedé mirando las flores sobre la mesa con los dedos temblando alrededor del tallo. Sentí que el corazón me latía en la garganta y en ese impulso de valentía que solo nace cuando el alma ya no soporta callar más, hablé.
  • E no sabes lo difícil que es para mí escucharte, dije con la voz quebrada. Porque no todo lo que dices me yere. Hay cosas que me conmueven, que me hacen sentir viva otra vez. Él me miró sorprendido, como si no esperara que yo rompiera el muro que me había construido. Yo no debería confesarte esto, continué. Pero desde hace un tiempo me descubro pensando en ti más de lo que quisiera y me da miedo, miedo de mí misma, de lo que soy capaz de sentir.
  • La expresión de su rostro cambió. No había triunfo en sus ojos ni soberbia, solo un brillo contenido, como quien recibe una verdad que había deseado escuchar, pero que también lo atormenta. Sabía que algo nos unía dijo en voz baja. No quería creerlo, no quería ponerlo en palabras porque eso lo hace más real.
  • Me llevé las manos a la cara intentando esconder el calor de mis mejillas. ¿Cómo le explicaría esto a mis padres? ¿Cómo le diría a mi madre que estoy cansada de ser la mujer que aguanta, la que permanece, la que calla? ¿Cómo mirar a mi padre a los ojos y admitirle que en silencio estoy amando a otro hombre? Él se acercó despacio y se quedó a un paso, respetando la frontera invisible que no separaba.
  • “No tienes que explicárselo a nadie todavía”, susurró. Esto, lo que acabas de decir, ya es un peso demasiado grande para ti. Déjame llevarlo contigo, aunque sea en silencio. Lo miré entonces directamente a los ojos y allí, en ese instante, sentí que todo lo prohibido y lo inevitable se habían juntado en un mismo suspiro. “Solo te pido,” le dije, casi sin voz, “que no me dejes sola en este sentimiento.
  • ” Él cerró los ojos un segundo, como si atesorara la confesión en lo más hondo de su ser. Luego asintió lentamente. “Nunca”, respondió. “Entonces déjame llevar algunas cosas y nos vamos”, le dije. Caminé hacia la habitación donde guardaba una pequeña maleta debajo de la cama. La arrastré con torpeza, como si aquel objeto pesado me condenara y liberara al mismo tiempo.
  • Él me siguió con la mirada, sin decir palabra, mientras yo abría cajones y doblaba con prisa un par de vestidos, un par de zapatos y lo poco que consideraba necesario. Cada prenda que guardaba me temblaba en las manos, como si fueran pruebas de una traición inevitable. ¿De verdad nos vamos entonces?, preguntó él desde la puerta con voz grave.
  • No puedo seguir aquí”, le respondí casi en un susurro. “No quiero envejecer en esta casa llena de botellas vacías y silencios que me matan poco a poco.” Él entró a la habitación y se inclinó para ayudarme a cerrar la maleta. Nuestros dedos se rozaron sobre el cierre metálico y ese contacto mínimo fue como un pacto sellado sin palabras.
  • “Entonces vámonos”, dijo con determinación. Yo estoy listo para enfrentar lo que venga. Me quedé mirándolo con un nudo en la garganta. Por primera vez en mucho tiempo sentí que tenía una salida, un respiro, una vida esperándome más allá de esas paredes. Caminamos hacia la sala.
  • Él tomó la maleta con una mano y con la otra intentó abrir la puerta, pero justo en ese instante escuchamos un ruido detrás nuestro. Mi marido estaba de pie. ¿Y esto qué significa? preguntó con la voz rota, pero cargada de una lucidez inesperada. Sentí que el ramo de flores en la mesa nos observaba como un testigo incómodo de una verdad imposible de ocultar.
  • No pude moverme, ni siquiera fui capaz de retirar mi mano de la puerta. Mi marido enfrentando su dolor, su amigo cargando mi decisión y yo en medio, prisionera de la elección que cambiaría nuestras vidas para siempre. Pero no me atreví a salir. Me quedé y hoy, muchos años después, me arrepiento de no haber salido de esa puerta.
  • Quiero darte las gracias por escuchar y dedicar tiempo a mis relatos. Y antes de despedirme, quiero recomendarte a que te suscribas a mi canal y que actives la campanita sin olvidarte de oprimir el pulgar arriba como muestra de que ha sido de tu agrado. Un fuerte abrazo de tu amiga Lucy. Hasta la próxima. Ah. Ah.