Mi Esposo Me Llamó ‘Vieja’ Por Su Amante. Pero Cuando Yo Empecé… ¿Él Lo Perdió Todo.
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Mi marido consolaba a su amante por teléfono. Cuando le presenté el acuerdo de divorcio, ni siquiera lo miró. Tomó la pluma estilográfica y estampó su firma con un rápido gesto. Cuando vendí nuestra villa por 5 millones de euros y regresé a casa de mis padres, mi familia política, que de repente se vio sin nada, se quedó completamente desolada. Cariño, no te enfades. Iré a verte mañana mismo. ¿Qué importa esa vieja si mi padre no me hubiera obligado a casarme con alguien de nuestro nivel en aquel entonces?
¿Crees que la habría mirado siquiera? Yo estaba de pie al otro lado de la puerta del despacho. El calor del té verde que acababa de preparar se desvanecía lentamente, como mi corazón, que se enfriaba a cada instante. La voz de Javier se filtraba por la puerta entornada. Su tono era tan dulce que resultaba hiriente, una dulzura que no me había mostrado en los últimos dos años. Tú eres mi verdadero amor. En cuanto le saque todo el patrimonio, me divorciaré de ella.
Engañarla es pan comido. Lleva años sin mirar un solo libro de cuentas de la empresa. Mis nudillos se pusieron blancos al apretar el borde de la taza. Qué irónico. Solo quería llevarle una taza de té y en cambio escuché la confesión más sincera que jamás me había hecho. Mi reflejo distorsionado temblaba en la superficie del té. Sofía Navarro, 30 años. En esta casa me había convertido en el hazme reír. Me retiré en silencio y dejé la taza sobre la consola del pasillo.
Luego volví a nuestro dormitorio. El corazón me latía con fuerza en el pecho, pero no derramé ni una lágrima. Dicen que cuando el dolor alcanza su punto máximo, las lágrimas se secan. Mi rostro se reflejaba en el espejo del tocador. Mi piel seguía lisa, pero ya se dibujaban finas arrugas alrededor de mis ojos. Esbosé una sonrisa forzada. La mujer del espejo me la devolvió, pero su mueca era más triste que cualquier llanto. 10 años de matrimonio, traicionados.
Rebusqué en el fondo de un cajón y saqué los papeles que ya tenía preparados. El tacto frío y liso del papel me calmó un poco. Era un acuerdo de divorcio que había redactado y modificado innumerables veces durante los últimos tres meses, cada cláusula revisada por mi abogado. Javier no sabía que la esposa a la que consideraba fácil de engañar ya no era la joven ingenua que una vez lo había arriesgado todo por amor. Respiré hondo y con el acuerdo y una pluma en la mano me dirigí al despacho.

Mis pasos eran ligeros, absorbidos por la gruesa alfombra, como todas las penas que me había tragado durante años. A través de la puerta seguía oyendo a Javier consolar a su joven amante. ¿Te gustó el juego de joyas que te compré? Es mucho mejor que cualquiera de los de Sofía. Por supuesto, eres mucho más guapa que ella. Abrí la puerta de par en par. Javier se giró sorprendido. Aún tenía el móvil pegado a la oreja y la expresión melosa de su rostro se congeló al instante.
Colgó a toda prisa y forzó una sonrisa. Sofía, ¿por qué entras sin llamar? Si hubiera llamado, me habría perdido una confesión tan maravillosa. Dije con calma, extendiendo el acuerdo de divorcio sobre su escritorio. Firma. Su expresión pasó de la sorpresa a la perplejidad y finalmente a un extraño alivio. ¿Qué es esto? El acuerdo de divorcio. Justo lo que estabas planeando. No, te estoy ahorrando el trabajo de tener que robarme el patrimonio. Javier echó un vistazo a los papeles y soltó una carcajada.
Sofía, creo que has entendido mal. Es solo una clienta. A veces hay que halagarlos. Laura Fuentes, 25 años, recepcionista en tu empresa. Ascendida a tu secretaria personal. Hace poco recité la información de carrerilla. Lleváis juntos 2 años y 3 meses. El mes pasado incluso le compraste un apartamento en el barrio de Salamanca a nombre de la empresa. Por cierto, como eso es un bien ganancial, tengo derecho a reclamarlo. El rostro de Javier cambió de color. Me has estado investigando solo he estado protegiendo mis derechos legales.
Le ofrecí la pluma firma mientras todavía estoy dispuesta a terminar esto amigablemente. Me miró fijamente durante unos segundos y de repente sonrió como si nada. Tomó la pluma y firmó con una caligrafía fluida y elegante sin siquiera leer el contenido. No vas a mirar las cláusulas, le recordé amablemente. ¿Qué hay que mirar? Cerró la carpeta con indiferencia. De todas formas, no puedes vivir sin mí. Acabarás suplicándome que volvamos. Sofía, una niña rica como tú no es nada fuera de nuestra familia.
Recogí el acuerdo y esbosé una leve sonrisa. Gracias por tu cooperación, Javier. Espero que tú y tu secretaria personal seáis muy felices. Cuando me di la vuelta para marcharme, le oí gritar a mi espalda. Deja de hacer el tonto. ¿Sabes que mañana es el cumpleaños de mi madre, verdad? No te olvides de preparar el regalo. No me giré. Cerré la puerta en silencio. De vuelta en el dormitorio, eché el cerrojo. Fue entonces cuando mi cuerpo empezó a temblar.
10 años de matrimonio terminados así. Pensé que me derrumbaría, que lloraría a mares, pero extrañamente solo sentía una inmensa liberación. Mi móvil vibró. Era un mensaje de Javier. No te pases. Mañana iremos a comer a casa de mi madre juntos. No respondí. En su lugar llamé a mi abogado. Señor Alonso, afirmado. Sí, sin siquiera leerlo. Perfecto. Nos vemos mañana por la mañana. Tras colgar, abrí la caja fuerte y saqué una gruesa carpeta. Contenía todas las pruebas que había reunido durante los últimos dos años.
Registros de hotel, extractos bancarios, grabaciones de llamadas. Acaricié aquellos papeles y recordé a Javier pidiéndome matrimonio bajo un almendro en flor 7 años atrás. El amor en sus ojos parecía tan real. Entonces, ¿cómo habíamos llegado a esto? En la universidad, Javier era el presidente del Consejo de Estudiantes, brillante y carismático. Me cortejó durante 2 años. Yo provenía de la familia dueña del grupo Solaria. Mi padre era un conocido empresario. Él venía de una familia con lazos en la política y los negocios.
A simple vista, éramos la pareja perfecta. Mi padre me advirtió que su familia era complicada, pero yo, cegada por el amor, insistí en que era él o nadie. Los dos primeros años de matrimonio fueron dulces hasta que la empresa de mi padre atravesó dificultades. La actitud de mi familia política cambió de la noche a la mañana. Mi suegra empezó a criticarme por mis aires de niña rica y Javier se volvió cada vez más distante, no por trabajo, sino por indiferencia.
Abrí la galería de mi móvil y encontré una foto familiar del año pasado. Qué estampa tan armoniosa. Yo, elegante y serena, Javier, apuesto y distinguido. Mis suegros sonrientes. ¿Quién podría imaginar que esa misma tarde después de tomar esa foto, Javier se fue a encontrar con Laura Fuentes? Fuera. Ya había oscurecido. Me levanté y empecé a hacer una pequeña maleta. Me iría a primera hora de la mañana. Esta villa estaba a mi nombre. Fue un regalo de bodas de mi padre.
Después del divorcio seguiría siendo mía. Pensar en la cara que pondría Javier cuando descubriera la verdad me producía una cierta expectación. El móvil volvió a sonar. Era mi suegra. Sofía, no te olvides de encargar el cochinillo asado de ese famoso restaurante de Segovia para mañana. A tu suegro le encanta. Sí, suegra, respondí. Mañana iba a ser un día interesante. Cuando la luz del amanecer se coló por las cortinas y me dio en los ojos, me sentí desorientada por un momento, como si todavía estuviera en ese dulce sueño autoinducido en el que mi marido me amaba.
Nuestro matrimonio era feliz y mi vida era perfecta. Hasta que vi el acuerdo de divorcio firmado sobre la mesita de noche, me incorporé de golpe. Mis dedos rozaron inconscientemente la firma extravagante de Javier. La tinta ya estaba seca, como el amor entre nosotros. La pantalla del móvil se iluminó. 7:15 de la mañana, tres llamadas perdidas y cinco mensajes. Todos de Javier. Deslicé la pantalla. El último mensaje había llegado hacía 10 minutos. No recuerdo lo que dije anoche.
Estaba borracho. Deja de enfadarte. Hoy es el cumpleaños de mamá. Pasaré a recogerte a las 10. Solté una risa amarga y tiré el móvil a un lado. La típica estrategia de Javier, fingir embriaguez, actuar como si nada hubiera pasado. Había visto esa táctica hasta la saciedad en los últimos dos años. La mujer en el espejo tenía ligeras ojeras, pero su mirada era sorprendentemente clara. Me eché agua fría en la cara, sintiendo un frescor que me calaba hasta los huesos.
A partir de hoy, ya no era la nuera de los Mendoza, ni un apéndice de Javier. Volvería a ser Sofía Navarro. La maleta estaba abierta sobre la cama, solo empaqué lo esencial y objetos de valor. Tendría tiempo de sobra para ocuparme del resto una vez que recuperara la plena posesión de la villa, Javier pensaría que no podría vivir sin él. Ja. Pronto descubriría lo equivocado que estaba. A las 8 en punto sonó el timbre. A través de la cámara de seguridad vi la cara familiar y redonda de Elena.
Hoy vestía un traje impecable y llevaba dos cafés en la mano. Y bien, afirmado ese cabrón, preguntó impaciente en cuanto abrí la puerta, sus ojos brillando como los de un zorro que ha vistado a su presa. Asentí y saqué el acuerdo del bolso para dárselo. Firmó sin mirar. Elena ojeó rápidamente los papeles, una sonrisa dibujándose en sus labios. Perfecto. Este idiota no tiene ni idea de lo que acaba de firmar. Señaló una cláusula en la última página.
Mira aquí. acepta renunciar a todos los derechos sobre la villa y todos los bienes contenidos en ella. Esta casa es completamente tuya ahora. Él todavía cree que está a su nombre. Siempre lo ha estado. Pero como él pagaba los gastos de comunidad y las facturas desde que nos casamos, tomé un sorbo del café que me había traído, un dulzor sutil en medio del amargor. Elena soltó una carcajada tan fuerte que casi se atraganta con el café. Dios mío, me encantaría ver su cara cuando se entere.
dejó la taza y de repente se puso seria. Sofía, ¿estás segura de esto? Una vez que presentes esto en el juzgado, no habrá vuelta atrás. Vuelta atrás. Me acerqué a la ventana y miré las rosas en plena floración del jardín, las que el propio Javier había plantado para mí al principio de nuestro matrimonio. Ese camino se cerró hace dos años, la primera vez que me fue infiel. Elena suspiró y sacó un sobremanila de su bolso. Entonces, necesitarás esto.
Lo abrí. Dentro había un fajo de fotografías y varios extractos bancarios. En las fotos, Javier abrazaba cariñosamente a una mujer joven en varios lugares. Un restaurante, la entrada de un hotel, incluso el cine al que solíamos ir. La mujer parecía tener poco más de 20 años con el pelo largo y ojos grandes. Era Laura Fuentes, la misma de la que hablaba anoche por teléfono. El día de tu cumpleaños dijo que tenía una urgencia en la empresa y se fue.
En realidad se llevó a esa chica a Ibisa, dijo Elena, señalando una foto con un fondo de mar y cielo azul. Con dinero de vuestra cuenta conjunta. Revisé los extractos bancarios. Mis dedos temblaban ligeramente, no de tristeza, sino de rabia. Javier había usado nuestro dinero para comprarle a Laura artículos de lujo, pagarle el alquiler e incluso financiar la apertura de una cafetería. Gracias, Elena. Guardé los documentos. Esto me será muy útil. Somos amigas desde hace 10 años.
No digas eso. Desde la universidad supe que Javier no era para ti. Si no hubieras estado tan loca de amor, entonces, negué con la cabeza, interrumpiéndola. La Sofía de entonces era demasiado ingenua. La de ahora solo quiere recuperar lo que es suyo. Mientras hablábamos, oímos el sonido de la cerradura de la puerta principal. Elena y yo intercambiamos una mirada. Rápidamente guardó los papeles en su bolso. Javier entró vestido de traje. Se sorprendió visiblemente al ver a Elena, pero enseguida esbozó su habitual sonrisa falsa.
Elena, ¿qué sorpresa? Podrías haber avisado. Tengo que informarte para venir a ver a Sofía. replicó Elena sin ceder un ápice. Javier frunció el ceño y se volvió hacia mí. Sofía, ¿estás lista? Mamá acaba de llamar otra vez metiendo prisa. No voy dije apurando tranquilamente el último sorbo de café. ¿Cómo? El rostro de Javier se ensombreció. Deja de bromear. Te pido perdón por lo de anoche. Lo de anoche, fingí ignorancia. Ah, ¿te refieres a cuando me llamaste vieja y planeabas robarme el patrimonio?
El rostro de Javier se puso rojo como un tomate. Miró de reojo a Elena y bajó la voz. Hablemos de esto en privado. No es necesario. Saqué mi móvil y reproduje la grabación. La voz de Javier sonó con claridad. ¿Qué importa esa vieja? Si mi padre no me hubiera obligado a casarme con alguien de nuestro nivel en aquel entonces, ¿crees que la habría mirado siquiera? El rostro de Javier pasó del rojo al blanco. Intentó arrebatarme el móvil, pero Elena se interpuso de un paso.
Señor Mendoza, ¿piensa ponerle una mano encima? Sofía, ¿me has grabado? Javier me miró con incredulidad. ¿Cuándo te has vuelto así? Así como dejé de creerme tus mentiras o aprendí a defenderme? Javier respiró hondo y recuperó su expresión arrogante. Sofía, esas eran solo palabras para contentar a una clienta. Ya sabes, el mundo de los negocios es una guerra. A veces no tienes más remedio que no tener más remedio que acostarte con ella, comprarle un piso y llevarla de vacaciones al extranjero con nuestro dinero.
A cada palabra daba un paso hacia él. Javier retrocedió. ¿Crees que todavía soy la niña de entonces que cae rendida con unas pocas palabras dulces? Javier se quedó sin habla por un momento, abrumado por mi ímpetu. Aproveché para sacar una copia del acuerdo de divorcio. Ya lo has firmado, así que no sigamos con esta farsa. Según el acuerdo, esta villa es mía y el resto de los bienes gananciales se reparten a la mitad. Sonreí con malicia. Por supuesto, si insistes en ir a juicio, no me importa presentar el asunto de la señorita Fuentes y estas fotos ante el tribunal.
Al ver las fotos, Javier finalmente mostró signos de pánico. ¿Me has estado investigando? Lo mismo digo. ¿Tú también has estado investigando el estado financiero de la empresa de mi padre? No. Esta frase pareció tocarle un nervio. Su expresión se volvió repentinamente feroz. Así que este era tu plan desde el principio, Sofía. ¿Crees que puedes llevarte parte del patrimonio de mi familia con un divorcio? Sigue soñando. No me interesa el patrimonio de tu familia, dije con calma. Solo quiero recuperar mi parte.
