Estos son los signos de que está cr…Ver más
No empezó con algo grande. Nunca empieza así. Fue solo un dolor de cabeza. Uno de esos que aparecen después de un día pesado, de poco sueño, de demasiadas preocupaciones acumuladas. Se llevó las manos a la sien, apretó los ojos y pensó que pasaría. Siempre pasa… hasta que no pasa.
En la primera imagen, el dolor parece concentrarse en un punto exacto del cerebro, encendido como una alarma roja imposible de ignorar. No es solo dolor. Es presión. Es una sensación profunda, como si algo dentro estuviera fallando en silencio. Él no lo sabe aún, pero su cuerpo ya está intentando advertirle.
Luego viene la sangre.
Un hilo rojo mancha el pañuelo blanco mientras lo aprieta contra la nariz. No es la primera vez que sangra, pero esta vez es diferente. No hubo golpe. No hubo explicación clara. Solo ocurrió. Y aunque intenta restarle importancia, algo en su interior se inquieta. El cuerpo no hace cosas así sin razón.
El ojo aparece después. Enrojecido, irritado, como si hubiera llorado demasiado… aunque no recuerda haber llorado. La vista se nubla por momentos. Las luces molestan. Leer se vuelve difícil. Mirar de frente duele. Y aun así, sigue adelante, convencido de que exagerar sería una pérdida de tiempo.
Hasta que el dolor baja al hombro.
Un ardor intenso, profundo, que se instala sin permiso. No es un simple músculo cansado. Es una molestia que no cede, que se extiende, que limita. Levantar el brazo cuesta. Dormir es incómodo. El cuerpo, una vez más, habla. Y una vez más, él no escucha del todo.
Estas imágenes no son escenas aisladas. Son piezas de un mismo mensaje. El problema es que el mensaje llega en un idioma que muchos ignoran: el idioma de los síntomas. Porque vivimos apurados, acostumbrados a resistir, a normalizar el malestar, a decir “luego voy al médico”, “seguro se me pasa”.
Pero el cuerpo no grita de inmediato. Primero susurra.
Susurra con dolores persistentes.
Con sangrados inexplicables.
Con cambios en la visión.
Con molestias que aparecen sin causa aparente.
Y cuando no se le escucha… sube la voz.
Esta historia no busca asustar. Busca despertar. Porque detrás de cada imagen hay alguien que pensó que no era grave. Alguien que siguió trabajando, cuidando a otros, cumpliendo responsabilidades, mientras su propio cuerpo pedía atención.
Reconocer los signos no es debilidad. Es valentía. Es entender que cuidarse también es una forma de amar a quienes nos rodean. Porque nadie es invencible. Porque ignorar el dolor no lo hace desaparecer, solo lo retrasa.
Estas señales no siempre significan lo peor, pero siempre significan algo. Y escuchar a tiempo puede marcar la diferencia entre una advertencia y una consecuencia.
El cuerpo habla.
La pregunta es: ¿lo estamos escuchando?
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