Sus padres se fueron de este mundo, mientras la buscaban dese… Ver más

Así hallaron a menor desaparecida: sus padres murieron buscándola

Guillermo León y Paola Jiménez se accidentaron en una moto mientras buscaban a su hija.

 

Medios de comunicación de Putumayo informaron sobre la aparición de Marly Janey León Jiménez, de 16 años, tras estar desaparecida desde el pasado viernes 11 de octubre en la población de Orito.
La adolescente, voluntaria de la Cruz Roja, habría tenido un accidente y desde entonces no llegaba a su casa ni se comunicaba con sus padres Guillermo León y Paola Jiménez. La angustia se apoderó de ellos por lo que comenzaron su búsqueda.
El pasado domingo, la pareja de esposos recibió información sobre el posible paradero de la estudiante de grado 10 por lo que Guillermo tomó su moto y junto a su esposa salieron a buscarla. Era tanta la zozobra que se excedieron en velocidad y el padre perdió el control del vehículo, se salió de la vía y chocó contra un árbol.

La mujer murió en el sitio y el hombre, horas después en un centro médico. Fallecieron sin conocer el paradero de su pequeña, algo muy doloroso para ellos.

El martes se conoció que la Policía de Infancia y Adolescencia realizó un operativo en la Terminal de Transportes de Cali y, supuestamente, allí la encontró junto con un hombre. La joven habría afirmado que se fue de su casa por decisión propia y expresó estar destrozada por la suerte de sus padres.

La menor fue rescatada y trasladada a su ciudad de origen, además, las autoridades entre ellas el Bienestar Familiar, restablecieron sus derechos.

Por redes sociales la noticia ha causado conmoción, sobre todo por la muerte de los padres en medio del desespero por conocer dónde estaba su hija.

 

Por el momento no hay mayores detalles del caso, solo que los esposos están sepultados y la menor bajo custodia de otro pariente, mientras le siguen realizando exámenes médicos.

El Secreto de los Gemelos en la Acera

El Secreto de los Gemelos en la Acera

Era una tarde fría en São Paulo.
El ruido del tráfico y las bocinas llenaba la avenida cuando el multimillonario Pedro Monteiro bajó de su coche negro para dar un breve paseo.
Acababa de salir de una reunión tensa — con la cabeza llena de números, plazos y decisiones — cuando un llanto débil rompió el ruido de la ciudad.

En la acera, una mujer yacía desplomada, pálida y temblando, con una bolsa gastada a su lado.
A su alrededor, dos bebés gemelos lloraban desesperados, tirando de la manga de su madre para intentar despertarla.

Sin pensarlo dos veces, Pedro corrió hacia ellos.
— ¿Señora, me escucha? — preguntó, arrodillándose a su lado.

No hubo respuesta.Se quitó el saco y cubrió sus hombros con cuidado, mientras una pequeña multitud comenzaba a reunirse.

Pero al mirar a los bebés, Pedro se quedó paralizado.

Tenían los mismos ojos azules que él.
El mismo cabello castaño.
Incluso el mismo hoyuelo en la mejilla izquierda que lo acompañaba desde niño.
Era como mirar dos pequeñas versiones de sí mismo.

Pocos minutos después, llegó la ambulancia y los paramédicos colocaron a la mujer en una camilla.
Cuando preguntaron con quién se quedarían los niños, los gemelos se aferraron a las piernas de Pedro y comenzaron a llorar aún más fuerte.

— Señor — dijo uno de los socorristas en voz baja — parece que lo conocen.

Mientras la ambulancia se alejaba, Pedro quedó allí, inmóvil en medio de la calle, sosteniendo a los dos bebés en brazos, rodeado de flashes de curiosos —
el millonario de traje impecable, abrazando a dos hijos de una mujer desconocida… idénticos a él.

Esa noche, Pedro no pudo dormir.La imagen de aquellos rostros — su propio reflejo — lo atormentaba.A la mañana siguiente, llamó a su abogado.

— Descubra quién es esa mujer. Ahora.

Horas más tarde, el informe llegó.
Su nombre era Camila Duarte — una exempleada de su empresa que había desaparecido hacía cinco años sin dejar rastro.Pedro sintió que el piso se le desmoronaba bajo los pies.La recordaba.

Una joven dedicada, dulce… y un breve romance que él había preferido olvidar.

Cuando llegó al hospital, encontró a Camila despierta, pero débil, con los ojos llenos de lágrimas.Lo miró en silencio — un silencio pesado, lleno de respuestas que él no quería oír.

En sus brazos, los gemelos dormían tranquilos, ajenos al torbellino que los rodeaba.

Pedro tragó saliva.
— ¿Son… mis hijos? — preguntó, con la voz entrecortada.

Camila asintió, dejando que las lágrimas cayeran por su rostro.
— Intenté decírtelo… pero me despidieron antes de que pudiera. Después, no quise nada de ti. Solo crié a mis hijos con lo poco que tenía.

Pedro se arrodilló junto a la cama, sin palabras.
Toda su fortuna, su poder y su prestigio no valían nada frente a esas dos pequeñas vidas — las que nunca supo que existían.

En ese instante comprendió que el destino lo había detenido en aquella acera por una razón.
Y por primera vez en muchos años, Pedro Monteiro lloró.

Porque, entre el concreto y el caos de São Paulo, no encontró solo a una mujer en apuros.
Encontró la verdad, el arrepentimiento… y los hijos que el tiempo le había ocultado.