Javier soltó una risa fría. Tu parte, ¿qué tienes tú? La villa está a mi nombre. El coche te lo compré yo y ni siquiera tienes trabajo. No pude evitar reír. Javier, se nota que nunca has mirado el registro de la propiedad. Esta villa fue un regalo de bodas de mi padre. Siempre ha estado a mi nombre. Y en cuanto al trabajo, saqué una tarjeta de visita de un cajón. Soy accionista y asesora financiera del grupo Solaria. Mi sueldo anual es de 100,000 € no tanto como el tuyo, pero suficiente para vivir sola.
Javier se quedó paralizado como si le hubieran dado un puñetazo. Por supuesto, no sabía nada de esto. Después de casarnos, me pidió que fuera ama de casa. Dijo que era para que viviera cómodamente, pero en realidad era para aislare del mundo exterior. Ahora, por favor, sal de mi casa. Señalé la puerta. El próximo lunes vendrá una empresa de mudanzas a recoger tus cosas. Prepáralas. El rostro de Javier cambió de color varias veces y finalmente, tras un ya verás, salió dando un portazo.
La habitación quedó en silencio al instante. Elena y yo soltamos un largo suspiro al unísono. “¡Qué alivio!”, exclamó Elena aplaudiendo. Tenía una cara como si se hubiera tragado una mosca. De repente sentí una oleada de cansancio y me dejé caer en el sofá. 10 años de sentimientos terminados así. No es que no sintiera nostalgia, pero la razón me decía que este matrimonio debería haber terminado mucho antes. ¿Y ahora qué? Preguntó Elena, sentándose a mi lado y ofreciéndome un vaso de agua.
Primero reunirme con mi abogado para presentar el acuerdo en el juzgado y empezar a liquidar los bienes. Javier seguro que ha desviado muchos activos. Tengo que encontrarlos. ¿Necesitas que te ayude en algo? Por supuesto. La miré con gratitud, pero ahora tengo algo más importante que hacer. ¿El qué? Señalé el armario. Ayúdame a elegir un vestido. A las 10 tengo que ir a la fiesta de cumpleaños de mi suegra. Elena abrió los ojos como platos. ¿Estás loca? Con la que se ha liado.
Vas a ir a la fiesta de cumpleaños de su madre. Precisamente por eso tengo que ir. Me levanté y caminé hacia el armario. Voy a anunciar el divorcio delante de todos. para que la familia Mendoza no tenga la oportunidad de inventar rumores. Elena contuvo el aliento. Eso es una declaración de guerra en toda regla. No, elegí un vestido negro. Es el fin de la guerra. Mientras me cambiaba, el móvil volvió a sonar. Era el número de mi suegra.
Puse el altavoz. Sofía, ¿has encargado el cochinillo? Javier me ha dicho que no te encuentras bien. La voz aguda de mi suegra llegó con un fondo ruidoso que indicaba que la fiesta ya estaba en marcha. está encargado, suegra. Mi voz sonaba normal. Estoy bien, solo un poco de dolor de cabeza. Iré con Javier en un rato. Ah, bueno. Y vístete de forma apropiada. Hoy vienen algunos invitados importantes. Mi suegra hizo una pausa y bajó la voz. La esposa del director general de urbanismo también estará.
Habla un poco con ella. Uno de los proyectos de Javier está pendiente de la aprobación de ese departamento. Apenas pude reprimir una risa amarga. Sí, suegra. Al colgar, Elena me miró con incredulidad. ¿De verdad vas a llevarles el cochinillo? Por supuesto, sonreí levemente. La última escena debe ser memorable. Elena negó con la cabeza. Sofía, nunca supe que fueras tan temible. No soy temible. Me miré en el espejo mientras me aplicaba un labial rojo intenso. He vuelto en mí.
La mujer del espejo llevaba un vestido negro. Sus labios eran rojos como la sangre y su mirada afilada como una cuchilla. Esa era la verdadera Sofía Navarro. Ni la nuera de los Mendoza, ni un apéndice de Javier. La heredera del grupo Solaria, un ave fénix renacida de las cenizas. La familia Mendoza pensaría que me iría llorando y con las manos vacías, pues que esperaran. El espectáculo no había hecho más que empezar. El cochinillo asado del famoso restaurante venía en un exquisito recipiente térmico, desprendiendo un aroma delicioso.
Lo sostuve frente a la puerta de la villa de mis suegros y respiré hondo. Probablemente sería la última vez que entraría por esa puerta como su nuera. Llamé al timbre tres veces. La señora Carmen, la asistenta, abrió la puerta. Al verme, su rostro se iluminó. Señora, qué alegría verla. El señor la estaba buscando. Feliz cumpleaños, Carmen. Le di un pequeño sobre. También era su cumpleaños. A la familia Mendoza nunca le importaban estas cosas, pero yo lo recordaba cada año.
Los ojos de la señora Carmen se humedecieron e intentó rechazarlo, pero la voz aguda de mi suegra sonó desde el salón. Es Sofía. Que entre ya están todos los invitados. Le hice un gesto a Carmen para que aceptara el sobre y entré en el salón con el cochinillo. El salón de la villa era amplio y luminoso. Bajo una lámpara de araña de cristal había tres grandes mesas llenas de parientes de los Mendoza e invitados de cierto estatus.
Mi suegro estaba sentado en la cabecera charlando con el director general de urbanismo. Mi suegra revoloteaba por la sala como una mariposa social. Javier estaba sentado cerca de la cabecera con un asiento vacío a su lado, claramente reservado para mí. Al verme, su mirada seombreció, se acercó rápidamente y me susurró, “No pensaba que vendrías. ¿Por qué no?”, dije sonriendo y alzando la voz. “Tu madre me pidió expresamente que trajera el cochinillo. ¿Cómo iba a faltar?” Mi suegra se acercó al oírnos y tomó el recipiente de mis manos con una sonrisa de satisfacción.
“Nuestra Sofía es la más atenta.” Se volvió hacia los invitados. Mi nuera es la que mejor sabe cómo cuidar de la familia. Los invitados respondieron con cumplidos, alabando la suerte de los Mendoza. Noté como el rostro de Javier se tensaba cada vez más. Ven, siéntate aquí. Mi suegra me tomó de la mano y me llevó al asiento junto a Javier. La señora de Iváñez tenía muchas ganas de verte. Me senté obedientemente y saludé con la cabeza a la señora de Iváñez que estaba enfrente.
Era una mujer de unos 50 años, elegante y bien conservada, pero con una mirada muy perspicaz. Me observaba con aire pensativo. Sofía, qué buen aspecto tienes. He oído que el nuevo proyecto de tu padre en la Costa del Sol va viento en popa. La sonrisa de mi suegra se congeló ligeramente. Era un secreto a voces que mi padre y los Mendoza eran rivales en los negocios. Gracias a Dios, todo va bien, respondí educadamente. Mi padre siempre dice que en los negocios hay que ser prudente y nunca codiciar lo que no te pertenece.
Era una indirecta a varios de los proyectos agresivos que los Mendoza habían emprendido últimamente. Una leve sonrisa apareció en los ojos de la señora de Iváñez, pero el rostro de mi suegro se ensombreció. Bajo la mesa, Javier me pellizcó con fuerza el muslo. Sin inmutarme, saqué lentamente una copia del acuerdo de divorcio de mi bolso. La coloqué sobre la mesa giratoria y le di un ligero empujón. Ya que estamos todos reunidos hoy, tengo un anuncio que hacer.
El documento giró lentamente y se detuvo en el centro de la mesa principal. Mi suegra lo cogió con extrañeza. Tras una rápida ojeada, su rostro cambió drásticamente. ¿Qué es esto? ¿Un acuerdo de divorcio? Sí. Javier lo firmó ayer. El comedor quedó en un silencio sepulcral. Todas las miradas se clavaron en Javier y en mí. Javier se levantó de un salto. La silla chirrió contra el suelo con un sonido desagradable. Sofía, ¿qué qué hago yo? Todavía sentada, lo miré de abajo a arriba.
No dijiste tú mismo que Laura Fuentes es tu verdadero amor y que yo solo soy una vieja. Tonterías, gritó mi suegra. Mi Javier nunca diría algo así. Saqué el móvil y reproduje la grabación. La voz de Javier resonó con claridad en el silencioso comedor. ¿Qué importa esa vieja? Si mi padre no me hubiera obligado a casarme con alguien de nuestro nivel en aquel entonces, ¿crees que la habría mirado siquiera? Cuando la grabación terminó, un murmullo recorrió la sala.
El rostro de Javier pasó del rojo al blanco y luego al azul. Mi suegra arrebató el acuerdo de las manos de mi suegro, lo ojeó rápidamente y su voz tembló. Esto es imposible. ¿Cómo ha podido Javier firmar esto? La villa es mía. ¿Con qué derecho? Porque el registro de la propiedad está a mi nombre, dije levantándome. La villa fue un regalo de bodas de mi padre. Siempre ha estado a mi nombre. Mentira. Mi suegra abandonó por completo su fachada de dama de la alta sociedad.
Esa es la casa de nuestra familia. Javier ha pagado las reformas y los gastos durante todos estos años. Suegra, usé deliberadamente ese apelativo para provocarla. No me dirá que no sabe que los gastos realizados con bienes gananciales no pueden reclamarse tras el divorcio, ¿verdad? Es de primero de derecho. Mi suegro golpeó la mesa con fuerza de repente. Basta ya, miró a Javier con furia. ¿Qué significa todo esto? Javier balbuceó incapaz de articular palabra. Yo respondí por él.
Suegro. Javier lleva más de 2 años con la señorita Laura Fuentes. Le ha comprado un piso, le ha montado una cafetería, se la ha llevado a Ibiza, todo con dinero de nuestra cuenta conjunta. Saqué las fotos que me dio Elena y las esparcí sobre la mesa. Ayer cuando le pedí el divorcio, firmó sin leer. Supongo que tenía prisa por meterla en la familia. Las fotos circularon entre los invitados, acompañadas de susurros. La señora de Iváñez cogió una y comentó con ironía, “Señor Mendoza, su hijo tiene buen ojo.
La chica es una monada.” El rostro de mi suegro se volvió ceniciento. Mi suegra, como una loca, se abalanzó sobre mí. “Zorra, le has tendido una trampa a mi hijo.” Me hice a un lado. Ella tropezó y casi se cae. Javier la sujetó y me gritó furioso. Sofía, me has engañado. Engañarte, reí con frialdad. Fuiste tú quien, desesperado por divorciarte, firmó sin leer el acuerdo. Ahora te pones nervioso al descubrir que la villa no es tuya. Callaos todos.
El rugido de mi suegro silenció el comedor. Respiró hondo, conteniendo la ira, y se dirigió a los invitados. Disculpen, un asunto familiar ha arruinado la velada. Les invitaré otro día para compensarles. Era una forma de echarlos. Los invitados se levantaron torpemente y se despidieron. Solo la señora de Ibáñez, antes de irse me miró con intención y dijo en voz baja, “Si necesitas ayuda, llámame. ” Cuando todos los extraños se hubieron ido, mi suegro agarró a Javier por el cuello de la camisa.
Idiota, ¿cómo has podido firmar sin leer? Papá, yo no sabía que me había grabado, tartamudeó Javier. El problema es la grabación, gritó mi suegro. El problema es que te han pillado y te han humillado. Mi suegra corrió hacia mí casi clavándome las uñas en la cara. desagradecida. Te hemos mantenido durante 10 años y así nos lo pagas. Mantenerme. No pude evitar reír. Suegra, ¿ha olvidado los 2 millones de euros de dote que me dio mi padre al casarme?
¿Ha olvidado cuánta ayuda he proporcionado a su familia con mis contactos en estos años? Me volvís a mi suegro. Suegro, ¿quién le ayudó con aquel proyecto de desarrollo urbanístico? La recalificación de los terrenos. La mirada de mi suegro vaciló. Claramente lo recordaba. Lo resolví a través del padre de una compañera de la universidad que en aquel momento era subsecretario de fomento. Bueno, si no hay nada más, me retiro. Cogí mi bolso y me dirigí a la puerta.
Mi abogado se pondrá en contacto con Javier para los trámites. ¿Crees que te vas a ir así como así? Javier corrió a bloquearme el paso. El acuerdo ya está notariado. Mi abogado tiene una copia. Por cierto, según la cláusula séptima, tienes 10 días para desalojar la villa. Mi suegra gritó histéricamente. Ni lo sueñes, esa casa es nuestra. Pues nos veremos en los tribunales, empujé a Javier. Aunque no creo que a la señorita Fuentes le guste que vuestra relación salga en la prensa.
Esta frase fue como un jarro de agua fría para la familia. Mi suegro fue el primero en recuperar la compostura. detuvo a su esposa e hijo enfurecidos y me miró con rostro sombrío. Sofía, somos familia. ¿Por qué llegar a esto? Si tienes condiciones, podemos hablar. Ya es tarde, suegro. Usee deliberadamente ese apelativo familiar. Las condiciones están en el acuerdo. La villa para mí el resto de los bienes gananciales a la mitad. Muy justo. Justo chilló mi suegra.
No te llevarás ni un céntimo de esta familia. No quise discutir más y me dirigí directamente a la puerta. A mi espalda oí los gritos de ira de mi suegro, los hoyosos e insultos de mi suegra y el sonido de Javier rompiendo algo. La señora Carmen estaba junto a la puerta con lágrimas en los ojos y en silencio me ofreció un paraguas. Ha empezado a llover. Gracias, Carmen. Cuídese, dije en voz baja. Al salir de la villa, la lluvia arreciaba.
No abrí el paraguas, dejando que las frías gotas golpearan mi rostro y se mezclaran con mis lágrimas calientes. 10 años de matrimonio terminados así. No es que no doliera, pero la sensación de liberación era mayor. En mi bolso, el móvil vibró. Era un mensaje de Elena. ¿Qué tal? ¿Siguen vivos? Respondí con un Sí. y llamé a otro número. Detective Ramos, soy yo. Sí, puede empezar la investigación a fondo, especialmente las transacciones financieras de la empresa de los Mendoza en los últimos 2 años.
Sí, cuanto antes, mejor. Tras colgar, paré un taxi. Al subir, el taxista me miró por el retrovisor. ¿A dónde la llevo, señora?, pensé por un momento. A la sede del grupo Solaria, por favor. Era hora de volver a casa. Una hora después estaba sentada en el espacioso despacho de mi padre, sosteniendo una taza de té caliente. Mi cuerpo aún temblaba ligeramente. Mi padre, de pie frente al ventanal, de espaldas a mí, escuchó mi historia en silencio. “¿De verdad estás dispuesta a llegar hasta el final?”, dijo finalmente.
Su voz era grave y profunda. “Papá, no tengo otra opción.” Apreté la taza. Javier no me ha traicionado una, sino innumerables veces. Su familia nunca me consideró una de los suyos. Mi padre se dio la vuelta. En sus ojos brillaba la agudeza que yo conocía tan bien. No te estoy pidiendo que te eches atrás. Te pregunto si estás preparada para una guerra total. Los Mendoza no te lo pondrán fácil. Dejé la taza y me levanté para mirarlo a los ojos.
Tengo pruebas de la infidelidad de Javier y un acuerdo de divorcio firmado por él. La villa está a mi nombre. No pueden quitármela. Eso es solo la punta del iceberg. Mi padre caminó hacia su escritorio y sacó un documento. Corren rumores de que el grupo de su familia tiene problemas de liquidez. Es posible que hayan malversado fondos de la empresa. Tomé el documento y lo ojé. Eran los libros de cuentas de una fábrica que teníamos en copropiedad.
