Antonio Banderas Destroza a Chef Arrogante Que Se Burló de España en TV en Vivo
¿En serio van a presentar tortilla española como alta cocina? La pregunta salió de los labios de Marcel Du Boys con el mismo desprecio que si acabara de encontrar una cucaracha en su plato de caviar. El chef francés, estrella de tres Micheline y rey indiscutible de la televisión culinaria europea, estaba sentado en el panel de jueces del programa más visto del continente.
Sus ojos azules, fríos como el hielo parisino, miraban con burla hacia la estación de cocina donde el chef español preparaba su plato representativo. Pero lo que Marcel no sabía era que en la audiencia VIP, a apenas 10 metros de distancia, Antonio Banderas observaba cada palabra, cada gesto despectivo, cada sonrisa condescendiente y lo que estaba a punto de suceder cambiaría para siempre no solo la carrera de Marcel, sino toda la percepción mundial sobre la gastronomía española.
Dos horas antes, Antonio había llegado a los estudios de Canal y en París como invitado especial para promocionar su nueva película, Una coproducción francoespañola sobre la vida de un chef andaluz. Era una película personal íntima, donde el mismo interpretaba a un cocinero que luchaba por preservar las tradiciones culinarias de su pueblo natal.
“Señor Banderas, es un honor tenerlo aquí”, le había dicho la productora ejecutiva Sofie Laurent mientras lo acompañaba por los pasillos del estudio. “Marcel está muy emocionado de conocerlo. Es gran admirador de su trabajo.” Antonio sonrió cortésmente, pero algo en el brillo de los ojos de Sofie sugería que había más historia detrás de esa invitación de lo que aparentaba.
El set del programa era una maravilla de la televisión moderna, 12 estaciones de cocina equipadas con la tecnología más avanzada, cámaras que capturaban cada detalle desde ángulos imposibles y un panel de jueces que incluía a los chefs más prestigiosos de Europa. Marcel Dub Boys presidía ese panel como un emperador culinario. Su reputación lo precedía.
Había convertido tres restaurantes mediocres en templos gastronómicos. Sus libros de cocina se traducían a 20 idiomas y su programa televisivo se veía en más de 50 países. Pero Marcel tenía un punto ciego, un punto ciego del tamaño de la península ibérica. “Antonio, bienvenido a nuestro pequeño circo culinario”, dijo Marcel cuando se conocieron en el green room, extendiendo una mano perfectamente manicurada.
Su español era correcto, pero marcado por ese acento francés que sonaba perpetuamente condescendiente. “Marcel, el placer es mío. He seguido tu carrera durante años”, respondió Antonio con Cheno en cortesía. “Tu trabajo en LeBernardín fue revolucionario.” “Ah, veo que conoces la buena cocina.” Marcel sonríó, pero había algo en esa sonrisa que no llegaba a sus ojos.
“Debe ser refrescante para ti viniendo de Málaga, ¿verdad? Un lugar donde la gastronomía es más, digamos, rústica”. Antonio parpadeó una vez. solo una vez, pero cualquiera que lo conociera habría reconocido esa señal de peligro. “La cocina andaluza tiene sus encantos”, respondió Antonio suavemente, pero su voz había ganado un ecas imperceptible.
“Por supuesto, por supuesto.” Marcela agitó la mano como quien espanta una mosca. Pescadito frito, gazpacho, esas cosas. “Muy auténtico, muy popular.” La palabra popular salió de sus labios como si fuera un insulto. En ese momento, la productora anunció que la grabación estaba a punto de comenzar.
Antonio fue escoltado a la zona VIP de la audiencia mientras Marcel tomaba su lugar en el panel de jueces junto a Isabella Romano, Italia y Klaus Ber, Alemania. El programa había comenzado con normalidad. 12 chefs de diferentes países europeos competían presentando el plato más representativo de su nación. Habían pasado Italia con sus pasta bongole, Francia con su buyabés, Alemania con su Saer Bratten.
Todo transcurría civilizadamente hasta que llegó el turno de España. Carlos Mendoza, un chef de Valencia de 35 años, había preparado tortilla española con una presentación moderna, pero respetuosa de la tradición. La tortilla estaba perfecta, cremosa por dentro, dorada por fuera, acompañada de una pequeña ensalada de tomates cherry y aceite de oliva virgen extra de Jaén.
Presentamos tortilla española”, anunció Carlos con orgullo evidente, “Echa con patatas de alaba, huevos de gallinas camperas y aceite de oliva arbequina de mi pueblo natal.” Isabella Romano probó primero. Sus ojos se iluminaron. Espectacular, ¿eh? La textura es perfecta. El sabor es Es como si me transportaras a una cocina española tradicional, pero con una elegancia contemporánea.
Klaus Béber asintió con aprobación germánica. Técnicamente impecable. El balance entre tradición e innovación es muy inteligente, pero entonces llegó el turno de Marcel. El chef francés cortó un pequeño pedazo de tortilla, lo masticó lentamente y su expresión se transformó gradualmente en una mueca de Desden teatral.
En serio, van a presentar tortilla española como alta cocina. Las palabras cayeron sobre el set como una bomba de napal. Carlos parpadeó claramente descolocado. Perdón, chef. Marcel se recostó en su silla con la arrogancia de un monarca que está a punto de pronunciar sentencia. Mira, Carlos. Entiendo que para España esto pueda representar sofisticación culinaria, pero objetivamente hablando, hizo una pausa dramática mirando directamente a las cámaras.