El BUKI OYE a una NIÑITA CIEGA de 5 AÑOS CANTAR con el ALMA HERIDA… Lo que HACE es DIVINO
Marco Antonio Solís estaba en la panadería San Miguel cuando oyó una vocecita angelical que lo paralizó. Una niñita ciega de 5 años cantaba Si no te hubieras ido con una emoción que cortaba el corazón. Pero lo que el buuki descubrió sobre Ariatna cambiaría todo en cuestión de minutos. Un momento simple se transformó en algo que cambiaría dos vidas para siempre.
Esta historia va a tocar tu corazón de una forma que nunca esperaste. Eran las 7 de la mañana de un martes cualquiera en la bulliciosa avenida Álvaro Obregón, cuando Marco Antonio Solís, vestido con un sombrero discreto y lentes oscuros, salió de la panadería San Miguel cargando un café de olla humeante y conchas recién salidas del horno.
El aroma de canela y piloncillo todavía perfumaba el aire cuando una voz cristalina como campana de iglesia resonó por toda la banqueta. Si no te hubieras ido, sería tan feliz. Cantaba una vocecita que hizo que Marco Antonio se detuviera en seco, derramando unas gotas de café en su camisa blanca. No podía creer lo que escuchaba.
Era su propia canción, pero interpretada con una emoción tan pura y desgarradora que le puso la piel de gallina. siguió el sonido con la mirada y ahí la vio, una niñita de 5 años sentadita sobre un zarape desgastado de colores que alguna vez fueron brillantes. Sus ojitos estaban cubiertos por un pañuelo colorido de flores, pero su boquita se movía con la precisión de una cantante profesional.
Sus piecitos descalzos se balanceaban al ritmo de la melodía, marcando el compás como si hubiera estudiado música toda su vida. Válgame Dios”, murmuró Marco Antonio, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta. La niña no solo cantaba perfectamente su canción, sino que le estaba poniendo una interpretación que ni él mismo había logrado en sus mejores presentaciones.
Había algo en esa vocecita que llegaba directo al alma. Don Aurelio, el panadero de 60 años con bigote canoso que conocía a todo el mundo en la colonia, se asomó por la vitrina de su negocio. Órale, jefe, le gritó bajito a Marco Antonio. Esa niñita apareció desde hace tres días. Siempre viene a la misma hora, siempre cantando las mismas canciones románticas.
Me tiene preocupado porque se ve que no tiene a nadie. Frente a la pequeña Ariatna había una latita de atún vacía que servía como alcancía, donde algunos transeútes matutinos echaban moneditas de 50 centavos y un peso. La mayoría de la gente pasaba de largo, apurada por llegar a sus trabajos, pero había algo en esa voz que hacía que algunos se detuvieran, aunque fuera por unos segunditos.
Marco Antonio se acercó despacito, sin hacer ruido, y se dio cuenta de que la niña no solo conocía perfectamente la letra de si no te hubiera sido, sino que estaba improvisando versitos propios. Si no te hubiera sido, no estaría tan solita. Si no te hubiera sido, tendría quien me cuide. Cantaba con una tristeza que no debería conocer a su edad.
¿Cómo te llamas, chiquita? Le preguntó Marco Antonio agachándose para quedar a su altura. La niña dejó de cantar de inmediato y volteó la cabecita hacia donde venía la voz con una sonrisita tímida. “Me llamo Ariatna, señor. ¿Le gustó mi canción?”, respondió con una vocecita dulce como miel.
Es de el bukie, ¿verdad? Mi tía Esperanza siempre la ponía en el radio cuando hacía de comer. Dice que el buki canta bonito para los corazones rotos. Marco Antonio sintió que se le paraba el corazón. Esta niñita conocía su música, pero había algo más profundo ahí. ¿Y dónde está tu tía, mi niña?, le preguntó con la voz quebradita. Ariadna se puso seria y bajó la cabecita. No sé, señor.
Los señores de la casa donde dormía me dijeron que ya no podían cuidarme porque comían muy poquito y necesitaban ahorrar. Me dijeron que buscara a mi tía esperanza, pero no sé dónde está. Por eso canto, para que me dé dinero para comer. En ese momento, Marco Antonio se dio cuenta de que la niñita estaba temblando ligeramente.
La mañana estaba fría y ella solo traía puesto un vestidito de algodón finito y un suéter lleno de hoyitos. ¿Tienes hambre, Ariadna?, le preguntó ofreciéndole una de las conchas que había comprado. Los ojitos de la niña se iluminaron. Ay, sí, señor. No he comido nada sólido desde antier.
Nada más he tomado agüita de la fuente de allá cerca y unas tortillitas que me regaló la señora que vende flores. Marco Antonio sintió que se le encogía el corazón. Esta angelita estaba prácticamente sobreviviendo en la calle, pero su voz seguía siendo fuerte y afinada. ¿Desde cuándo andas aquí solita?, le preguntó mientras ella mordía la concha con desesperación. Desde hace tres días, señor, los señores me dejaron aquí en la mañana y me dijeron que esperara a que alguien viniera por mí, pero nadie ha venido, solo usted que me está hablando bonito.
Doña Carmen, la florista de la esquina de 55 años, se acercó reconociendo a Marco Antonio. “¡Ay, joven”, le susurró, “He estado viendo a esta niñita todos estos días. Duerme en un portal abandonado dos cuadras para allá. se tapa con periódicos y cartones. Yo traté de llevarla con las autoridades, pero se me escapó.