Sí, nominalmente es mi fábrica. Mi padre señaló unas cifras extrañas. El paradero de estos fondos no está claro. Sospecho que los Mendoza los han desviado. Mis manos empezaron a temblar. Esa fábrica fue parte de mi dote y siempre la había administrado la familia de Javier. Si realmente había malversado fondos, lo investigaré a fondo. Papá, necesito tu ayuda. Mi padre me puso una mano en el hombro. Todo el grupo Solaria te respalda, pero hizo una pausa. Ten cuidado.
Un animal acorralado es peligroso. Los Mendoza no son un enemigo fácil. Asentí. Ya tenía un plan en mente. Primero, liquidar todos los bienes gananciales. Segundo, encontrar pruebas de los activos desviados por Javier. Tercero, mi móvil volvió a sonar. Era el número de Javier. Lo colgué. Inmediatamente después llegó un mensaje. ¿Crees que has ganado? Ya verás. Haré que te arrodilles y me supliques que volvamos. Sonreí con frialdad y respondí, no olvides desalojar la villa en 10 días. Si no, nos veremos en los tribunales y bloqueé su número.
La guerra acababa de empezar y esta vez no habría más debilidad por mi parte. El edificio de la sede del grupo Mendoza se alzaba imponente en el distrito financiero de la ciudad. Sus 35 pisos de muro cortina de cristal brillaban bajo el sol. Me paré al otro lado de la calle, mirando aquel edificio que una vez fue en parte mi hogar. Se me hizo un nudo en la garganta. Hacía 7 años que no ponía un pie allí.
Desde que Javier asumió la dirección, siempre decía que la empresa era el campo de batalla de los hombres y que yo solo tenía que ser bonita en casa. Ahora me daba cuenta de que solo era una excusa para excluirme del negocio familiar. Respiré hondo, me ajusté el cuello de la chaqueta y caminé hacia el edificio. Hoy había elegido, a propósito, un traje negro impecable, el pelo recogido en una coleta alta y un maquillaje sofisticado, pero discreto. Quería que la familia Mendoza viera que Sofía Navarro ya no era la ama de casa que podían manejar a su antojo.
La recepcionista del vestíbulo era nueva. Me miró con una sonrisa profesional. “Buenos días. ¿Tienes cita?” “No tengo cita,”, dije con calma. “Soy Sofía Navarro, la esposa del Sr. Javier Mendoza. Vengo a ver a la directora financiera Isabel Torres. La expresión de la recepcionista cambió al instante. Un atisbo de pánico cruzó sus ojos. C, señora. Ahora mismo aviso a la directora. Levantó el teléfono y susurró unas palabras, mirándome de reojo de vez en cuando. Era evidente que mi audaz movimiento ya era la comidilla del grupo.
La sumisa esposa del presidente exigiendo el divorcio y exponiendo públicamente la infidelidad de su marido en una reunión familiar. En menos de 5 minutos, las puertas del ascensor se abrieron y una mujer alta se acercó a paso rápido. Parecía tener unos 30 y tantos años con un corte de pelo pulcro y un sencillo traje gris. Llevaba unas gafas de montura dorada. “Señora Mendoza, me tendió la mano. Soy Isabel Torres, la directora financiera. ¿A qué debemos su visita?” “Llámeme Sofía, por favor.” Le estreché la mano.
Estaba fría y firme. Pronto dejaré de ser la señora Mendoza. Las comisuras de los labios de Isabel se crisparon ligeramente, como si contuviera una sonrisa. Señorita Navarro, por aquí, por favor. Mientras el ascensor subía, estábamos solas en el reducido espacio. Observé el reflejo de Isabel en las paredes metálicas. Estaba de pie, muy erguida, mirando al frente, pero los dedos que tamborileaban inconscientemente sobre su maletín delaban su nerviosismo. “¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí?”, rompí el silencio. “10 años y 4 meses,” respondió rápidamente.
“Desde que el señor Mendoza se hizo cargo de la empresa. Entonces conocerá bien la situación financiera de la compañía.” Isabel se giró para mirarme. Detrás de sus gafas, sus ojos mostraban cautela. Señorita Navarro, ¿cuál es el motivo de su visita hoy? Solo una visita rutinaria sonreí. Al fin y al cabo, después del divorcio, tendré que aclarar mis relaciones financieras con la familia Mendoza. El ascensor se detuvo en la planta 28, donde se encontraba el departamento financiero. Isabel me guió a través de la oficina diáfana.
Decenas de ojos se volvieron hacia nosotras al unísono y los susurros se extendieron como ondas. Caminé con la cabeza alta y una sonrisa, como si no oyera los comentarios del tipo: “Así que es ella o qué valiente.” El despacho de Isabel era un cubículo de cristal. Las persianas estaban a medio bajar, permitiendo ver el interior, pero no oír. Cerró la puerta, bajó las persianas y me indicó que me sentara. ¿Qué desea tomar? ¿Café o té? No, gracias.
Fui directa al grano. Directora Torres, me gustaría ver los informes financieros de los últimos dos años de la fábrica de la que el señor Mendoza y yo somos copropietarios. Los dedos de Isabel tamborilearon sobre el escritorio. Eso requiere la aprobación del señor Mendoza. Legalmente tengo derecho a conocer el estado de mis activos. Saqué un documento de mi bolso. Este es el certificado de acciones y una copia de mi DNI. El 51% de las acciones de esa fábrica están a mi nombre.
Isabel tomó los papeles, los examinó detenidamente y puso cara de apuro. Señorita Navarro, entiendo su petición, pero la empresa tiene sus procedimientos. Directora Torres. Me incliné hacia delante y bajé la voz. ¿Sabe que el señor Mendoza tiene una aventura, verdad? Se sobresaltó visiblemente. Su mirada se desvió hacia la puerta. Yo solo soy la responsable de finanzas. No me interesa la vida privada del presidente, pero sí le interesa la situación financiera de la empresa, ¿verdad? La miré directamente a los ojos, especialmente cuando el presidente malversa fondos públicos para mantener a su amante.
Las pupilas de Isabel se dilataron ligeramente. Su respiración se aceleró. Señorita Navarro, esa es una acusación muy grave, por eso he venido a preguntarle. Me recosté en la silla. Directora Torres, lleva 10 años aquí. sabe distinguir lo correcto de lo incorrecto. Si realmente hay un problema en la empresa, ¿cree que usted podrá salir indemne? El aire en la oficina pareció congelarse. Isabel se quitó las gafas y limpió las lentes con el borde de su blusa, claramente un gesto para ganar tiempo.
Al volvérselas a poner, su expresión era resuelta. Señorita Navarro, efectivamente, hay irregularidades en los libros de la fábrica, pero necesito protegerme. Lo entiendo. Asentí. Entonces, hagamos esto. Deme una forma segura de contactarla. Cuando quiera hablar, llámeme. Isabel dudó un momento, luego sacó una tarjeta de visita de un cajón, escribió unos números en el reverso y me la entregó. Este es mi número personal, pero úselo con discreción. Guardé la tarjeta y me levanté. Gracias por su tiempo, directora Torres.
Espero que podamos volver a hablar. Al salir del departamento financiero, vi a una joven empleada escondida detrás de su ordenador fotografiándome a escondidas. Le sonreí levemente, se sobresaltó y bajó el móvil al instante. Parecía que todos en el grupo Mendoza estaban esperando el desenlace de esta guerra de divorcio. El ascensor llegó a la planta baja. Justo cuando iba a salir por la puerta principal sonó mi móvil. Era de la administración de la urbanización. Señorita Navarro, disculpe la molestia.
Un señor apellidado Mendoza acaba de intentar entrar en su propiedad con una joven. Dice que es amigo del señor Mendoza y que tiene su permiso, pero le hemos impedido el paso. Mi corazón dio un vuelco. Voy para allá ahora mismo. 20 minutos después, llegué a la villa. Desde lejos vi un deportivo rojo aparcado frente a la puerta. El coche nuevo que Javier se había comprado el mes pasado a nombre de la empresa. Según dijo. El administrador se acercó con cara de apuro.
Señorita Navarro, insisten en entrar. Dicen que el señor Mendoza les ha dado permiso. No se preocupe, yo me encargo. Le di una palmada en el hombro y me dirigí a la puerta. Mis manos temblaban ligeramente al introducir el código. Al abrir la puerta, oí risas de mujer y el tintineo de copas desde el salón. Seguí el sonido. Javier y Laura Fuentes estaban sentados en la terraza bebiendo champán. Laura llevaba incluso uno de mis pijamas de seda. Ah, has llegado.
Javier, lejos de avergonzarse, sonríó con aire de suficiencia. Justo a tiempo. Te presento a Laura, mi novia. Laura se recostó lánguidamente sobre Javier y me miró con aire provocador. Era innegablemente joven y guapa, piel blanca, ojos grandes y húmedos y el pelo largo teñido de un moderno castaño ceniza. El pijama que llevaba era uno que yo había comprado el mes pasado y apenas me había puesto. Javier dije, conteniendo la ira, según el acuerdo, esta casa es ahora mi propiedad privada.
Traer a extraños es allanamiento de morada. Allanamiento. Javier soltó una carcajada. Despierta, Sofía. Esta casa es mía. Yo he pagado los gastos de comunidad y las facturas. El registro de la propiedad está a mi nombre. Llamo a la policía dije con calma. Laura hizo un puchero y dijo con voz melosa. Javier, cariño, ¿no decías que esta vieja no se atrevía a desafiarte? El rostro de Javier se ensombreció, se levantó y se acercó a mí. Sofía, escúchame bien.
A Laura le gusta esta casa, así que se va a quedar a vivir aquí. Vete tú por las buenas. Si no, si no qué. Lo miré directamente a los ojos. ¿Me vas a pegar? Javier levantó la mano. Inmediatamente saqué el móvil. Pégame. Así lo grabo y se lo paso a la policía y a la prensa. El presidente del grupo Mendoza agrede a su esposa. ¿Qué te parece el titular? Su mano se detuvo en el aire. Finalmente apretó el puño y lo bajó.
Fuera. Esta es mi casa. No es la mía. Me dirigí al despacho. He venido a recoger unos papeles. En cuanto los tenga me iré. Vosotros seguid disfrutando. Me entretuve a propósito en el despacho, encendiendo la grabadora del móvil mientras fingía buscar documentos. Como esperaba, Javier y Laura no tardaron en discutir en el salón. ¿Por qué es tan arrogante esa mujer? ¿No decías que hacía todo lo que le pedías? La voz de Laura sonaba llorosa. “Cariño, tranquilízatela”, consoló Javier.
Esa casa será nuestra pronto. Mi padre ya ha contratado a un abogado. Ese acuerdo no tiene validez. Y el anillo de diamantes que me prometiste y el viaje a Europa? En cuanto la empresa consiga ese préstamo, te compraré lo que quieras. La empresa del padre de esa vieja está pasando por un mal momento. Nos están suplicando ayuda. Salí del despacho en silencio, tomando algunas fotos de su tierna escena. Luego tosí a propósito. Se separaron al instante. Laura se agarró del brazo de Javier mirándome con aire de superioridad.
¿Has encontrado tus papeles?, preguntó Javier con zorna. Sí. Agité un pendrive que tenía en la mano. Ah, y se me olvidaba. He instalado cámaras de seguridad en el salón y en el despacho. Por si acaso, el rostro de Javier cambió drásticamente. ¿Qué? ¿Cuándo? Ayer sonreí por si entraban ladrones. Al salir de la villa tenía las palmas de las manos sudorosas, pero mi mente estaba extrañamente tranquila. La cosecha de hoy había sido buena, el contacto de Isabel Torres, las grabaciones y fotos de Javier y Laura y la información sobre el préstamo de la empresa y los problemas financieros de mi padre.
Justo al subir al coche, recibí una llamada de mi padre. Sofía, ¿dónde estás? Acabo de salir de la villa. Iba a volver al apartamento. Ven a la oficina ahora mismo. Tengo algo importante que decirte. La voz de mi padre era inusualmente grave. Di media vuelta inmediatamente. 30 minutos después, estaba sentada en el sofá de cuero del despacho de mi padre, viéndolo pasear de un lado a otro. Papá, ¿qué pasa? Mi padre se detuvo con el seño fruncido.
Acabo de recibir noticias. Los Mendoza están moviendo hilos con varios bancos para forzar la liquidación de la fábrica que está a tu nombre. ¿Qué? Me levanté de un salto. ¿Con qué derecho? con la excusa de una mala gestión y descapitalización. Mi padre me entregó un documento. Este es el informe que han preparado. Lo ojé rápidamente. Cuanto más leía, más se me elaba el corazón. El informe afirmaba que la fábrica había tenido pérdidas durante dos años consecutivos, que las deudas se acumulaban e incluso adjuntaba un acta de una junta de accionistas, una junta a la que yo, la accionista mayoritaria, nunca había asistido.
Estos datos están falsificados. Mis manos temblaban de rabia. La fábrica siempre ha dado beneficios. El trimestre pasado incluso ampliamos la línea de producción. Mi padre asintió. Lo sé. Pero como ellos controlan las finanzas y el sello de la empresa, pueden manipular los libros. Me dejé caer en el sofá. De repente todo cobró sentido. La arrogancia de Javier hoy ya lo tenían todo planeado. No solo querían quitarme la villa, sino también mi fábrica. Papá, ¿qué hago? Mi padre se sentó a mi lado y me tomó la mano.
Primero, no te asustes. Los Mendoza creen que todavía eres la niña que pueden manejar a su antojo, pero se equivocan. Un brillo agudo apareció en sus ojos. Mi hija no se derrumba tan fácilmente. He contactado con la directora financiera de la fábrica, Isabel Torres. insinuó que había problemas en los libros, pero no se atrevió a hablar claro. “Isabel Torres”, dijo mi padre pensativo, “he oído que es una profesional muy competente. Si puedes conseguirla como testigo, volveré a contactarla.” Saqué el móvil y le enseñé a mi padre las fotos que había tomado de Javier y Laura.
Esto también ayudará. Mi padre miró las fotos y de repente se rió. Vaya, el gusto de Javier ha empeorado bastante con esa mujer tan vulgar. Papá”, dije, “Sin saber si reír o llorar, no es momento de discutir sobre sus gustos.” Sofía dijo mi padre poniéndose serio de repente. “Hay algo que nunca te he contado. Cuando salías con Javier investigué a su familia. Sus métodos de negocio son muy sucios. Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué quieres decir?” Mi padre fue a la caja fuerte, introdujo la contraseña y sacó una carpeta amarillenta.
Hace 7 años, el principal competidor de los Mendoza, un tal señor Rojas, murió repentinamente en un accidente de tráfico. Su empresa fue adquirida por los Mendoza a precio de saldo. La policía cerró el caso como un accidente, pero yo siempre he tenido mis dudas. Tomé la carpeta. Dentro había fotos del lugar del accidente y recortes de prensa. El coche del señor Rojas se había despeñado por un acantilado y había quedado calcinado e irreconocible. “Papá, ¿estás diciendo que fue un asesinato?
Es solo una suposición”, suspiró mi padre. “Pero los Mendoza son capaces de cualquier cosa por dinero. Ahora que te has enfrentado a ellos abiertamente, tienes que tener mucho cuidado.” Apreté la carpeta. De repente sentí un escalofrío. ¿Sabría Javier cuánto sabía yo? sería capaz de hacerme daño para proteger su empresa y su patrimonio. Tendré cuidado. Me levanté. Papá, necesito un equipo de abogados y un detective privado. Mi padre asintió. Ya están preparados. Mañana a las 10 vendrá el abogado Alonso y su equipo.
