Cuidad0 si tu pareja te p1de p0r atrás es que ya ….Ver más

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Ella estaba recostada sobre la cama, exactamente como en la imagen, apoyada sobre sus brazos, con el cuerpo girado y la mirada perdida hacia un punto invisible. El pijama claro, suave, casi infantil, contrastaba con el peso enorme que sentía en el pecho. A simple vista, cualquiera diría que era una escena tranquila, incluso tierna. Pero dentro de ella, todo estaba revuelto.

Ese día había sido largo. No por lo que pasó afuera, sino por lo que llevaba tiempo ocurriendo dentro de su relación. Mientras respiraba lento, recordó la primera vez que él le hizo esa petición. No fue directa, no fue brusca. Vino envuelta en bromas, en risas nerviosas, en palabras disfrazadas de confianza. Ella se rió también, sin saber por qué, aunque por dentro algo se le encogió.

“Es normal”, le dijo él aquella vez. “Es parte de la confianza”, repitió después. Y ella, queriendo creer, queriendo no ser la que “complica las cosas”, guardó su incomodidad en silencio. Pensó que quizá era timidez, falta de experiencia, miedo injustificado. Pensó que el amor implicaba adaptarse.

Pero con el tiempo, la petición dejó de ser una broma. Se volvió insistencia. Y la insistencia se volvió expectativa. Cada vez que ella dudaba, él cambiaba el tono. Ya no era risa, era decepción. Ya no era ternura, era presión. Y ella comenzó a sentirse observada, medida, evaluada.

Recostada en la cama, acarició distraída la tela del pijama. Recordó cómo antes él la miraba distinto. Antes la escuchaba. Antes preguntaba si estaba bien. Ahora parecía más interesado en una idea que en ella misma. En cumplir un deseo, no en cuidar a la persona que decía amar.

Las noches se volvieron difíciles. Ella ya no dormía tranquila. Pensaba demasiado. Se preguntaba si estaba exagerando, si era ella la que estaba mal, si tal vez el problema era su mente. Pero cada vez que intentaba poner un límite, algo dentro de él se enfriaba. Y ese frío dolía más que cualquier discusión.

“Si no quieres, está bien”, decía él, pero su silencio posterior gritaba lo contrario. Ella aprendió a reconocer esa distancia, esa forma de castigar sin palabras. Y poco a poco, empezó a ceder no por deseo, sino por miedo. Miedo a perderlo. Miedo a quedarse sola. Miedo a no ser suficiente.

Esa tarde, en la misma postura que muestra la imagen, se dio cuenta de algo importante: ya no se sentía segura. Su cuerpo estaba ahí, pero su mente quería escapar. Ya no se sentía respetada, solo tolerada mientras cumpliera con lo que él esperaba.

Las lágrimas no salieron de inmediato. Primero vino la tristeza profunda, luego la rabia contenida. Pensó en cuántas veces había ignorado su intuición. En cuántas veces había dicho “sí” cuando todo dentro de ella gritaba “no”. Y entendió algo doloroso: cuando alguien insiste en cruzar tus límites, ya no es amor, es egoísmo.

Respiró hondo. Se miró a sí misma como hacía tiempo no lo hacía. No como pareja, no como alguien que debía complacer, sino como mujer, como persona. Se preguntó cuándo había dejado de escucharse. Cuándo había normalizado sentirse incómoda para que otro estuviera satisfecho.

El título de todo aquello se le formó claro en la cabeza, casi como una advertencia que hubiera querido leer antes: cuidado cuando alguien te pide algo que te hace sentir mal y lo disfraza de amor. Porque cuando el respeto se pierde, la relación ya está cambiando, aunque uno no quiera aceptarlo.

Esa noche no habló con él. No porque no tuviera qué decir, sino porque por primera vez decidió escucharse primero. Sabía que se avecinaban decisiones difíciles. Conversaciones incómodas. Tal vez despedidas. Pero también sabía que seguir así la estaba rompiendo por dentro.

Se acomodó un poco en la cama, abrazando una almohada, como buscando el consuelo que ya no encontraba en él. Y en ese gesto simple, silencioso, empezó algo nuevo: el valor de ponerse a sí misma en primer lugar.

Porque amar no es aguantarlo todo. Amar no es callar el dolor. Amar no es sentir miedo de decir lo que sientes. Y cuando una relación te obliga a traicionarte, quizá ya no sea un lugar seguro, por mucho cariño que haya existido antes.

Ella no tenía todas las respuestas. Pero esa noche tuvo algo más importante: claridad. Y a veces, eso es el primer paso para salvarse.

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