LO QUE PASA CUANDO NOS BESAMOS CON LENGUA…Ver más
Nadie nos lo explica cuando somos pequeños.
Nadie se detiene a decirnos que un beso puede ser mucho más que un gesto. Que no es solo piel tocando piel, ni labios encontrándose por costumbre o deseo. Un beso con lengua es un idioma antiguo, uno que el cuerpo aprendió antes que la mente, uno que no necesita traducción.
La imagen lo revela de una forma casi inquietante. Dos personas frente a frente, los ojos cerrados, las manos sosteniendo el rostro del otro. Por fuera parece simple, incluso tierno. Pero por dentro… por dentro ocurre un universo entero.
Cuando las lenguas se encuentran, no es solo contacto. Es una conversación silenciosa. Las bocas se abren y, sin pedir permiso, se cruzan historias, memorias, miedos, expectativas. El cuerpo reconoce al otro en una fracción de segundo. Sabe si hay química, si hay rechazo, si hay algo que quiere quedarse… o huir.
El cerebro se enciende.
La dopamina empieza a fluir, esa sustancia traicionera que nos hace sentir euforia, emoción, ganas de repetir. La oxitocina aparece despacio, creando un vínculo invisible, un lazo que no se ve pero se siente. Es la misma que nos hace confiar, la que nos susurra que ahí estamos seguros, aunque no siempre sea verdad.
La lengua no es inocente.
Es sensible, curiosa, honesta. Recorre, explora, responde. No finge. Un beso con lengua delata lo que las palabras esconden. Si hay deseo, se nota. Si hay duda, también. Si hay ausencia de sentimiento, el cuerpo lo grita aunque la boca calle.
En ese instante, el tiempo se distorsiona. Un segundo puede sentirse eterno, o pasar tan rápido que deja una nostalgia inmediata. El corazón acelera, la respiración cambia, la piel se vuelve más consciente de sí misma. Todo el cuerpo participa, aunque solo dos bocas parezcan protagonistas.
Pero no todo es magia.
También hay riesgo, aunque pocos quieran hablar de ello. En un beso profundo se intercambian bacterias, emociones, estados de ánimo. Se comparte más de lo que creemos. Por eso hay besos que dejan paz… y otros que dejan inquietud. Hay besos que reconfortan y besos que confunden.
La imagen, al mostrar lo que hay debajo de la piel, nos recuerda algo importante: cuando besamos con lengua no solo tocamos labios, tocamos vulnerabilidades. Nos abrimos. Dejamos entrar al otro, aunque sea por un instante. Y eso siempre tiene un impacto.
Por eso algunos besos se recuerdan toda la vida.
No por lo que llevaron después, sino por lo que despertaron en ese momento. Porque hubo besos que fueron promesa, otros despedida, otros error. Besos que iniciaron historias… y besos que las terminaron sin decir una sola palabra.
Un beso con lengua no miente.
El cuerpo no sabe actuar.
El cuerpo siente.
Y quizá por eso seguimos buscando ese beso perfecto. No el más intenso, ni el más largo, sino el que nos haga sentir que, por un instante, todo encaja. Que estamos donde debemos estar. Que no hace falta hablar.
Porque cuando nos besamos así, aunque sea solo un momento, dejamos de estar solos.
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