En cuanto al detective, me entregó una tarjeta de visita. Este señor Ramos es de confianza. Era inspector jefe de la policía. Guardé la tarjeta y de repente recordé algo. Papá, has dicho que los Mendoza movieron hilos con varios bancos. ¿Qué bancos? Mi padre mencionó varios nombres. Uno de ellos me llamó especialmente la atención. Era el banco donde el padre de Laura Fuentes era subdirector. Todo encajaba. Javier no estaba con Laura Fuentes solo por su belleza, sino por los contactos bancarios de su padre.
Y su plan para apoderarse de mi fábrica era probablemente una conspiración hurdida desde hacía mucho tiempo. Cuando salí del despacho de mi padre, ya había anochecido. Las luces de neón de la ciudad se difuminaban bajo la lluvia, como mis pensamientos confusos. El divorcio ya no era solo una cuestión de un amor roto. Involucraba enormes sumas de dinero, intereses comerciales e incluso posibles crímenes. Me paré junto a la ventana viendo las gotas de lluvia resbalar por el cristal.
Eran la misma persona el Javier que me pidió matrimonio bajo un almendro en flor y el Javier que ahora intentaba arrebatarme todo por todos los medios. Mi móvil vibró. Era un mensaje de un número desconocido. Señorita Navarro, nos vemos mañana a las 10 en la cafetería del Retiro. Sobre los libros de la fábrica y era Isabel. Finalmente había tomado partido. Respondí con un de acuerdo y llamé al detective Ramos. La guerra había comenzado y ya no habría piedad.
La cafetería del parque del Retiro estaba escondida en un rincón tranquilo. A las 10 de la mañana apenas había clientes. Elegí la mesa más apartada con la espalda contra la pared y una vista completa del local. Las películas de detectives siempre decían que nunca debías dar la espalda a la puerta. El reloj marcó las 10:05. Isabel Torres aún no había aparecido. Removí mi café solo. El hielo ya se había derretido a la mitad. se habría arrepentido. Justo cuando empezaba a dudar, la puerta de la cafetería se abrió e Isabel entró a paso rápido.
Hoy no llevaba traje, sino una sencilla camiseta gris y vaqueros. El pelo estaba recogido en una coleta desordenada y llevaba unas gafas de pasta negra. Parecía una estudiante universitaria. Si no se hubiera dirigido a mi mesa, apenas la habría reconocido. “Perdona, he dado un par de vueltas”, dijo en voz baja. Dejando un abultado maletín en la silla de al lado, miró a su alrededor con cautela. “Nadie me ha seguido.” Le acerqué el café con leche helado que le había pedido.
“Tranquila, aquí estamos seguras.” Isabel tomó un sorbo. Sus dedos temblaban ligeramente. Señorita Navarro, he corrido un gran riesgo para venir a verla. Lo sé y te lo agradezco. La miré directamente a los ojos. Has decidido contar la verdad. Isabel respiró hondo, sacó un sobre manila del maletín y lo empujó hacia mí. Esta es una copia de los libros de contabilidad reales de la fábrica. Los registros de los últimos dos años son completamente diferentes de la versión oficial que has visto.
Abrí el sobre. Dentro había un fajo de informes financieros impresos. Las densas columnas de números me mareaban, pero incluso sin conocimientos de finanzas podía ver el problema. Los libros reales mostraban que la fábrica había tenido beneficios constantes, mientras que el informe de los Mendoza mostraba pérdidas. Han llevado una doble contabilidad. Mi corazón latía con fuerza mientras ojeaba los documentos. No solo eso, susurró Isabel, el señor Mendoza ha desviado casi 20 millones de euros de la fábrica a una cuenta de una sociedad fantasma del grupo Mendoza y ha falsificado pruebas de pérdidas para preparar una declaración de quiebra.
Mis dedos se crisparon inconscientemente sobre el papel. Eso es un delito. Hay más. Isabel se acercó. Olía a un sutil perfume de jazmín. El grupo Mendoza ha estado maquillando sus cuentas durante los últimos dos años, inflando los beneficios para obtener préstamos bancarios. El padre de Laura Fuentes, el subdirector del banco, ha mediado en muchos de esos préstamos ilegales. Una idea cruzó mi mente, así que Javier no estaba con Laura Fuentes solo por su belleza. Una sonrisa fría apareció en los labios de Isabel.
El señor Mendoza nunca hace negocios que no le den beneficios. ¿Cómo podría una simple recepcionista convertirse en su secretaria personal en medio año y de repente tener un apartamento y un coche? Pasé a la última página del documento y encontré una combinación de números y letras escrita a mano. Parecía un código. ¿Qué es esto? El número de cuenta y la contraseña de esa sociedad fantasma, dijo Isabel. Su voz apenas un susurro. Lo encontré usando mis privilegios de acceso.
Todo el flujo de dinero está ahí. Levanté la vista para mirarla. tenía finas gotas de sudor en la frente. ¿Por qué me ayudas? Esto es muy peligroso para ti. Isabel guardó silencio por un momento, luego se quitó las gafas para limpiarlas. He trabajado para los Mendoza durante 10 años. Pasé de ser una simple contable a directora financiera. Y sabes cómo me tratan, sonríó con amargura. El año pasado me diagnosticaron un mioma y pedí un mes de baja.
El señor Mendoza me dijo que o volvía en una semana o no volvía nunca. se volvió a poner las gafas. Una luz de determinación brilló en sus ojos. Además, soy una profesional de las finanzas. Maquillar las cuentas va en contra de mi ética profesional. Si el escándalo de los Mendoza estalla, como directora financiera, seré la primera en ir a la cárcel. Le tomé la mano. Sentí el frío en las yemas de sus dedos. Gracias, Isabel. No dejaré que corras este riesgo sola.
¿Qué vas a hacer ahora?, preguntó. Primero salvar la fábrica. Guardé los documentos. Luego haré que los Mendoza paguen por todo lo que han hecho. Isabel asintió y sacó otro pendrive de su bolso. Aquí hay más pruebas, incluidos los correos electrónicos entre el señor Mendoza y altos cargos del banco. Guárdalo bien. Justo cuando iba a cogerlo, la puerta de la cafetería se abrió de repente y entró un hombre corpulento vestido de negro. El cuerpo de Isabel se tensó visiblemente.
Sus dedos se aferraron a la taza de café. ¿Lo conoces?, pregunté en voz baja. Es el jefe de seguridad de los Mendoza. Miguel Ramos dijo casi entre dientes. Ramos escudriñó la cafetería. Fingí mirar el móvil. Por el rabillo del ojo lo vi caminar en nuestra dirección. Mi corazón se aceleró. Ve al baño le dije rápidamente a Isabel. Yo me encargo. Isabel cogió su maletín y se dirigió rápidamente al baño. Ramos se detuvo frente a mi mesa. “Ha visto a una mujer con una camiseta gris.” pelo corto con gafas, preguntó con voz áspera.
Levanté la vista y fingí sorpresa. ¿No pasa algo? Me miró con desconfianza. Luego entrecerró los ojos. Un momento. Usted es Sofía Navarro. La exmujer del señor Mendoza. No exmujer, sino futura exmujer. Lo corregí con calma. El señor Mendoza le ha pedido que me siga. El rostro de Ramos cambió. No, estoy buscando a una empleada de la empresa. Entonces, no interrumpa mi café, dije con frialdad. A no ser que quiera que lo denuncie a la policía por acoso.
Dudó un momento y finalmente se dio la vuelta para buscar en otra parte de la cafetería. Inmediatamente le envié un mensaje a Isabel. Sal por la puerta de atrás ahora mismo. Seguimos en contacto. 5 minutos después, recibí su respuesta. He salido sin problemas. Ten cuidado con Ramos. es el hombre de confianza de los Mendoza. Pagué y salí de la cafetería. Después de callejear un poco para asegurarme de que nadie me seguía, tomé un taxi hacia el despacho de mi padre.
Mi padre estaba en una reunión. Esperé media hora en su despacho. Durante ese tiempo, revisé cuidadosamente los documentos que Isabel me había dado. Cuanto más leía, más me sorprendía. Javier no solo había malversado fondos de la fábrica, sino que también había falsificado mi firma para hipotecar la fábrica y obtener un préstamo. Y todo ese dinero había ido a parar al grupo Mendoza. Así que has visto el problema. Mi padre entró, seguido por el asesor legal de la empresa.
Es mucho más grave de lo que pensaba. Les entregué los documentos. Javier falsificó mi firma para hipotecar la fábrica. El abogado Alonso ojeó los documentos frunciendo el seño cada vez más. Esto es un caso claro de estafa y malversación. Podemos presentar una querella criminal, pero necesitamos más pruebas. Mi padre se sentó con el rostro serio. Los Mendoza tienen muchos contactos en esta ciudad. Con esto solo puede que no sea suficiente para hundirlos. Hay más. Saqué el pendrive que me dio Isabel.
Incluye pruebas de su connivencia con el banco. El abogado Alonso conectó el pendrive. Los tres revisamos el contenido. Los correos electrónicos mostraban que Javier y el subdirector del banco se habían reunido en secreto varias veces para discutir cómo eludir las regulaciones para obtener préstamos. Un correo en particular me llamó la atención. Javier mencionaba explícitamente que se encargaría del pequeño problema de la fábrica, insinuando que me obligaría a renunciar a mis acciones. “Esto es prueba suficiente de un delito,” dijo el abogado Alonso emocionado.
“Podemos solicitar inmediatamente la congelación de los activos de la fábrica para evitar que sigan desviando fondos. ” “No, esperad”, pensé por un momento. “Quiero saber por qué los Mendoza necesitan dinero con tanta urgencia. Papá, ¿menaste que estaban intentando ganar el proyecto de desarrollo urbanístico del sur? Mi padre asintió. La nueva zona residencial del sur. Esos terrenos valen cientos de millones. Los Mendoza ya han invertido una gran suma inicial. Si pierden la licitación final, su cadena de financiación podría romperse.
Una idea me vino como un rayo. Así que quieren hipotecar la fábrica para obtener más préstamos para financiar ese proyecto. Es muy probable con Vino el abogado Alonso y el tiempo apremia. La licitación es en dos semanas. Me levanté y paseé por el despacho. Entonces actuaremos el día antes de la licitación. Dejaremos que inviertan todo su dinero. Y entonces revelaremos el fraude financiero y haremos que el banco reclame los préstamos, continuó mi padre con un brillo de aprobación en los ojos.
Se enfrentarán a una ruptura de la cadena de financiación y a un proceso legal al mismo tiempo. Pero es arriesgado, recordó el abogado Alonso. Si los Mendoza consiguen el proyecto antes, podrían obtener nuevas fuentes de financiación, negué con la cabeza. Que yo sepa, el director general de urbanismo, el señor Ibáñez, está a cargo de ese proyecto y tiene buena relación con mi padre. Mi padre sonrió con picardía. Ibáñez, me debe un favor. De hace 15 años. Esos terrenos eran originalmente de su familia.
El plan quedó decidido. El abogado Alonso prepararía los documentos legales. Mi padre contactaría con el señor Iváñez para conocer los detalles del proyecto y yo empezaría a crear opinión pública. Esa noche me reuní con algunas compañeras de la universidad. Todas eran figuras conocidas en la alta sociedad local y estaban bien informadas. Me arreglé con esmero, con un sencillo vestido negro, ni demasiado ostentoso ni demasiado lamentable, proyectando la imagen de una mujer traicionada pero fuerte. Sofía, Elena me recibió en la entrada del restaurante con un abrazo exagerado.
Estás espectacular. Las demás se acercaron ofreciendo palabras de consuelo. Sabía que varias de ellas tenían amistad con los Mendoza. Sin duda le contarían nuestra conversación y eso era exactamente lo que quería. Durante la cena evité deliberadamente hablar del divorcio. Solo cuando me preguntaban directamente decía con ligereza que Javier había encontrado a otra mujer y que nos habíamos separado amistosamente. Amistosamente, dijo Elena alzando la voz a propósito. Ese cabrón metiendo a su amante en vuestra villa es una separación amistosa.
Fingí estar avergonzada y bajé la cabeza. Bueno, la villa es un problema, pero confío en que la ley haga justicia. Oí que los Mendoza te van a demandar”, dijo una compañera llamada Sandra, cuyo marido era compañero de golf de Javier. “Dicen que engañaste a Javier para que firmara un acuerdo injusto.” Sonreí con amargura. El acuerdo lo firmó él mismo y fue notariado en presencia de un abogado. Injusto. Abrí la galería de mi móvil y mostré las fotos de Javier y Laura bebiendo champán en la terraza de nuestra casa.
“¿No es esto lo que es injusto?” Las fotos circularon provocando exclamaciones de sorpresa e indignación. En el momento oportuno me enrojecieron los ojos, pero me esforcé por contener las lágrimas. Perdonad, no quería hablar de esto. Es solo que 10 años de matrimonio. Nunca pensé que acabaría así. Al final de la cena, había logrado construir la imagen de una mujer traicionada que mantenía su dignidad. Antes de irse, Sandra me abrazó y me dijo, “Sofía, si necesitas algo, dímelo.
Mi marido trabaja en la fiscalía, quizás pueda ayudar.” Sonreí agradecida. Sabía que esta noticia no tardaría en llegar a oídos de Javier. Le haría preguntarse cuántas pruebas tenía y qué contactos estaba movilizando. A la mañana siguiente recibí una llamada de Elena. Su voz sonaba excitada. Addivina quién me ha invitado a tomar el té. La amante de tu marido, Laura Fuentes. Me puse en alerta al instante. ¿Por qué querría verte? Dice que quiere saber más sobre el mundo de la moda, pero te aseguro que es Javier quien la ha enviado para sacarme información.
Se burló Elena. Es guapa, pero no muy lista. Apenas hemos hablado y ya se le ha visto el plumero. Queda con ella decidir rápidamente. Pero no saques el tema de mí. Deja que pregunte ella. Elena entendió la indirecta. Entendido. Me aseguraré de que vea casualmente la información que quiero que sepa. Tras colgar, empecé a organizar mis activos personales. La villa estaba a mi nombre, así que no había problema, pero quedaban las cuentas conjuntas e inversiones. Según el acuerdo de divorcio, ambos estábamos obligados a declarar todos nuestros bienes, pero Javier obviamente no había cumplido.
Descubrí que había transferido secretamente 3 millones de euros a una cuenta en el extranjero. Inmediatamente contacté al abogado Alonso para preparar la solicitud de congelación de los activos de Javier. Al mismo tiempo, pedí al departamento de informática de la empresa de mi padre que analizara el penrive que me dio Isabel para asegurarme de que no había programas de rastreo ni virus. A las 3 de la tarde, el director de informática me llamó, “Señorita Navarro, además de los archivos que mencionó, hay una carpeta oculta y encriptada en el penrive.
¿Pueden desencriptarla? Es posible, pero llevará tiempo. La encriptación es avanzada. Parece algo muy importante. Mi corazón se aceleró. Háganlo lo más rápido posible, pero manténganlo en secreto. A las 4:30 sonó el teléfono de Elena. Fue divertidísimo. Laura no paraba de preguntar por ti de forma indirecta. Dejé caer, como por error, que habías contratado a un asesor financiero y sus ojos se abrieron como platos. ¿Y cómo reaccionó? Se excusó y se fue corriendo. Seguro que a informar a Javier Rió Elena y dejé que viera accidentalmente un mensaje tuyo en mi móvil, algo sobre que había problemas en los libros.
y necesitabas un peritaje profesional. No pude evitar reír. Elena, eres una actriz genial. Por supuesto, dijo orgullosa. Ah, y Laura presumió de que Javier la iba a llevar a Europa a comprarle un anillo de compromiso. Dijo que vuestro divorcio estaba a punto de finalizar. Sí, claro, dije con zorna. Se va a llevar una decepción. Tras colgar, me acerqué a la ventana y vi el atardecer. La ciudad se teñía de oro, una estampa hermosa, pero ilusoria, como mi matrimonio con Javier.
