Esta influencer era así de hermosa, como se ve abajo y se convirtió en esto… Ver más

Hubo un tiempo en que su rostro parecía hecho de luz. La cámara la buscaba y ella, sin darse cuenta, devolvía al mundo una calma rara, una belleza que no pedía permiso. Abajo, en esas fotos antiguas, la sonrisa era suave, el gesto natural, la piel viva. No era solo cómo se veía: era lo que transmitía. Una influencer que no gritaba, que no imponía, que simplemente estaba… y eso bastaba.
La gente decía que era “auténtica”. Que no necesitaba filtros. Que su presencia tranquilizaba. Y ella lo leía todo, en silencio, creyendo que tal vez exageraban. Porque cuando uno crece bajo miradas constantes, aprende a desconfiar incluso del cariño. Aprendes a pensar que si te quieren es porque cumples algo. Una forma. Un estándar. Un reflejo.
El cambio no llegó de golpe. Nunca llega así. Llegó en forma de comentarios pequeños, casi invisibles: “¿Estás bien?”… “Te ves más delgada”… “Antes brillabas más”. Palabras que parecen preocupación, pero que se clavan como semillas. Y las semillas, cuando encuentran terreno fértil, crecen. Aunque duelan.
Arriba, en la imagen más reciente, el cuerpo es otro. El rostro es otro. La misma persona, sí, pero atravesada por una historia que no cabe en una foto. Los ojos siguen ahí, intentando sostenerse, intentando decir algo que la boca ya no sabe cómo explicar. La belleza sigue existiendo, pero ahora convive con el cansancio, con la fragilidad, con una lucha que nadie aplaude.
Porque nadie ve las madrugadas sin dormir. Nadie ve el espejo evitado. Nadie ve el miedo a comer, el miedo a no comer, el miedo a desaparecer y, al mismo tiempo, a ocupar demasiado espacio. Nadie ve cómo el cuerpo se convierte en un campo de batalla donde la mente dispara sin tregua.
“¿En qué se convirtió?”, preguntan algunos.
Como si no siguiera siendo humana.
Como si no siguiera siendo digna.
Como si el valor estuviera atado a una silueta.
La influencer sigue ahí. Respira. Camina. Publica a veces. Pero ahora cada paso pesa más. No por debilidad, sino por todo lo que carga. Expectativas ajenas. Juicios gratuitos. Comparaciones crueles. Y una voz interna que aprendió a hablar el idioma del daño.
Esta historia no es sobre perder belleza. Es sobre perder la paz. Sobre cómo el mundo puede tomar a alguien hermoso y convencerlo de que no lo es. Sobre cómo la fama no protege, no cuida, no abraza. Solo observa.
Tal vez algún día vuelva a mirarse con ternura. Tal vez algún día el “antes” y el “después” dejen de ser armas. Tal vez algún día entendamos que nadie “se convierte en esto”, sino que atraviesa algo. Y que eso merece respeto, silencio, y compasión.
Porque detrás de cada imagen viral hay una persona intentando sobrevivir.
Y eso… eso también es belleza.
Detalles en la sección de comentarios.
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TRUMP BOMBARDEA NIGERIA, EL MAYOR PRODUCTOR DE CRUDO DE ÁFRICA

Estados Unidos acaba de abrir un nuevo frente militar en el país africano más poblado del mundo y dueño de 37 mil millones de barriles en reservas petroleras. La excusa oficial: “defender cristianos”. La realidad: Nigeria es el premio energético más grande del continente.
Los números no mienten. Nigeria produce 1.7 millones de barriles diarios, posee las mayores reservas de gas de África con 210 billones de pies cúbicos, y es el 5to productor mundial de tierras raras. También tiene vastos depósitos de litio, cobalto y oro, minerales críticos que EE.UU. necesita desesperadamente para competir con China en la transición energética.
Y ahí está el problema para Washington: China ya invirtió $1.3 mil millones en la industria de litio nigeriana y compra gran parte de su producción. El Pentágono ya propuso establecer una base militar en Port Harcourt, el corazón petrolero del Delta del Níger. Casualmente, justo donde están las refinerías y oleoductos.
Trump lanzó misiles Tomahawk en Navidad contra Sokoto, una región de mayoría musulmana donde no existe ningún “genocidio cristiano” documentado. Los residentes del pueblo de Jabo, donde cayeron escombros, declararon que nunca han sufrido ataques terroristas y que cristianos y musulmanes conviven en paz.
Los datos lo confirman: de 20,400 civiles muertos desde 2020, más musulmanes que cristianos fueron víctimas. Pero esa verdad no sirve para justificar bases militares junto a los pozos petroleros.
“Viene más”, advirtió Pete Hegseth. El patrón se repite: Irak tenía armas de destrucción masiva, Venezuela tiene “narcotráfico”, Nigeria tiene “genocidio cristiano”. Todos tienen petróleo.