Deslumbrante por fuera, podrido por dentro. Mi móvil vibró. Era un mensaje de un número desconocido. S. Navarro. Ramos está revisando las cámaras de la cafetería. Tenga cuidado. Y borré el mensaje al instante. Mi corazón latía con fuerza. Isabel se había arriesgado a advertirme. Eso significaba que la situación se estaba volviendo peligrosa. Javier podría haber sospechado algo y haber iniciado una investigación a fondo. La guerra había comenzado y no tenía dónde retirarme. Encendí el ordenador y empecé a redactar un correo electrónico dirigido a los periodistas de la sección de economía de varios medios de comunicación importantes.
El asunto presunto fraude financiero en una conocida empresa. la desgarradora denuncia de un accionista minoritario. Javier pensaría que me quedaría callada y me tragaría el orgullo como siempre. Esta vez se enfrentaría a una Sofía completamente nueva, fría, decidida y absolutamente implacable. 5 millones de euros. ¿Estás segura de ese precio? El agente inmobiliario, el señor Pérez, se ajustó las gafas mirándome con incredulidad. Señorita Navarro, esta villa tiene un valor de mercado de al menos 6 millones. Con un poco de paciencia podríamos conseguir incluso 6 y medio.
Estaba de pie frente al gran ventanal de la villa. La luz del sol se filtraba cayendo sobre el suelo de mármol pulido. Cada rincón de este lugar llevaba mi sello. El mármol importado de Italia, la cocina a medida de Alemania, el rosal que cuidé con esmero en el jardín trasero. 5 millones está bien, pero la transacción debe ser al contado y cerrarse en una semana. Me di la vuelta para mirar al señor Pérez. El comprador debe tener un historial limpio y no aceptaré a nadie relacionado con la familia Mendoza.
El señor Pérez asintió con un brillo inteligente en los ojos. A ese precio y al contado, no hay problema. Conozco a un par de clientes del norte. Tienen liquidez y buscaban una casa en Madrid. Perfecto. Saqué un documento de mi bolso. Aquí tiene una copia del registro de la propiedad y de mi DNI. Recuerde cuanto antes mejor. Después de que el señor Pérez se fuera, empecé a recoger los últimos objetos personales que quedaban en la villa. La mayoría ya estaban en mi nuevo apartamento de lujo.
Solo quedaban algunos adornos y ropa. Dejé, a propósito un par de mis pijamas más sexis en el armario del dormitorio principal. Un regalo para Laura Fuentes. Mi móvil vibró. Era Elena. Sofía, ¿sabes qué? Laura Fuentes me ha vuelto a contactar. esta vez preguntó directamente si estabas investigando los libros de los Mendoza. La voz de Elena era un torbellino de emoción. Dejé el marco de fotos que tenía en la mano. ¿Y qué le dijiste? Fingí que no recordaba bien el nombre del experto financiero que habías contratado.
Dije algo como, “Marcos Iváñez.” Algo así, dijo Elena triunfante. Se le cambió la cara al instante y se fue sin terminar el café. Mi corazón se encogió. Elena, esto podría ser peligroso. Si Javier descubre que Isabel me está ayudando. Tranquila, me equivoqué de nombre a propósito. Dije Iváñez. No, Torres. Susurró Elena. Pero Sofía, ten mucho cuidado. Este cabrón de Javier es capaz de cualquier cosa. Tras colgar, seguí recogiendo, pero mi mente ya estaba en otro lugar. Isabel se había arriesgado para ayudarme.
Si Javier la descubría. Le envié un mensaje encriptado de inmediato. Javier podría estar sospechando. Cuida tu seguridad. Menos de un minuto después llegó su respuesta. Estoy preparada. Mañana a las 10 en el lugar de siempre. Tengo algo importante que darte. Borré el mensaje y seguí ordenando. En el despacho quedaban algunos papeles y libros. Los revisé uno por uno, asegurándome de no dejar ninguna información útil para los Mendoza. En el fondo de un cajón encontré un pen drive que Javier había dejado allí el año pasado.
Lo guardé sin pensar y se me olvidó decírselo. Por curiosidad lo conecté a mi portátil. Estaba protegido por contraseña. Probé varias contraseñas que Javier solía usar, pero ninguna funcionó. Justo cuando iba a rendirme, recordé la fecha de cumpleaños de Laura Fuentes. Bingo. El penrive se abrió. Dentro solo había una carpeta llamada proyecto urbanístico. La abrí. Contenía una serie de informes topográficos, planos y escaneos de permisos gubernamentales. Todo parecía normal hasta que encontré un archivo de Excel llamado compensaciones.
El archivo registraba los nombres de los residentes expropiados y las cantidades de compensación del proyecto del sur. Lo ojeé rápidamente. Algo no cuadraba. Las cantidades pagadas a los residentes eran mucho menores que las registradas en el archivo. La diferencia se había transferido a la cuenta de una empresa llamada Consultoría Viento del Sur. Hice capturas de pantalla de inmediato, las guardé y guardé el pendrive con cuidado. Esto podría ser la prueba de que los Mendoza habían malversado los fondos de compensación por expropiación.
El proyecto urbanístico era la mayor apuesta del grupo Mendoza para este año, si este escándalo salía a la luz. De repente, el timbre de la puerta interrumpió mis pensamientos. A través de la cámara vi el rostro furioso de mi suegra. Detrás de ella había dos hombres corpulentos de traje negro, claramente guardaespaldas. Respiré hondo y pulsé el intercomunicador. “Suegra, ¿qué se le ofrece?” Abre la puerta”, ordenó con voz aguda. “Me temo que no va a ser posible”, dije con un tono educado, pero firme.
“Si ha venido a recoger las cosas del señor Mendoza, por favor, que venga él mismo en la fecha estipulada en el acuerdo.” El rostro de mi suegra se puso rojo de ira. “Sofía, ¿te atreves a vender la villa de mi familia? ¿Quién te ha dado ese descaro?” “Las noticias vuelan”, pensé con zorna. “La villa es mi propiedad privada. El registro está a mi nombre. Tengo todo el derecho a disponer de ella. Mentira. Esa es la casa de nuestra familia.
Mi suegra golpeaba la puerta histéricamente. Las reformas, los gastos, todo lo pagó Javier. Ni se te ocurra venderla. Deslicé un sobre por debajo de la puerta. Aquí tiene una copia del registro de la propiedad y del contrato de compraventa original. La villa fue comprada por mi padre al contado antes de mi boda, como bien privativo mío. Los gastos de reforma salieron de nuestra cuenta conjunta, por lo que se consideran gastos de la sociedad de gananciales. ¿Alguna otra pregunta?
Hubo un silencio al otro lado de la puerta, seguido del sonido de papeles. A través de la cámara vi como el rostro de mi suegra pasaba del rojo al blanco y finalmente al ceniza. Tú, su voz temblaba, lo planeaste todo desde el principio. Engañaste a mi hijo para casarte con él y robarnos el patrimonio. Suegra, usé deliberadamente ese apelativo para provocarla. ¿Quién fue la que tanto insistió en este matrimonio al principio? La que dijo que la heredera del grupo Solaria era la pareja perfecta para el hijo de los Mendoza.
¿No le parece irónico que ahora me acuse de fraude matrimonial? Mi suegra, furiosa, se volvió hacia los guardaespaldas. Derribad la puerta. Saqué el móvil al instante. Estoy llamando al 112. ¿Van a cometer un delito de allanamiento de morada? Los dos guardaespaldas dudaron. Uno le dijo algo a mi suegra. Ella miró fijamente a la cámara. Sofía, ya verás. Esto no va a quedar así. Mientras veía sus espaldas alejarse furiosas, solté un largo suspiro, pero mi corazón seguía latiendo con fuerza.
Esto era solo el principio. Los Mendoza no se rendirían tan fácilmente. A la mañana siguiente, llegué a la cafetería del Retiro media hora antes. Elegí el rincón más discreto con la espalda contra la pared y una vista completa del local. A las 9:55, Isabel llegó apresuradamente. Hoy llevaba una gorra de béisbol y una mascarilla casi irreconocible. “Perdona, he dado un par de vueltas para asegurarme de que nadie me seguía”, dijo sin aliento, mientras se sentaba y sacaba un sobreabultado de su bolso.
Estos son los libros de contabilidad reales del grupo Mendoza de los últimos 3 años comparados con las declaraciones de impuestos. Han inflado los beneficios para obtener préstamos y al mismo tiempo han ocultado ingresos para evadir impuestos. La cantidad supera los 80 millones de euros. Tomé el sobre. Pesaba. Con esto solo podríamos mandarlos a la cárcel. No solo eso, susurró Isabel. En el proyecto urbanístico sobornaron al menos a cinco funcionarios, incluido el padre de Laura Fuentes. Hizo una pausa.
Y es posible que el señor Mendoza esté implicado en blanqueo de capitales. Mi corazón dio un vuelco. ¿Tienes pruebas? Isabel asintió y reprodujo una grabación en su móvil. La voz de Javier sonó con claridad. Transfiere esos 20 millones a la cuenta de Hong Kong. Luego lávalos a través de una subasta de arte. Sí, como la última vez. Esta grabación es de hace tres meses dijo Isabel deteniendo la reproducción. La grabé para protegerme. Nunca pensé que llegaría a esto.
Te has arriesgado demasiado. Le tomé la mano. Si Javier se entera, ya he dimitido. Dijo Isabel con una sonrisa amarga. Ayer presenté mi dimisión por motivos de salud. Ramos no dejaba de vigilarme, pero ya lo tenía todo preparado. Ya había sacado todos los documentos importantes. Sentí una punzada de culpa. Lo siento. Es por mi culpa. No fue mi elección. La mirada de Isabel era resuelta. He visto demasiadas cosas sucias en los Mendoza en estos años. Tenía remordimientos de conciencia.
Ahora por fin podré dormir tranquila. Acordamos cómo mantener el contacto e Isabel se fue rápidamente. Me quedé en la cafetería ojeando los documentos que me había dado. Cuanto más leía, más me impactaba. El Imperio Empresarial de los Mendoza se había construido sobre un sinfín de actividades ilegales. Si se revelaba, no solo Javier, sino todo el grupo podría derrumbarse. Mi móvil vibró. Era el señor Pérez. Señorita Navarro, buenas noticias. Un cliente de Pekín está dispuesto a pagar los 5 millones al contado.
Podemos firmar el contrato hoy mismo. Su historial es limpio. ¿No tiene relación con los Mendoza? Ningún problema. Es un empresario del sector tecnológico que acaba de expandir su negocio a Madrid. No conoce a los Mendoza de nada. Quedamos para firmar el contrato por la tarde en el despacho de un abogado. Tras colgar, llamé inmediatamente al abogado Alonso para que preparara los papeles e investigara al comprador. A las 3 de la tarde, el comprador llegó puntual. Era un hombre de unos 40 años, de aspecto refinado, apellidado Wang.
Venía con su secretaria y un equipo de abogados. La firma del contrato fue fluida y el depósito de un millón de euros se transfirió a mi cuenta en el acto. “Señorita Navarro, ¿por qué vende con tanta prisa?”, preguntó el señor Pérez con curiosidad tras la firma. “Esta villa tiene una ubicación excelente y unas calidades magníficas.” Asuntos personales, respondí con una sonrisa. “Señor Wang, puede estar tranquilo. Este inmueble no tiene ninguna disputa y la propiedad es clara. ” Al salir del despacho, llamé a mi padre para informarle de la venta.
“Tan rápido”, dijo mi padre, un poco sorprendido. “¿Lo saben los Mendoza? Mi suegra vino ayer a montar un escándalo, pero no pudo hacerme nada, dije con zorna. El registro está a mi nombre. No pueden hacer nada. Ten cuidado con un animal acorralado, me recordó mi padre. Los Mendoza no admitirán la derrota fácilmente. Lo sé. Miré la hora. Papá, voy a ver al abogado Alonso para discutir las pruebas de Isabel. Hablamos en detalle esta noche en casa. El despacho del abogado Alonso estaba en un viejo edificio de oficinas del centro, discreto pero seguro.
Durante 3 horas organizamos los materiales proporcionados por Isabel y elaboramos una estrategia legal perfecta. Con estas pruebas podemos acestestar un duro golpe al grupo Mendoza”, dijo Alonso ajustándose las gafas. Pero debemos elegir el momento adecuado para lograr el máximo impacto. ¿Qué tal el día antes de la licitación del proyecto urbanístico?, sugerí, dejemos que inviertan todos sus fondos y luego les cortamos el grifo. Un brillo de aprobación apareció en los ojos de Alonso. Es una buena idea, pero antes debemos congelar los activos personales de Javier para evitar que los desvíe.
Lo solicitaremos mañana mismo. Me levanté. Ah, se ha desencriptado la carpeta oculta del penrive. Acabo de recibir noticias. Sí, dijo Alonso entregándome el pendrive. El contenido es bastante impactante. Está relacionado con algunos asuntos secretos de los Mendoza de hace 20 años. Mi corazón dio un vuelco. Está relacionado con mi padre. No. Con los orígenes del grupo Mendoza, susurró Alonso. Podría estar relacionado con un asesinato. Contuve el aliento. Guardé el pendrive con cuidado. Lo examinaré en detalle. Ah, ya hemos tomado medidas para garantizar la seguridad de Isabel Torres.
vuela a Singapur esta noche. Volverá cuando todo se calme. Al salir del despacho, ya había anochecido. Conduje hasta casa de mi padre. Por el camino recibí una llamada del administrador de la urbanización. Javier había ido con gente a la villa a montar un escándalo y los guardias de seguridad lo habían detenido. “Ins que es el dueño y quiere entrar por la fuerza”, dijo el administrador con voz tensa. “Le hemos mostrado su autorización, pero ha empezado a insultarnos y amenaza con demandarnos.
Llamé a la policía”, le indiqué con calma. La villa ya está vendida. Si sigue causando problemas, es un delito de alteración del orden público. Tras colgar, una sonrisa se dibujó en mis labios. Parece que Javier por fin se estaba dando cuenta de la gravedad de la situación, pero ya era demasiado tarde. La cena en casa de mi padre fue tan suntuosa como siempre, pero no tenía apetito. Mi mente estaba absorta en el contenido del penrive. Después de cenar, mi padre me llevó a su despacho y cerró la puerta.
¿Lo has visto?”, preguntó en voz baja. Asentí y elegiré el portátil. Según este archivo, es posible que los Mendoza estuvieran implicados en un asesinato hace 20 años cuando adquirieron la empresa del señor Rojas. Mi padre miró la pantalla con el rostro serio. El accidente de tráfico de Rojas. Siempre sospeché que no fue un accidente. El archivo detallaba cómo mi suegro había planeado el accidente, sobornado al investigador e incluso registraba las transferencias de dinero al ejecutor. Con estas pruebas podemos meter a tu suegro en la cárcel, Sofía.
Esto es mucho más peligroso de lo que pensábamos. Mi padre cerró el portátil. Los Mendoza harán cualquier cosa para encubrir este secreto. Precisamente por eso debemos revelarlo, dije con firmeza, no solo por mí, sino por todas las víctimas de los Mendoza. Mi padre suspiró y sacó una pistola de la caja fuerte. Lleva esto contigo por si acaso. Lo miré sorprendida. Papá, no la necesito. Cógela. Me la puso en la mano con firmeza. Los Mendoza no son gente con la que se pueda jugar.
A partir de mañana te pondré un guardaespaldas. Acepté la pistola a regañadientes, pero una sensación de inquietud me invadió. Esta lucha estaba escalando a un nivel que no había previsto. A la mañana siguiente, acababa de llegar a la oficina cuando recibí una llamada del abogado Alonso. El tribunal ha aprobado la solicitud de congelación de todos los activos personales de Javier y del grupo Mendoza. Ya no pueden mover ni un céntimo. Fantástico. Exclamé. ¿Cómo han reaccionado? Javier acaba de recibir la notificación y está fuera de sí”, dijo Alonso con una risa contenida.
Amenaza con demandarnos, pero no tiene ninguna prueba a su favor. Tras colgar, envié inmediatamente un mensaje encriptado a Isabel. Primera fase. Éxito. Cuida tu seguridad. Menos de 10 minutos después sonó mi móvil. Era Javier. Respiré hondo y contesté, “Sofía, su voz estaba distorsionada por la ira. ¿Te atreves a congelar mis activos? Es un procedimiento legal aprobado por el tribunal, respondí con calma. Si tienes objeciones, presenta un recurso. zorra, ¿crees que puedes hundirme con esto? Rugió. Te lo advierto, retira la demanda ahora mismo.
Si no, si no dije con zorna. Me vas a matar. Como tu padre hizo con el señor Rojas, hubo un silencio sepulcral al otro lado de la línea. Unos segundos después, la voz de Javier se volvió gélida. ¿Sabes con qué estás jugando? Lo sé perfectamente, dije enfatizando cada palabra. Javier, el juego no ha hecho más que empezar. Tras colgar, mis manos temblaban ligeramente, pero mi mente estaba extrañamente tranquila. El secreto del penrive, el escándalo del proyecto urbanístico, el fraude financiero y la evasión de impuestos.
Los pecados de los Mendoza se acumulaban en mis manos, uno por uno. Me acerqué a la ventana y contemplé la ciudad. Una vez fui la mujer que apoyaba a Javier en silencio desde la sombra. Ahora iba a empujar su imperio empresarial y el de su familia al abismo con mis propias manos. La villa estaba vendida. La congelación de activos estaba en vigor. Ahora solo quedaba esperar a la licitación del proyecto urbanístico. Ese sería el momento perfecto para lanzar mi contraataque total.
Mi móvil vibró. Era un mensaje del señor Pérez. Transferencia del importe total de la compra recibida. Total 5 millones de euros. Respondí. Perfecto. Proceda con los trámites de cambio de titularidad de inmediato. Al ver las nuevas cifras en mi cuenta bancaria, una leve sonrisa apareció en mis labios. Javier, subestimaste a la vieja a la que despreciabas. Ahora te toca a ti probar el sabor de la desesperación. La puerta de cristal de la Agencia Tributaria reflejaba mi rostro un poco pálido.
Respiré hondo y entré. El vestíbulo estaba lleno de gente, pero me dirigí directamente a la ventanilla de denuncias. Saqué un grueso sobre de mi maletín. Buenos días. Vengo a denunciar un caso grave de evasión fiscal. El funcionario me miró y tomó el sobre. Nombre y contacto, por favor. Sofía Navarro, le entregué mi DNI. Esta es la tarjeta de mi abogado. Pueden contactarle directamente. Dentro del sobre estaban los libros de contabilidad reales del grupo Mendoza y sus declaraciones de impuestos que me había proporcionado Isabel.
Cada discrepancia estaba marcada en detalle. En los últimos 3 años, el grupo Mendoza había ocultado más de 80 millones de euros en ingresos y evadido casi 30,000000 en impuestos. Al salir de la Agencia Tributaria me dirigí a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, CNMB. Allí presenté pruebas del fraude financiero del Grupo Mendoza, los préstamos fraudulentos y las operaciones con información privilegiada de Javier. Por último, fui al Tribunal de Cuentas y presenté las pruebas de soborno en el proyecto urbanístico.
Cuando salí del Tribunal de Cuentas era mediodía, el sol era deslumbrante. Me detuve en las escaleras y miré el pendrive que tenía en la mano. Contenía la prueba más letal, la implicación de mi suegro en el asesinato del señor Rojas. Dudé un momento y finalmente lo guardé en el bolso. Aún no era el momento. Esa carta debía jugarse en el instante decisivo. Mi móvil vibró. era el abogado Alonso. Señorita Navarro, el juzgado ha admitido a trámite la demanda por la apropiación indebida de bienes gananciales por parte de Javier.
Además, hemos congelado todas sus cuentas bancarias en el país. Perfecto. Hice una seña a un taxi. Yo acabo de presentar toda la documentación. Probablemente los Mendoza no tardarán en enterarse. Prepárese. Acorralados. No se sabe de lo que son capaces”, me advirtió Alonso. “Sería mejor que no anduviera sola por un tiempo.” Tras colgar, le indiqué al taxista que me llevara a la boutique de Elena. Por el camino le envié un mensaje a mi padre. Toda la documentación presentada, todo según el plan.
La tienda de Elena estaba en un centro comercial de lujo en el centro. Vendía principalmente ropa de diseño. Cuando entré, estaba ayudando a una clienta con un vestido nuevo. Al verme sus ojos se iluminaron. despachó a la clienta rápidamente y me llevó a la trastienda. ¿Y bien? Preguntó impaciente en cuanto cerró la puerta. Todo hecho. Me dejé caer en el sofá. De repente me sentí agotada. Agencia tributaria CNMV, Tribunal de Cuentas. Los Mendoza van a estar ocupados.
Elena me sirvió un vaso de agua y aplaudió emocionada. Genial. Me encantaría ver la cara de Javier ahora mismo. No creo que sea muy agradable, dije con una sonrisa amarga. Ah, Laura Fuentes te ha vuelto a contactar. Sí, ayer me escribió para tomar el té, dijo Elena haciendo un moín. Seguro que para sacarme información. No le respondí. Me quedé pensativa girando la taza en mis manos. Sigue ignorándola. Cuando los Mendoza se hundan, será la primera en salir corriendo.
Mientras hablábamos, las noticias del mediodía empezaron en la televisión de la tienda. De repente, un titular en la parte inferior de la pantalla captó mi atención. Última hora. El grupo Mendoza. Investigado por la CNMB por presunto fraude financiero. Elena y yo nos quedamos mirando la televisión boquiabiertas. Qué rápido. Presenté la denuncia por la mañana y por la tarde ya era noticia. La imagen cambió a la sede del grupo Mendoza. Un periodista informaba a cámara. Las acciones del grupo Mendoza se han desplomado esta tarde, alcanzando su límite de caída.
Se rumorea que el presidente de la compañía, Javier Mendoza, está implicado en actividades ilegales como malversación de fondos y uso de información privilegiada. Mi móvil empezó a vibrar sin parar, inundado de mensajes. Mi padre, el abogado Alonso, incluso compañeros de la universidad con los que apenas hablaba. El más llamativo era un mensaje de un número desconocido. Sofía, eres realmente despiadada. Ya verás. Javier, borré el mensaje. Una mezcla de emociones me invadió. No era la euforia de la victoria.
Era una extraña sensación de liberación. 10 años de matrimonio, 2 años de paciencia. Finalmente, en este momento, todo quedaba saldado. Cenamos en un tranquilo restaurante japonés. Justo cuando Elena y yo habíamos pedido, volvió a llamar el abogado Alonso. Señorita Navarro, grandes noticias. El proyecto de desarrollo urbanístico acaba de anunciar la suspensión temporal de la licitación. Todas las empresas participantes deberán someterse a una nueva auditoría. Casi me atraganto con el agua. Tan rápido. Es una orden directa del director general Iváñez, dijo Alonso con una emoción contenida en la voz.
Los cientos de millones que los Mendoza invirtieron inicialmente se han ido al traste. Tras colgar, no pude evitar reír. “Más buenas noticias?”, preguntó Elena con curiosidad. El proyecto urbanístico de los Mendoza se ha cancelado. Han perdido todo el dinero invertido. Le serví una copa de saque. Esto merece un brindis. Justo cuando íbamos a chocar las copas, mi móvil volvió a sonar. Esta vez era mi padre. Sofía, ¿dónde estás? Ha pasado algo grave con los Mendoza. Estoy cenando con Elena.
¿Qué ha pasado? Tu suegro ha sufrido un infarto y lo han llevado al hospital. Está en estado crítico. La voz de mi padre era inusualmente grave. La prensa ya rodea el hospital. Las acciones del grupo Mendoza se han derrumbado y varios bancos están exigiendo la devolución de los préstamos. Apreté el móvil. Por un momento no supe qué decir. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, superando mis expectativas. Sofía, ¿me oyes? La voz de mi padre me devolvió a la realidad.
Sí, papá. ¿No crees que he ido demasiado lejos? Pregunté en voz baja. No digas tonterías. El mundo de los negocios es un campo de batalla”, suspiró mi padre. “Los Mendoza han hecho muchas cosas malas en estos años. Lo de hoy es su merecido. Tú solo has revelado la verdad. No tienes por qué sentirte culpable.” Tras colgar, me quedé pensativa. Elena me miró con preocupación. “¿Qué pasa? Mi suegro está en el hospital en estado crítico. La prensa está allí.
Elena me tomó la mano. No es tu culpa. Es la consecuencia de sus propios actos. Tarde o temprano tenían que pagar. Sabía que tenía razón, pero la noticia de la hospitalización de mi suegro me pesaba. Por muy malos que fueran los Mendoza, se trataba de la vida de un anciano. Mi intención original era recuperar lo mío y hacer que Javier pagara por su traición, no destruir a toda la familia. Después de cenar, Elena insistió en llevarme a casa.
Mi nuevo apartamento estaba en un complejo residencial de lujo en el centro con alta seguridad, un lugar que mi padre había preparado especialmente para protegerme de unos Mendoza acorralados. Acababa de entrar cuando el móvil volvió a sonar. Era Isabel. Desde que se fue a Singapur nos comunicábamos a través de un servicio de mensajería encriptado. “Sofía, he visto las noticias de España”, dijo su voz ligeramente distorsionada por la red. “¿Estás bien?” Estoy bien. Me dejé caer en el sofá, solo que no esperaba que todo sucediera tan rápido.
La situación financiera de los Mendoza era mucho peor de lo que imaginas, suspiró Isabel. Llevaban años tapando agujeros. Tu denuncia solo encendió la mecha de una bomba que ya estaba allí. Hablamos un rato. Isabel estaba a salvo en Singapur e incluso había encontrado un nuevo trabajo. Antes de colgar dijo de repente, “Ah, Laura Fuentes me ha contactado. Me incorporé de golpe. ¿Qué? ¿Cómo te ha encontrado? A través de LinkedIn, dijo Isabel con un tono de perplejidad. Me preguntó si sabía algo de los problemas financieros del grupo Mendoza y dijo que tenía algo que podría hacerte útil.
Fruncí el seño. ¿Qué se traerá entre manos? No estoy segura, pero creo que está buscando una salida, analizó Isabel. Los Mendozaas se están hundiendo y no quiere ahogarse con ellos. Tras colgar, me paré frente al ventanal y miré las innumerables luces de la ciudad. Una vez yo también fui parte de los Mendoza, viviendo en una lujosa villa, llevando una vida aparentemente glamurosa. Ahora esa casa ya no existía y yo estaba de pie sobre sus ruinas. La pantalla del móvil se iluminó de nuevo.
Un mensaje del abogado Alonso. Última hora. Javier Mendoza ha sido citado a declarar por la CNMB. Se le ha prohibido salir del país. Además, el subdirector del banco, el padre de Laura, también ha sido detenido para ser interrogado. Respondí con un recibido y apagué el móvil. Necesitaba dormir bien esa noche, pero en la cama no dejaba de dar vueltas. En mi mente no dejaban de aparecer el rostro severo de mi suegro, la voz furiosa de la hermana de Javier y los almendros en flor de la tarde en que Javier me pidió matrimonio.
El sabor de la venganza no era tan dulce como había imaginado. A la mañana siguiente me despertó el timbre. A través de la cámara vi el rostro serio de mi padre. Papá, ¿qué haces aquí tan temprano? Le abrí la puerta. Mi padre fue directamente al salón y encendió la televisión. Las noticias de la mañana informaban sobre la última hora del grupo Mendoza. Las acciones del grupo Mendoza han vuelto a alcanzar su límite de caída en la apertura de hoy.
Varios bancos han declarado el vencimiento anticipado de sus préstamos. Se informa que el presidente de la compañía, Javier Mendoza, está siendo investigado por las autoridades pertinentes. Hay peores noticias. Mi padre subió el volumen. La imagen cambió a la entrada de un hospital. Un periodista informaba. El fundador del grupo Mendoza, el Sr. Fernando Mendoza, padre de Javier Mendoza, fue trasladado a este hospital anoche por un infarto. Esta mañana el hospital ha emitido un comunicado informando que a pesar de los esfuerzos médicos, el señor Mendoza falleció a las 3:17 de la madrugada.
Las piernas me fallaron y me dejé caer en el sofá. Mi suegro había muerto. Sofía. Mi padre me miró con preocupación. Yo no quería esto murmuré. Solo quería recuperar lo mío, no llegar a este extremo. No es tu culpa, dijo mi padre con firmeza. La causa de la muerte de Fernando Mendoza fue un infarto. No tiene nada que ver contigo. El fracaso de los Mendoza es el resultado de sus propias acciones. Sabía que mi padre tenía razón, pero mi corazón seguía lleno de emociones complejas.
Mi móvil no dejaba de vibrar. Las noticias llegaban sin parar. El grupo Mendoza anunciaba la suspensión de la cotización. Javier era formalmente imputado y Laura Fuentes había desaparecido. El último mensaje era de Elena. Laura Fuentes ha huído. Un amigo me acaba de decir que voló a Hong Kong anoche y mi cena de tres estrellas Michelinque. Sonreí con amargura y no respondí. El precio de esta venganza parecía ser mucho más alto de lo que había imaginado. De pie junto a la ventana, miré la luz del sol que inundaba la ciudad.
El imperio empresarial de los Mendoza se estaba desmoronando y yo me preparaba para comenzar una nueva vida. Solo que en este momento la alegría de la victoria estaba teñida de una amargura indescriptible. La muerte de mi suegro, como un pesado contrapeso, se había añadido de repente al otro lado de la balanza. La luz de la mañana se filtraba por las cortinas. Abrí los ojos. La pantalla de mi móvil ya acumulaba decenas de mensajes sin leer. El primero era del abogado Alonso, Javier Mendoza, formalmente imputado y con prohibición de salida del país.
Suspensión de la cotización del grupo Mendoza. Los bancos inician el cobro de deudas. El segundo era un enlace de mi padre. Al hacer clic me llevó al titular de un periódico económico. El colapso del Imperio Mendoza, fraude financiero, sobornos, malversación. La caída de un gigante en una noche. El artículo detallaba las diversas actividades ilegales del grupo Mendoza, mencionando específicamente que las pruebas habían sido proporcionadas por un informante interno. Dejé el móvil y fui al baño. La mujer del espejo tenía ligeras ojeras, pero su mirada era sorprendentemente clara.
Dejé que el agua caliente me cayera en la cara, intentando lavar esa extraña sensación de vacío. La noticia de la muerte de mi suegro pesaba como una piedra en mi corazón. Racionalmente sabía que no era mi culpa, pero emocionalmente me costaba superarlo. Sonó el timbre. Me sequé la cara y a través de la cámara vi a Elena. Llevaba dos cafés y una bolsa de papel con el desayuno. Sabía que estarías despierta. En cuanto abrí me abrazó. ¿Has visto las noticias?
Los Mendoza están acabados. Tomé el café. El calor era reconfortante. Lo he visto mucho más rápido de lo que pensaba. Rápido. Es el karma, dijo Elena sacando un cruazán aún caliente de la bolsa. De tu pastelería favorita. He dado un rodeo para comprártelo. Nos sentamos a la mesa a desayunar. Elena no paraba de contar los últimos cotilleos de la alta sociedad. ¿Quién ya había roto lazos con los Mendoza? ¿Qué marcas habían retirado sus patrocinios? E incluso que a Javier le habían suspendido la membresía de su club de golf.
Ah, y hay novedades sobre Laura Fuentes. Elena sorbió su pajita con aire misterioso. Huyó a Hong Kong, ¿verdad? Pues anoche me volvió a escribir. Alcé una ceja. ¿Qué quería? Pedirme tu contacto, dijo Elena poniendo los ojos en blanco. Dijo que tenía algo importante que decirte. La ignoré. Pensé por un momento. La próxima vez que te escriba, dale mi correo del trabajo. ¿Estás loca? Elena abrió los ojos como platos. ¿Para qué quieres hablar con esa mujer? Puede que de verdad sepa algo, expliqué.
No olvides que su padre era el subdirector del banco y ahora está siendo investigado. Elena hizo un moín y justo cuando iba a decir algo, sonó mi móvil, un número desconocido. Dudé un momento y contesté, Sofía. La voz era ronca. Tardé dos segundos en reconocer a Javier. Tenemos que hablar. Le hice un gesto a Elena para que guardara silencio. ¿De qué? Cara a cara. Su voz sonaba cansada. Estoy en la cafetería de enfrente de tu apartamento ahora mismo.
Casi me eché a reír. ¿Y crees que voy a ir a verte, Sofía? Su tono cambió de repente, volviéndose suplicante por primera vez en años. Por favor, los Mendoza están acabados. Mi padre ha muerto. Solo quiero hablar contigo. Apreté el móvil con tanta fuerza que mis nudillos se pusieron blancos. Elena, a mi lado, negaba frenéticamente con la cabeza, articulando un no vayas con los labios. Después de 30 segundos, finalmente dije, “Te doy 10 minutos.” Al colgar, Elena pisoteó el suelo enfadada.
Sofía, te estás ablandando. ¿Has olvidado lo que te hizo ese cabrón? No lo he olvidado. Me levanté para cambiarme. Pero quiero ver hasta qué punto puede arrastrarse el arrogante Javier Mendoza. 20 minutos después, entré en el Starbucks de enfrente de mi edificio. Javier estaba sentado en el rincón más alejado, de espaldas a la puerta. Solo con ver su espalda, noté el cambio. La espalda, antes erguida, ahora estaba encorbada. Su traje caro, arrugado, su pelo, sin su brillo habitual.
Me senté frente a él. Cuando levantó la cabeza, casi no lo reconocí. Tenía los ojos hinchados, la cara cenicienta y la barba sin afeitar. No quedaba ni rastro del porte del joven heredero del grupo Mendoza. “Gracias por venir”, dijo con voz ronca, abrazando la taza de café con ambas manos, los nudillos blancos por la presión. “No, no sé por dónde empezar. Entonces, no empieces”, respondí con frialdad. “Tienes 10 minutos.” Javier respiró hondo. Sofía, lo siento. Por todo lo de estos años fui fui un cabrón.
Observé su actuación en silencio, sin la más mínima emoción. Pero ahora los Mendoza están al borde de la quiebra. Se inclinó hacia delante con la desesperación brillando en sus ojos. Mi padre ha muerto. La empresa se va a la bancarrota y yo podría ir a la cárcel. Sofía, por favor, ten piedad. Piedad. ¿De qué manera? Alcé una ceja. Retira la denuncia. O di que las pruebas eran un malentendido, dijo apresuradamente. Si me ayudas, haré lo que me pidas.
Finalmente solté una risa fría. Javier, ¿crees que esto es un juego de niños? ¿Crees que un delito probado se puede retirar solo porque yo lo diga? Pero tú eres la denunciante. Si dices que manipulaste las pruebas por venganza, cállate, exclamé en voz baja. ¿Me estás pidiendo que cometa perjurio por ti? El rostro de Javier se volvió aún más ceniciento. Sofía, por los 10 años que hemos estado casados. Los 10 años que hemos estado casados. Lo interrumpí. ¿Por qué no pensaste en eso cuando te acostabas con Laura Fuentes?
Cuando me llamabas vieja. Algunos clientes de las mesas cercanas ya nos miraban con curiosidad. Javier se encogió y bajó aún más la voz. Me equivoqué. De verdad que me equivoqué. Sofía, yo te quiero siempre. Basta. Levanté la mano para detenerlo. [Música] Tú solo te quieres a ti mismo y al poder y la riqueza de los Mendoza. Ahora que lo has perdido todo, vienes a suplicarme. Un destello de ira cruzó los ojos de Javier, pero rápidamente se transformó en súplica.
Sofía, admito que fui un egoísta, un cabrón, pero la empresa es el trabajo de toda la vida de mi padre. Miles de empleados dependen de ella. Aunque aunque me odies, no dejes que gente inocente pague por ello. Me sorprendió un poco. Era un nuevo enfoque, usar el sustento de los empleados para atacarme moralmente. Javier dije con calma, “Que la empresa esté en esta situación es culpa de tus decisiones de gestión y las de tu familia, no de mi denuncia.
Si de verdad te preocuparan los empleados, no habrías dirigido la empresa de forma ilegal.” Se derrumbó en la silla como si hubiera perdido toda su energía. Así que no hay nada de qué hablar. Se acabaron los 10 minutos. Me levanté. Como último consejo, cosechas lo que siembras. Asume las consecuencias. Al salir de la cafetería, la luz del sol me hirió los ojos. Pensé que sentiría la euforia de la victoria, pero solo había un vacío en mi corazón.
La imagen patética de Javier, lejos de alegrarme, me produjo una extraña tristeza. Pensar que el hombre que una vez fue tan arrogante había caído tan bajo. De vuelta en el apartamento, Elena todavía me esperaba con cara de preocupación. Y bien. ¿Qué te ha dicho ese cabrón? Le conté la conversación. Se levantó de un salto, furiosa. Qué basura de hombre. ¿Todavía intenta engañarte? El sustento de los empleados, desde cuándo le importan a él. No dijo que era la supervivencia del más apto cuando despidió a 500 personas el año pasado.
Sonreí con amargura. Sé que está actuando. Es solo que solo que Elena captó mi vacilación al instante. Sofía, no me digas que te estás ablandando. Me acerqué a la ventana y miré el perfil de la ciudad a lo lejos. Elena, nos conocemos desde la universidad. ¿Recuerdas al Javier de entonces? Elena guardó silencio por un momento, luego se acercó y me tomó la mano. Lo recuerdo, presidente del Consejo de Estudiantes, buen jugador de baloncesto, te persiguió durante dos años esperando cada día bajo tu residencia.
¿Crees que entonces era sincero?, pregunté en voz baja. O fue todo un cálculo desde el principio Elena suspiró. Sofía, la gente cambia. Quizás una vez te amó de verdad, pero luego el poder y el dinero lo cambiaron. No es tu culpa. Sabía que tenía razón, pero una duda persistía en mi mente. Había ido demasiado lejos. La muerte de mi suegro, la quiebra de los Mendoza, el despido de miles de empleados. Era yo realmente la única responsable de todo esto.
La vibración de mi móvil interrumpió mis pensamientos. Era un mensaje encriptado de Isabel. Laura Fuentes ha contactado. Dice que tiene pruebas directas del blanqueo de dinero y los sobornos de Javier. quiere hacer un trato contigo. Respondí de inmediato. ¿Cuáles son sus condiciones? 5 millones de euros. Y que le consigas una reducción de pena para ella y su padre. Sonreí con frialdad. Típico de Laura Fuentes. En tiempos de crisis, cada uno por su lado y aprovechando para sacar tajada.
Dile que no hay trato, pero que si las pruebas son valiosas, podría considerar pagarle por la información. La respuesta de Isabel no tardó en llegar. dice que lo considerará y que Javier ha estado moviendo objetos de valor últimamente. Cree que se prepara para huir. Frunc el seño. Javier ya tenía prohibido salir del país. ¿A dónde podría huir a menos que llamé inmediatamente al abogado Alonso? ¿Es posible que Javier intente salir del país por vías ilegales? Teóricamente es posible, pero muy arriesgado, respondió Alonso.
¿Por qué? ¿Hay alguna novedad? Le conté lo de Laura Fuentes. El abogado Alonso se puso en alerta al instante. Informaré a la policía para que refuercen la vigilancia. Ah, y mañana es la vista por la división de bienes de vuestro divorcio. No lo olvides. Tras colgar, le conté a Elena lo de la vista del día siguiente. Insistió en acompañarme. No me lo pierdo por nada del mundo. Tengo que ver la cara de perro apaleado de Javier con mis propios ojos.
Por la noche, llamó mi padre. Me preguntó por mi encuentro con Javier. Se lo conté todo. Mi padre guardó silencio por un momento y luego dijo, “Sofía, ya has hecho suficiente. No te sientas presionada. La caída de los Mendoza es obra suya, pero la muerte de mi suegro, la enfermedad cardíaca de Fernando era un problema crónico.” Suspiró mi padre. Llevaba décadas en el mundo de los negocios. ¿Qué tormentas no habría superado? Este golpe fue duro, sí, pero no se puede decir que fuera exclusivamente por tu denuncia.
Las palabras de mi padre me tranquilizaron un poco. Tras colgar, encendí la televisión. Las noticias locales informaban sobre la última hora del grupo Mendoza. En la pantalla, frente a la sede, se agolpaban periodistas y empleados que exigían el pago de sus salarios. Alguien sostenía una pancarta que decía, “Devuélveme el dinero que gané con mi sudor.” La escena era caótica. De repente, una figura familiar apareció en pantalla. Javier, rodeado de periodistas. Su rostro estaba pálido, su traje arrugado, sin rastro de su antiguo porte.
Un periodista le gritó, “Señor Mendoza, se rumorea que las acusaciones de blanqueo y sobor no son ciertas. ¿Qué tiene que decir al respecto?” Javier apartó a los periodistas y, sin decir una palabra se subió a un coche negro. La imagen volvió al estudio donde el presentador comentaba gravemente el impacto de la caída del grupo Mendoza en la economía local. Apagué la televisión. La habitación quedó en silencio. La pantalla de mi móvil se iluminó. Un mensaje de un número desconocido.
Soy Laura Fuentes. Tengo las pruebas de la evasión de capitales de Javier y las grabaciones de los sobornos. Mañana a las 10 en la cafetería del Hotel Palas. Ven sola, si no no hay trato. Me quedé mirando el mensaje un buen rato. Finalmente respondí, “De acuerdo, pero las pruebas deberán ser verificadas primero por mi abogado.” Dejé el móvil y salí al balcón. La brisa nocturna era fresca, las luces de la ciudad seguían brillando como si nada hubiera cambiado, pero yo sabía que algunas cosas habían cambiado para siempre.
La vista de mañana, el encuentro con Laura Fuentes, una serie de acontecimientos me esperaban. Y la pregunta más importante en mi mente ahora era, cuando todo esto termine, ¿a dónde iré? La euforia de la venganza se desvanece en un instante, dejando solo un vacío infinito. Quizás debería dejar una salida a los Mendoza, no por ellos, sino por mí, para no convertirme en otro Javier Mendoza. Esta idea comenzó a arraigarse en mi mente. Cogí el móvil y le envié un mensaje a Isabel.
Por favor, averigua si a los Mendoza les queda algún activo limpio, algo que no esté relacionado con actividades ilegales. Quizás había llegado el momento de poner fin a esta guerra. La cafetería del lobby del Hotel Palace era tranquila y elegante. Sonaba una suave música de piano. Elegí una mesa junto a la ventana, desde donde podía ver la entrada y la salida de emergencia. El abogado Alonso estaba sentado en otra mesa, no muy lejos, fingiendo leer un periódico preparado para cualquier eventualidad.
A las 10 en punto, Laura Fuentes apareció en el lobby. Estaba más delgada que en las fotos, con unas grandes gafas de sol y una mascarilla, claramente preocupada por ser reconocida. Cuando se acercó, noté un moratón en el rabillo de su ojo, apenas disimulado por el maquillaje. “Señorita Navarro”, dijo en voz baja, sentándose frente a mí. Asentí, observándola con calma. La amante arrogante y desafiante de antaño había desaparecido. La mujer que tenía delante estaba nerviosa y demacrada, retorciendo constantemente la correa de su bolso.
“Estás herida”, señalé el rabillo de su ojo. Laura se tocó inconscientemente la herida y sonrió con amargura. Fue Javier. Después de escribirte, me sorprendió un poco. Javier había sido frío e insensible conmigo, pero nunca me había puesto la mano encima. Supongo que la gente muestra su verdadera cara cuando está acorralada. Las pruebas. Fui directa al grano. Laura sacó un pendrive de su bolso y lo empujó hacia mí. Aquí están las grabaciones de los sobornos de Javier y los registros de la evasión de capitales.
Con esto solo podrías meterlo en la cárcel 10 años. No cogí el pendrive de inmediato. ¿Qué quieres a cambio? Dinero y protección, dijo mordiéndose el labio. Para mí y para mi padre. Ya lo han suspendido de su cargo y lo están investigando. Si el caso de Javier se profundiza. ¿Hasta qué punto está implicado tu padre? La interrumpí. El rostro de Laura se volvió aún más pálido. Lo suficiente para arruinar a toda mi familia. Jugueté con el pendrive en mis manos.
5 millones es demasiado y no tengo poder para conseguirle una reducción de pena a tu padre. ¿Cuánto puedes darme? Se inclinó hacia delante ansiosa. 3 millones. Dos. Dependerá del valor de las pruebas”, dije con calma. “Y necesito saber qué está tramando Javier últimamente. He oído que planea huir.” Laura dudó un momento, luego bajó la voz. Tiene una cuenta secreta en Suiza con al menos 20 millones de euros. La semana pasada contactó con un intermediario para cruzar ilegalmente la frontera por el Pirineo, pasar a Andorra y desde allí tomar un vuelo a Europa.
Alcé una ceja. Javier estaba realmente desesperado para recurrir a la inmigración ilegal. Hora y ruta exactas. Laura negó con la cabeza. Ya no confía en mí. Le ha encargado todo a ese tal Miguel Ramos, pero hizo una pausa. Sé que mañana irá a la caja fuerte de la empresa a recoger algo. Probablemente dinero en efectivo o pasaportes. Pensé por un momento. Luego saqué mi talonario de cheques. 500,000 € por este penrive y la información. No más. Laura abrió los ojos como platos.
500,000. Eso es muy O lo tomas o lo dejas. Hice además de levantarme. Ve a pedirle dinero a Javier, si es que le queda algo que darte. Espera. Me agarró la muñeca apresuradamente. Acepto. Firmé el cheque y se lo di, retirando la mano al mismo tiempo. Su contacto me resultó desagradable. El dinero estará en tu cuenta en una hora. Cuando lo recibas, será mejor que te vayas de esta ciudad. Javier no perdona a los que lo traicionan.
Laura guardó el cheque y de repente sonrió con amargura. ¿Sabes? Nunca me quiso. Solo fui un instrumento para enfadarte a ti y para acercarse a mi padre. Fui una tonta. No dije nada. En cierto modo, ambas éramos víctimas de Javier, solo que en diferente medida. Laura se levantó para irse, pero dudó y se dio la vuelta. Señorita Navarro, lo siento. Fui demasiado joven e ingenua. Entonces, Vete la interrumpí antes de que se me acabe la paciencia. Mientras la veía alejarse apresuradamente, solté un largo suspiro.
El abogado Alonso se acercó de inmediato. ¿Cómo ha ido? Le entregué el pendrive. Compruebe el contenido. Si es auténtico, informe a la policía inmediatamente. También sobre el plan de fuga de Javier. Alonso asintió y guardó el penrive. La vista del divorcio es a las 3. No lo olvide. No podría olvidarlo, dije con zorna. Es la batalla final. A las 14:40 entré en el vestíbulo del juzgado, seguida por el abogado Alonso y su equipo. Los periodistas, ya enterados, se agolpaban disparando sus flashes.
Llevaba un sencillo traje negro con un maquillaje sofisticado pero discreto, proyectando a la perfección la imagen de una mujer traicionada pero fuerte. Javier había llegado antes que yo. Estaba de pie junto a su abogado en el lado del acusado. Parecía aún más demacrado que ayer. Su traje estaba arrugado y no llevaba corbata. Al verme entrar, una mezcla de emociones cruzó sus ojos. Rápidamente desvió la mirada. El juez entró y comenzó la vista. El abogado Alonso expuso nuestras peticiones.
Confirmar la validez del acuerdo de divorcio, recuperar los bienes gananciales desviados por Javier y solicitar una indemnización adicional por daños y perjuicios. El abogado de Javier argumentó que el acuerdo se había firmado en un estado de coacción solicitando su anulación o modificación. También exigió que yo le compensara por los gastos de reforma y mantenimiento de la villa, e incluso me acusó absurdamente de haber provocado la crisis del grupo Mendoza con mi denuncia maliciosa. El abogado Alonso estaba preparado.
Refutó cada uno de sus argumentos, presentando pruebas de la infidelidad de Javier, los registros de evasión de capitales y la grabación de la firma del acuerdo. En el video, Javier estaba lúcido e incluso mostraba una arrogancia impaciente. No había ni rastro de coacción. Cuando le tocó hablar a Javier, dijo con voz ronca, “Señor juez, admito mis errores, pero la venganza de Sofía ha sido desproporcionada. Ha destruido mi negocio, mi familia. Incluso indirectamente ha causado la muerte de mi padre.” Protesto.
El abogado Alonso se levantó de inmediato. La declaración del acusado es irrelevante para el caso y no hay pruebas que demuestren una relación causal. El juez aceptó nuestra protesta y advirtió al abogado de Javier que controlara las emociones de su cliente. Javier se sentó derrotado con la desesperación pintada en el rostro. El juicio duró 3 horas. Finalmente, el juez dictó sentencia ese mismo día. El acuerdo de divorcio era válido. La villa y sus bienes eran de mi propiedad.
Javier debía devolver los 3 millones de euros desviados y pagar una indemnización adicional de 2 millones. El resto de los bienes gananciales se repartirían a la mitad, según el acuerdo. Al oír el veredicto, Javier se derrumbó en su silla. Su abogado anunció apresuradamente que recurriría, pero el juez señaló que, dada la claridad de las pruebas, el recurso tenía pocas posibilidades de prosperar. Al salir del juzgado, los periodistas nos rodearon como un enjambre. Javier, con el rostro pálido, apartó a los reporteros y salió corriendo.
Yo me detuve y, mirando a las cámaras dije con calma, “Hoy la ley me ha hecho justicia. Quiero agradecer a todos los que me han apoyado, especialmente a mi padre y al equipo del abogado Alonso. Ahora quiero empezar un nuevo capítulo en mi vida.” Estas palabras habían sido preparadas por el abogado Alonso. Proyectaban una imagen de dignidad y generosidad de una víctima que no había perdido su honor. De vuelta en el apartamento, me dejé caer en el sofá agotada.
Mi móvil no dejaba de vibrar con mensajes de felicitación. Respondí a cada uno con un agradecimiento y apagué el teléfono. Quería disfrutar de un momento de paz, sonó el timbre. A través de la cámara vi a mi padre. Llevaba una botella de champán. Felicidades, hija. Me abrazó en cuanto abrí. Hoy has estado magnífica. Tomé el champán y sonreí con amargura. He ganado el juicio, pero me siento extraña. Mi padre me dio una palmada en el hombro, comprensivo.
Así es el sabor de la venganza, agridulce. Pero lo importante es que has recuperado lo tuyo y los Mendoza han pagado por sus errores. Nos sentamos en el balcón bebiendo champán mientras veíamos el atardecer. Mi padre me contó que el director general Iváñez había revocado la adjudicación del proyecto urbanístico a los Mendoza y había decidido convocar una nueva licitación. ¿Participaremos nosotros?, pregunté. Mi padre negó con la cabeza. No, este proyecto es demasiado complejo. Pienso concentrarme en reconstruir nuestra antigua fábrica textil.
La fábrica. Me sorprendí un poco. No la arruinaron los Mendoza. Sí la arruinaron, dijo mi padre con zorna, pero ha llegado el momento de reconstruirla. Me miró con intención y quiero que te encargues tú. Mi corazón se aceleró. El negocio de mi padre, el lugar donde crecí. El negocio que una vez fue aplastado por las tácticas sucias de los Mendoza. Ahora yo lo levantaría de nuevo. Lo haré, dije sin dudar. Mi padre sonríó satisfecho. Sabía que dirías que sí.
Los terrenos de la fábrica siguen a nuestro nombre y la maquinaria se puede comprar nueva y para el capital inicial me guiñó un ojo. ¿Qué tal si usamos los 5 millones que has ganado hoy? Me eché a reír. Perfecto. Esa noche llamó el abogado Alonso. Su voz sonaba excitada. Señorita Navarro, el contenido del penrive de Laura Fuentes era dinamita pura. No solo las grabaciones de los sobornos, sino también correos electrónicos donde Javier ordenaba al departamento financiero maquillar las cuentas.
La policía, con las pistas que les dimos, ha detenido a Miguel Ramos en el grupo Mendoza y ha puesto a Javier bajo arresto. ¿De qué se le acusa? Delitos económicos e intento de cruce ilegal de fronteras, dijo Alonso. La Fiscalía ya ha decidido presentar cargos. Dada la gravedad, podría enfrentarse a una pena de más de 10 años de cárcel. Tras colgar, me paré junto a la ventana y miré las innumerables luces de la ciudad. La noticia del arresto de Javier debería haberme alegrado, pero mi corazón estaba extrañamente tranquilo.
Ni euforia ni compasión, solo una sensación de liberación, de que por fin todo había terminado. Al día siguiente llamó la hermana de Javier, Ana. Su voz estaba rota por el llanto. Sofía, por favor, deja en paz a mi hermano. Nuestra familia ya está destrozada. ¿Qué más quieres? No soy yo quien lo ha detenido, dije con calma. Son sus propias acciones las que lo han llevado a esto. Pero tú empezaste la denuncia, gritó histérica. No pararás hasta verlo muerto.
Guardé silencio por un momento. ¿Qué es lo que quiere? ¿Que retire los cargos? Si dijo sin rodeos. Si prometes no seguir adelante, aceptaremos el acuerdo de divorcio y no recurriremos más. Y y su voz se apagó. El grupo Mendoza está acabado, pero todavía nos quedan algunos bienes personales, propiedades, acciones. Por favor, déjanos una salida. Pensé por un momento. Tengo que consultarlo con mi abogado. Te daré una respuesta mañana. Tras colgar, llamé inmediatamente al abogado Alonso y a mi padre.
Después de discutirlo, llegamos a un acuerdo. Podíamos hacer las pases, pero con condiciones. Al día siguiente, Ana y yo nos reunimos en el despacho del abogado. Parecía mucho más vieja que la última vez. Tenía arrugas alrededor de los ojos y canas en el pelo. Nos sentamos frente a frente. Una vez fuimos cuñadas, ahora éramos extrañas. Nuestras condiciones son sencillas. El abogado Alonso le deslizó un documento. Primero, la familia Mendoza renuncia a todo derecho de apelación sobre el acuerdo de divorcio.
Segundo, Javier debe confesar todos sus delitos. Tercero, los Mendoza no cedenipación en los terrenos de la fábrica textil. Ana ojeó el documento. Su rostro se ensombreció. Esto, esto es dejarnos sin nada. No la corregí con calma. Conservarán la casa donde viven y algunos ahorros. suficiente para mantener una vida digna. Los terrenos de la fábrica nos los arrebatasteis a mi padre por medios sucios. ¿Y si no aceptamos? El abogado Alonso se ajustó las gafas. Entonces colaboraremos con la fiscalía para investigar a fondo todas las actividades ilegales de Javier y del Grupo Mendoza.
Dadas las cantidades y las circunstancias, la pena de prisión podría ser de más de 10 años y todos los bienes relacionados serían confiscados. El rostro de Ana se volvió ceniciento. Con mano temblorosa firmó el documento. Al salir del despacho me llamó de repente. Sofía, ¿sabes? Una vez Javier te quiso de verdad. Los dos primeros años de matrimonio no paraba de hablar de ti. Negué con la cabeza interrumpiéndola. La gente cambia, Ana. Os deseo lo mejor. Un mes después, gracias a su confesión y cooperación, Javier fue condenado a 6 años de prisión.
El grupo Mendoza se declaró en quiebra y sus activos fueron subastados para pagar las deudas. Mi suegra, con lo que le quedaba, se mudó a un pequeño apartamento cerca de una iglesia. Ana se llevó a sus hijos y volvió al pueblo de su marido. Y yo me dediqué en cuerpo y alma a reconstruir la fábrica textil. Como dijo mi padre, era nuestra raíz el negocio que los Mendoza intentaron destruir y no pudieron. Con parte del dinero de la venta de la villa, compré maquinaria de última generación y conservé algunos de los edificios emblemáticos de la antigua fábrica como patrimonio histórico.
El día de la reapertura, mi padre dijo en su discurso, esto no es solo una reapertura, es la prueba de que la justicia prevalece y la perseverancia triunfa. Bajo el escenario, los aplausos fueron atronadores. A su lado, sentí como se me humedecían los ojos. Al mismo tiempo, creé una fundación de ayuda legal para mujeres para ayudar a aquellas que, como yo, se enfrentaban a divorcios o violencia doméstica. Elena la llamaba en broma mi fondo de venganza, pero yo sabía que era la mejor manera de transformar una experiencia dolorosa en energía positiva.
El tiempo pasó volando. Un año después, la fábrica funcionaba a pleno rendimiento y la fundación había ayudado a decenas de mujeres. Mi vida era plena y tranquila. A veces cenaba con mi padre, iba de compras con Elena o discutía inversiones con Isabel, que a su regreso de Singapur se convirtió en mi asesora financiera. Un día de principios de verano, Elena llamó emocionada, Sofía, el sábado que viene hay una reunión de antiguos alumnos de la universidad. Tienes que venir.
Intenté negarme, pero ella continuó. Javier ha salido en libertad condicional. Dicen que también va a ir. Tienes que enseñarle lo bien que te va ahora. Finalmente acepté. El día de la reunión elegí un sencillo pero elegante vestido rojo, un maquillaje ligero y el pelo suelto sobre los hombros. La mujer del espejo era segura y serena, sin rastro de la confusión y el dolor de antaño. La reunión era en el restaurante al que solíamos ir en la universidad.
Llegué media hora tarde a propósito. Al entrar, el bullicio del local se silenció por un instante y luego estalló en saludos. Sofía, estás cada día más guapa. He oído que ahora eres empresaria. Qué pasada. Tu fundación hace un gran trabajo. Mi prima recibió ayuda de allí. Sonreí y saludé a mis compañeros. Por el rabillo del ojo vi a Javier en un rincón. Estaba muy delgado. Su rostro, antes apuesto, ahora tenía los rasgos demasiado marcados, dándole un aspecto demacrado.
Llevaba un traje anticuado y parecía 10 años mayor. Durante toda la cena lo evité deliberadamente, riendo y charlando con los demás. Casi al final salí a la terraza a tomar el aire. Él me siguió. Sofía. Su voz era ronca. El vino en su copa temblaba ligeramente. ¿Podemos hablar? Me di la vuelta y lo miré. manteniendo una sonrisa educada, pero distante. “¿De qué? Yo he pensado mucho en este último año y medio”, dijo bajando la cabeza, incapaz de mirarme a los ojos.
Me equivoqué de verdad. Solo cuando lo perdí todo me di cuenta de lo que era más importante. “¡Ah sí?”, pregunté con calma. “¿Y qué es lo más importante?” “Tú, levantó la cabeza.” Sus ojos brillaban con lágrimas. Sofía, siempre te he querido a ti. Lo de Laura fue solo un error momentáneo. Ahora no tengo nada, solo el arrepentimiento y el anhelo de ti. Lo miré y de repente sentí una mezcla de risa y tristeza. El arrogante Javier Mendoza, ahora suplicando mi compasión.
Javier dije en voz baja, tú no me quieres. Solo te has dado cuenta de lo que tenías cuando lo perdiste. Si los Mendoza no se hubieran arruinado, si Laura no te hubiera traicionado, ¿habrías pensado en mí siquiera? abrió la boca para excusarse, pero levanté la mano para detenerlo. No hace falta que respondas. Lo nuestro se acabó hace mucho tiempo. Te deseo lo mejor. Me di la vuelta para irme. De repente me agarró la muñeca. Sofía, dame una oportunidad.
Podemos empezar de nuevo. Me solté suave pero firmemente. Es imposible. Ya he empezado una nueva vida. Espero que tú también puedas mirar hacia delante. Al volver al restaurante, Elena se acercó de inmediato. ¿Qué te ha dicho esa basura? Que empecemos de nuevo. Asentí. Puso los ojos en blanco exageradamente. Qué descaro. Al terminar la reunión, Elena insistió en llevarme a casa. Por el camino preguntó con curiosidad. Sofía, si pudieras volver atrás en el tiempo, ¿te casarías con Javier otra vez?
Miré las luces de neón que pasaban por la ventanilla y pensé por un momento. Sí. ¿Qué? Elena casi pisa el freno por error. ¿Estás loca? Porque esas experiencias me han convertido en quién soy hoy, dije con una sonrisa, el dolor me enseñó a crecer y la traición me enseñó a ver la naturaleza humana. Sin todo eso, probablemente seguiría siendo la ingenua y débil Sofía de antes. Elena asintió pensativa. Tienes razón, pero ahora eres una leyenda en nuestra promoción.
La mujer de hierro que dejó a Javier Mendoza y lo metió en la cárcel. Me reí negando con la cabeza. No soy una leyenda, pero sí estoy viviendo como quiero, independiente, segura y sin depender de nadie. De vuelta en el apartamento, me paré frente al ventanal y contemplé la noche de la ciudad. La tormenta de hace un año ya era historia y el camino por delante aún era largo, pero en este momento mi corazón estaba lleno de paz y fuerza.
La autoestima y el amor propio son la base de la felicidad. Esa fue la lección más valiosa que aprendí de este matrimonio y el Credo que seguiría en mi vida. La pantalla de mi móvil se iluminó. Un recordatorio del gerente de la fábrica para la reunión de mañana. Respondí con un confirmado y apagué la luz. Las luces de la ciudad se convirtieron en mi única compañía. Mañana sería un nuevo día. Y yo estaba preparada. Yeah.